ABC-IGNACIO CAMACHO

Toda vida de santo mezcla episodios apócrifos y exactos. En ésta los primeros son abundantes y los segundos, escasos

CONSCIENTE de que como benefactor de la patria nunca será lo bastante encomiado, el doctor Sánchez ha decidido hacerse justicia a sí mismo inventando el género autohagiográfico. Bueno, lo de «auto» es relativo porque el texto, para favor de su sintaxis, es encargo de otra mano. En cualquier caso, más que ante un memorial estamos ante lo que en la preceptiva clásica se denominaban «vidas de santos», con su correspondiente cuota de episodios altruistas, imposición de manos, visiones iluminadas y hasta milagros: el canon virtuoso y libre de pecado de un auténtico apóstol laico, incluidos los inicios difíciles que a base de reveses y fracasos acaban por moldear una venturosa vocación de liderazgo. Habida cuenta de que la historia está construida sobre el testimonio del interesado, cuya relación con la verdad se mueve en un ámbito parapsiquiátrico, se echa de menos cierta exactitud en algunas partes del relato, aspecto éste que podría cuestionar la etiqueta de no-ficción usada para clasificarlo. Como todo santoral, contiene una mezcla de hechos ciertos y falsos, con la particularidad de que los apócrifos son abundantes y los exactos, escasos. Pero el cielo de la política está empedrado de egos descomunales, megalomanías petulantes y caracteres fatuos. No tiene, pues, nada de extraño que esta semblanza en primera persona encierre una hiperbólica complacencia en el autohalago. O que en plena sociedad de la transparencia se decrete una suerte de secreto de Estado sobre la cuantía del contrato, que el presidente soslaya prometiendo donar las ganancias a algún ente solidario no identificado. Detalle que corrobora que el sujeto activo y pasivo de la obra no sólo es clarividente, audaz, resistente y abnegado, sino que posee el aura generosa de un filántropo.

La grandeza de un dirigente siempre queda, sin embargo, sometida al escrutinio quisquilloso de los críticos, impregnados de la vitriólica malicia propia de su oficio. Los más aviesos de ellos han detectado en el libro la ausencia de un proyecto de país, de sociedad o de Estado que se supone obligatorio en un político, y sugieren que Sánchez demuestra involuntariamente carecer de otro objetivo que no sea el de su estricto y personal beneficio. Error: cuando un hombre es consciente de su nobleza de espíritu y de poseer unas providenciales cualidades calidades de servicio, la mejor aportación que puede hacer a su comunidad es ofrecerse en plenitud a sí mismo. Se trata de disponibilidad, no de ambición; de entrega, no de oportunismo. De un desprendimiento tan elegante que ni siquiera se aprovecha de su posición de ventaja para ajustar cuentas a sus enemigos. El rencor es un sentimiento de perdedores mezquinos y un santo nunca puede ser vengativo. Su camino a la gloria no debe detenerse en reproches retroactivos y su destino trascendente ya está fuera del alcance de sus compañeros de partido.