Oposición sin gobierno

ABC 03/08/16
IGNACIO CAMACHO

· El empeño en que Rajoy negocie con los soberanistas es para Sánchez la coartada que los despenalizaría políticamente

HAY algo bastante peor que unas terceras elecciones, y es lo que Rubalcaba llamó un «Gobierno Frankenstein»: una alianza entre socialistas, comunistas, populistas y soberanistas, un monstruo político construido con retales poco o nada compatibles. Una coalición que resultaría catastrófica para la economía y aflojaría aún más la cohesión territorial e institucional del Estado. Esa alternativa no resultó posible en la anterior legislatura y es difícil que lo sea en esta, pero mientras Pedro Sánchez no la descarte –y no lo hace ni bajo preguntas expresas–habrá motivo para pensar que la idea sigue bullendo en su cabeza. Y que constituye al menos uno de los dos motivos que sustentan su empecinamiento no ya en negarse a apoyar la investidura de Rajoy, sino en urgir a que este la celebre cuanto antes para perderla.

La otra razón es la supervivencia de su liderazgo al frente del PSOE. Sánchez sueña con ser presidente por carambola –aquella «sonrisa del destino» de Pablo Iglesias–, pero si no lo logra pretende sostenerse por bloqueo. Mientras pueda mantener obstruida cualquier solución nadie de los suyos se atreverá a moverse para desplazarlo. El atasco le proporciona tiempo, le arrima oxígeno, lo mantiene de pie; sabe que en el momento en que ceda y permita gobernar a Rajoy irán a por él para amortizarlo. En cambio el impasse le favorece y con algo de suerte lo puede llevar a La Moncloa. Tiene el argumento: presentarse como la única salida para impedir la repetición electoral que todo el mundo considera –algunos de mentirijilla– una opción funesta, indeseable, nefanda.

Para ello necesita que el partido le afloje el corsé negociador que le impuso en enero. Ayer lo dejó caer: quiere que el Comité Federal se implique levantando los vetos. Es un ardid poco taimado, demasiado a la vista; ese veto afecta tanto al PP… como a los independentistas catalanes, a los que pretende cortejar en cuanto obtenga manos libres. De ahí también su empeño en que Rajoy negocie con ellos, sus «afines ideológicos». Esa sería la coartada que los despenalizaría políticamente. Por eso le vino bien el acuerdo para la Mesa del Congreso, que los populares han tenido la prudencia de no prolongar con la cesión de un grupo parlamentario. Cualquier gesto complaciente con el soberanismo otorgará pretexto al líder socialista para reclamar su derecho a tenderle puentes.

De un modo u otro, el bloqueo es para Sánchez una trinchera, un blindaje, un seguro de vida política. Si lo soluciona estará acabado; no puede moverse del «no» hermético, del enroque que le protege ante cualquier asalto. Si por él fuera, a falta de mayor aspiración se instalaría en ese limbo de la oposición sin Gobierno, y a esperar por si suena la flauta. Cómo no va a pensar en llegar al poder en minoría absoluta un hombre acostumbrado a dirigir sin mayoría su propio partido.