Ortega Lara: 532 días en un zulo que ya no existe

EL MUNDO – 01/07/17

· Aquel julio de 1997 fue el principio del final de ETA. El primer día del mes, la organización terrorista sufrió una de sus peores derrotas: la Guardia Civil logró localizar la nave de Mondragón, donde el comando de Bolinaga mantuvo secuestrado durante 532 días al funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara.

Quiso responder con rapidez y crueldad. Apenas 10 días después, secuestró al concejal del Partido Popular en Ermua Miguel Ángel Blanco. Su asesinato a cámara lenta dos días más tarde supuso una segunda derrota de los terroristas. Este crimen dio origen al nacimiento de lo que se conoce como ‘Espíritu de Ermua’ y que visualizó la pérdida del control de la calle por parte de los que aplaudían a ETA, el final del silencio de los que estaban contra el terrorismo en el País Vasco y en Navarra.

Los meses caían como losas. No había pistas. «Era un constante prueba/error. Dábamos palos de ciego». La desesperación nunca cundió entre los que tenían como objetivo prioritario liberar a José Antonio Ortega Lara, ese funcionario de prisiones de Burgos secuestrado por ETA el 17 de enero de 1996 en la puerta de su casa, cuando regresaba de trabajar en la cárcel de Logroño.

Permaneció en manos del comando de Jesús María Uribetxeberria Bolinaga durante 532 días. «Y si por los etarras hubiera sido, allí le hubieran dejado morir, en ese zulo de una nave de Mondragón donde lo tenían enterrado en vida», apunta uno de los oficiales de la Guardia Civil que participó en las pesquisas desde el primer día hasta su liberación. Un zulo que ya no existe, que ha sido destruido, que se llenó de cemento…

Quien sí rozó la desesperación absoluta fue el secuestrado. Le narró al juez tras su liberación que en alguna ocasión pensó en suicidarse: «Incluso lo planifiqué y lo ensayé. Nunca di el golpe definitivo».

Pero mientras, los efectivos policiales ponían todo su empeño. «No dejamos pasar un día sin volcarnos en localizar a José Antonio». Los agentes recuerdan cómo al principio era buscar una aguja en un pajar. Pusieron en marcha un despliegue de investigadores en la cárcel y en todo el entorno del secuestrado para tratar de localizar la fuga de información y a los colaboradores de ETA que facilitaron datos para su secuestro. Pero no lo lograron.

«Seguimos mirando todo, absolutamente todo. Fueron varios cientos los caseríos del País Vasco y algunas zonas de Navarra los que escudriñamos. Miramos hasta el gasto en luz. Hicimos una comparativa para ver si en alguno se había producido un incremento de gasto desde las fechas en las que ETA secuestró al funcionario. Tampoco salió nada. Y seguimos investigando. No caímos en la desesperanza, pero era muy duro. Hace 20 años no teníamos la tecnología de ahora, ni las bases de datos, ni las herramientas informáticas… Las investigaciones eran más rudimentarias: pico y pala», recuerda este mando.

Al fin se aclaró la oscuridad. Un documento intervenido en Francia durante una detención incluía cuatro palabras: «Bol», «Ortega», «cinco millones». «Se nos hizo la luz. La primera pista clara. Sería un error de ETA o no, pero pillamos por fin un hilo del que tirar… Normalmente nunca aparecían nombres en sus papeles, pero era el primer dato donde se hablaba de Ortega y se nos abrió el cielo», recuerda este oficial.

El papel se le interceptó, en noviembre, al dirigente etarra Daniel Derguy. «Todos los analistas de la Guardia Civil se dedicaron a buscar cualquier tipo de conexión con la palabra Bol. No sabíamos si era un mote, un nombre propio, el nombre de un comando… Salieron 1.200 líneas de investigación y las fuimos desgranando hasta que dimos con un Bol que correspondía al segundo apellido de una persona del entorno radical, Bolinaga. Y se siguió su pista. Llegamos a una nave en Mondragón, Jalbi CB, brotar en euskera, qué ironía».

«Allí estuvimos durante semanas, localizando los puntos de interés. Siguiendo al entorno del ya identificado Uribetxeberria Bolinaga. Montar un dispositivo como éste de seguimiento es diferente a todos. Cuando tratas de detectar una cita y la centras, has acabado. En este caso, debes seguir a los sospechosos las 24 horas, saber qué comen, qué beben… todo, hasta los mayores de sus secretos, sus fidelidades y sus infidelidades. Si entraban en una farmacia había que saber lo que compraban porque igual eran medicamentos para Ortega Lara. Y llegamos a la convicción de que ETA tenía secuestrado en esa nave a Ortega Lara. Pero, ojo, no podíamos fallar en el seguimiento. Si nos hubieran detectado, los etarras hubieran dejado morir al secuestrado», desglosa este oficial.

Y mientras, Ortega Lara contaba las horas y trataba de idear sistemas para dejar pistas y datos a los investigadores para que detuvieran a sus secuestradores, en el caso de que muriera y le encontraran. «Nunca perdí la noción –recordó ante el juez–, cuando abrieron la tapa pensaba que los etarras venían a matarme. Sabía que era el 1 de julio».

Si, ese día «entramos. No se veía nada y los etarras no estaban dispuestos a cantar. Estuvimos horas y horas. Pero la convicción nuestra de que estaba allí era total y no estábamos dispuestos a rendirnos. Cuando uno de los nuestros dio con una clave para mover unas de las máquinas, Bolinaga habló con calma: ‘Ahí está el Ortega ese que buscáis’». El clamor de los guardias cuando vieron irrumpir en el exterior a Ortega Lara aún resuena en la memoria de este oficial.

Sí, allí estaba, en un zulo lleno de humedad, durante 532 días tuvo que sobrevivir, donde apenas tenía espacio para lavarse, para sus necesidades, para leer… con hormigas y una araña como compañeras. En un zulo que, como apunta este mando de la Guardia Civil, deberían haber visitado todos aquellos que aún leen buenismo en las actuaciones de ETA. «Sólo un minuto y seguro que hubieran visto las cosas de otra manera».

Pero esa visita ya no pueden hacerla. En Europa aún se conservan campos de exterminio, por ejemplo se puede visitar Auschwitz, y quien lo visita no lo olvida. El zulo donde Ortega Lara permaneció enterrado en vida durante 532 días ya no podrá ser nunca un elemento de la memoria antiterrorista. Fue destruido. Llenado de cemento. Inutilizado. Olvidado. La nave es de uso municipal, de Mondragón, y sólo sirve para acumular mobiliario urbano, columpios de niños en mal estado, niños que ya nunca podrán conocer las condiciones del secuestro, «ese olor del zulo». Al día siguiente de la liberación, el diario Egin (cerrado por su vinculación con ETA) titulaba: «Ortega vuelve a la cárcel».

EL MUNDO – 01/07/17