JON JUARISTI – ABC

En las comunidades dominadas por los nacionalistas, toda elección equivale a un plebiscito

ANTES de firmar el Pacto de Santoña, por el cual los restos de las milicias vascas se entregaron a los legionarios italianos, los dirigentes nacionalistas del Gobierno de José Antonio Aguirre hicieron formar a los gudaris y, ante ellos, proclamaron la independencia de Euskadi, proclamación que fue acogida por las tropas con un unánime Gora Euskadi Askatuta!

Por supuesto, todo lo anterior no pasa de ser una leyenda forjada mucho después de la guerra civil. De hecho, yo la leí por vez primera en la Historia

de Euskadi: el nacionalismo vasco y ETA, de Ortzi (seudónimo de Francisco Letamendía, antiguo diputado abertzale en el Congreso del Reino de España), publicado por Ruedo Ibérico, de París, en 1975. Jamás la escuché de gudaris que estuvieron allí, en Santoña. Para empezar, Euskadi no era todavía Euskadi sino Euzkadi, denominación oficial del Gobierno autónomo constituido el 7 de octubre de 1936. Para seguir, en Santoña no había ningún miembro del Gobierno (Provisional) Vasco, sino cuadros del PNV, como Juan de Ajuriaguerra, que fueron quienes formalizaron la entrega de sus milicias.

La leyenda de la proclamación de independencia se forjó para exonerar al PNV de la acusación de traición a la II República que le había venido lanzando la izquierda, de modo más o menos insidioso, desde el final de la guerra. No hay traición si los compromisos ya se han roto. Pero, en realidad, no hacía falta romperlos formalmente. En 1937, en el llamado bando leal, casi nadie era leal a la República. La mayoría sólo creía deberse lealtad a uno mismo o, en el mejor de los casos, a su partido o sindicato.

¿Proclamará Puigdemont la independencia de Cataluña después del 1 de octubre? Al Gobierno no parece preocuparle tanto esa posibilidad como la celebración del referéndum convocado por la Generalitat. Sin embargo, una declaración de independencia no necesita de un referéndum previo, y menos en una situación de derrota, incluso de derrota militar, como lo demuestra el crédito que se dio en el ámbito del nacionalismo vasco a la leyenda de Santoña. Si el Gobierno cree que podrá ahorrarse una reedición del octubre barcelonés de 1934 impidiendo que se pongan las urnas para el referéndum, creo que se equivoca. En el fondo, los secesionistas están tranquilos porque piensan que el verdadero plebiscito ya se ha celebrado en las últimas elecciones y que el referéndum, en el mejor de los casos para ellos, no haría más que refrendarlo. En el peor, lo denegaría, y de ahí que prefieran (y busquen) que el referéndum no se celebre, en lo que les secunda el Gobierno porque no tiene otro remedio y porque cree (¿o finge creer?) que la declaración de independencia exige el referéndum como requisito previo, cuando no es así. Como Ernst Jünger escribía en 1951, donde el plebiscito se disfraza de elecciones parlamentarias se mantiene en secreto su carácter de plebiscito hasta que sea oportuno desvelarlo. ¿De verdad piensa Rajoy que, en el caso que no se celebre el referéndum, Puigdemont y Junqueras aceptarán deportivamente su derrota, cantarán en público la palinodia y dimitirán en espera de ser procesados y presumiblemente condenados a prisión y a multas millonarias por un montón de delitos? Yo no lo haría, forastero. Ni contemplar dicha hipótesis en el caso de Rajoy, ni llevarla a cabo en el caso de Puigdemont. Me parece mucho más probable que, en la noche del 1 de octubre o en la mañana del 2 a más tardar (o a Mas/Tardá), el president de la Generalitat, acompañado de su Govern y de la presidenta del Parlament, proclame solemnemente la independencia de la República de Cataluña. En fin, octubres…