Oliendo a sangre

ABC 27/07/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Rajoy no va a dimitir, como exigen Sánchez e Iglesias, pero ahí queda el daño hecho al nombre y la imagen de España

LLEVABAN tiempo oliendo sangre y la puesta en escena de ayer les azuzó el apetito de carne rival al excitar con violencia sus papilas gustativas. «Mariano Rajoy declara como testigo en un proceso por corrupción», titulaba la versión digital de Le Monde. «Mariano Rajoy, presidente del Gobierno español, testifica en el tribunal», informaba la influyente BBC británica. ¿Qué más habrían podido pedir Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para exigir la dimisión del testigo en cuestión, a fin de ocupar su lugar como ansían con todas sus fuerzas? ¿Qué otra finalidad perseguía la comparecencia del presidente ante los jueces de la Audiencia Nacional, sino la de erosionar su imagen, su nombre, su prestigio y, con ellos, los de su país, especialmente en el extranjero?

Lo sucedido en ese presunto templo de la justicia ante centenares de cámaras no guarda relación alguna con el Estado de Derecho, la ley, la verdad, la limpieza de nuestras instituciones o la depuración de eventuales responsabilidades políticas. No persigue erradicar la corrupción de la vida pública, pretensión que a los instigadores de este numerito les importa un higo chumbo. El show de “Rajoy solo ante el peligro” fue concebido como una jugada de la más baja estofa en la lucha por el poder que marca nuestra actividad política ¿Les salió como esperaban? A medias.

Si alguien pensaba que Rajoy se apartaría del carril, tropezaría en alguna pregunta o incurriría en un renuncio flagrante confundía sus deseos con la realidad, amén de mostrar una ignorancia total sobre la naturaleza del personaje. El testigo salió airoso del trance, venció, sin necesidad de convencer, e hizo una defensa plausible de su absoluta virginidad en todo lo relacionado con el vil metal indispensable en la maquinaria electoral que mueve la democracia. Quien quisiera creerle le creyó y quien no, tampoco se molestó en escucharle. Ya se sabe que una imagen vale más que mil palabras (por ejemplo, la de esos «indignados víctimas de los recortes» apostados a la puerta del juzgado con sus carteles de protesta bien visibles y sus voces prestas al abucheo selectivo), un tuit suficientemente movido por la tropa habitual de la red derrota sin paliativos al más sesudo de los análisis y un programa de televisión hábilmente realizado y conducido es capaz de convencer de lo que no ha sucedido o negar con la mayor rotundidad hechos y declaraciones fehacientes. La capacidad de los medios de comunicación, en especial los basados en la imagen, para manipular opiniones y conciencias aumenta a media que se reduce la profundidad de la información en beneficio de la inmediatez, la brevedad y el maniqueísmo de los mensajes. En este caso, la ecuación era sencilla: Rajoy = Gurtel = corrupción. Una mercancía fácil de vender a cierto público tan predispuesto a comprarla como escaso de escrúpulos éticos o curiosidad por las «sutilezas». Sin ir más lejos: ¿Ofrece alguna garantía de imparcialidad o incluso de profesionalidad el hecho de que el principal instigador de esta comparecencia sea un acusador particular, un tal Mariano Benítez de Lugo, fundador y presidente de honor de la autodenominada Asociación de Abogados Demócratas de Europa, nacida en 1988 a los pechos del Partido Socialista europeo? No. La cosa apesta a distancia.

Iglesias y Sánchez, cuyo trabajo en equipo se intensifica y engrasa a medida que aumenta su hambre de poder, se han abalanzado sobre la ocasión para apelar a la tan manida dignidad escarnecida de los españoles y exigir al presidente su dimisión. Evidentemente no la van a conseguir. A estas horas Rajoy debe de llevar varios puros consumidos pensando en tamaña demanda, pero el daño ya está hecho y ahí quedan esos titulares. Daño al nombre e imagen de España, que es lo único que a mí me importa.