ARCADI ESPADA-El Mundo

LA POLÍTICA española no resiste más. La prueba es este silencio. Tal vez presagie el definitivo shock anafiláctico, pero de momento solo es silencio. El presidente del Gobierno ha dicho en Canadá tres cosas impresionantes.

«Quebec es un ejemplo». Pero no de las virtudes de la política, sino de la siniestra capacidad del nacionalismo para destruir las comunidades aparentemente más prestigiosas. Hay que leer ¡Oh, Canadá!, ¡Oh Quebec! Réquiem por un país dividido, de Mordecai Richler para saber de qué es Quebec ejemplo. El presidente y sus voceros subrayan que tras el referéndum el apoyo al independentismo ha bajado. Y con su cara de palo habitual insinúan cuál es la causa. Ved que los referéndums son buenos… Ocultan que el referéndum no salió adelante por un estrechísimo 1,16% de los votos. La veleidosa opinión hoy no es independentista, pero pudo destruir un país. El referéndum: como si para ganar confianza en uno mismo al paciente se le aconsejara practicar con la ruleta rusa.

«En Cataluña ya ha habido dos referéndums». Ningún español había oído nunca este prodigioso argumento para rechazar las exigencias nacionalistas. El presidente otorgó legitimidad y limpieza democrática a dos consultas ilegalizadas por el Tribunal Constitucional. Sus irregularidades fueron manifiestas y en la última la Generalidad incurrió en el fraude más descabellado, que incluso denunciaron algunos de los llamados observadores internacionales invitados a pan, y sobre todo a cuchillo, por los convocantes.

«El presidente empatiza con los indultos». Respeta la vía judicial, pero se reserva la vía política, vino a decir. De manera insólita en el historial democrático el presidente habla de indultos antes de un juicio y se adhiere a la estrategia de presión a los jueces que habrán de juzgar. En realidad da igual lo que sentenciéis. La política lo solucionará. Al plantear la clemencia no como una extensión de la justicia sino como un instrumento de la política el presidente revela su auténtico punto de vista sobre el proceso: una maniobra de la política y no del delito. Justifica, además, oblicuamente una de sus últimas decisiones: donde haya un buen indulto que se quiten los aforamientos. Y se prepara para la negociación política cardinal de los próximos meses: lograr de los presos nacionalistas un mínimo reconocimiento de culpa y un cierto propósito de enmienda. Un no lo haré más, al menos. Porque a ver cómo indultarás a unos tipos que digan arrogantes que lo volverían a hacer.

Pero lo más impresionante es el silencio ante todo esto. El timbre de sentido y de plausibilidad que el silencio otorga.