Olvidos

JON JUARISTI – ABC – 30/04/17

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· La memoria histórica nació contra la memoria democrática, no contra el franquismo.

La editorial Debate, que dirige Miguel Aguilar, acaba de publicar Elogio del olvido, de David Rieff: un libro ácido y triste, de lectura no diré que obligatoria, pero sí muy recomendable, porque ayuda a reconciliarse con la fatalidad. El progresismo ingenuo sostenía que nada es fatal si la voluntad se le opone. Error. La muerte es fatal y también el olvido. Uno puede ilusionarse creyendo que es posible entretener a la muerte hasta despistarla, pero se equivoca.

Llega siempre a su hora, como el olvido, que es una muerte después de la muerte, una muerte en diferido. Un gran amigo mío, filósofo y progresista en su día, argumentaba que nadie que esté aún vivo puede afirmar que la muerte es fatal y necesaria en su caso, puesto que no cuenta con evidencia empírica alguna. Mueren los demás, las rosas y Aristóteles. Sin embargo, nada nos prueba que cada uno de nosotros tenga que morir. No sé si semejante argumento convenció a alguien. A mí me alejó de la filosofía.

David Rieff es hijo de Susan Sontag, la gran dama del progresismo americano de los sesenta, que murió en 2004 y a la que ya ha olvidado la mayoría de los progres actuales. En su Elogio del olvido arremete contra la memoria histórica, que no solamente considera ilusoria e imposible, sino dañina o, cuando menos, peligrosa. Imposible, porque la memoria se pierde irremediablemente. La humanidad ha resultado ser una especie con alzhéimer crónico. Ningún recuerdo subsiste como tal más allá de un par de generaciones, a lo sumo. Peligrosa, porque la memoria histórica es siempre un arma que se esgrime contra otra memoria y suscita antagonismos allí donde no los había.

A mí ese planteamiento me parece irreprochable. Por ejemplo, la memoria histórica promovida por el zapaterismo se utilizó contra la memoria del asesinato por ETA del concejal de Ermua Miguel Ángel Blanco en el verano de 1997 y de la gran movilización democrática que suscitó como reacción. Muy poco después apareció en el diario español de mayor tirada un artículo de una profesora y literata exigiendo la vindicación de los vencidos en la guerra civil mediante la recuperación de su memoria histórica. Al observarle yo que los sucesivos gobiernos socialistas de Felipe González habían tenido sobrado tiempo de vindicarlos a lo largo de catorce años, replicó que no lo habían hecho porque la mayoría de los ministros socialistas del felipismo eran hijos de vencedores. Y entonces apareció un muchacho de León sin más mérito que el de ser nieto de un militar leal a la República que había sido fusilado por los alzados contra ella.

Donde más claramente se vio que el guerracivilismo imaginario de la izquierda española se proponía borrar la memoria de Ermua, es decir, del acontecimiento más unitario y nacional, democrático en el mejor sentido, de la historia reciente de España, fue en el acoso al presidente Aznar durante la gran manifestación del 12 de marzo de 2004 contra los atentados de los trenes de Atocha y en los asaltos colectivos del día siguiente a las sedes del PP. Se invertía con tales actos la forma y el sentido de las grandes manifestaciones del verano de 1997 contra ETA y Herri Batasuna.

De hecho, equivalían a una exculpación tácita y total de ETA, a la que se incluía en el bando de los vencidos en la guerra civil. Al PP se le identificaba explícitamente con el franquismo, como lo acaba de hacer Puigdemont aprovechando la coyuntura de la operación Lezo (y tratando de que así pase más desapercibida otra operación análoga de la judicatura contra la familia más antifranquista de Cataluña). En fin, que para eso sirve la memoria histórica: para desmemoriar al enemigo.

JON JUARISTI – ABC – 30/04/17