Otra reforma de la Constitución es posible

ABC 05/12/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Los partidos, a lo suyo, mientras España adelgaza hasta quedarse en la raspa, igual que nuestros bolsillos

PONGAMOS que PP y PSOE, tan proclives a entenderse para subirnos los impuestos, sufrieran un inesperado ataque de patriotismo que los llevara a postergar sus intereses cortoplacistas y pensar en España. Pongamos que Ciudadanos pasara de una vez de las musas al teatro, aunque solo fuese alzando la voz. Pongamos que Podemos fuera relegado al rincón ajeno a la democracia en el que lo sitúa su ideario, en lugar de empujar a todos los demás hacia la extrema izquierda disgregadora, alterando el eje natural de nuestro sistema de partidos. Si alguno de esos supuestos se diera, y no digamos si se dieran todos, sería posible reformar la Constitución no en el sentido que pretenden los separatistas, empeñados en destruir esta Nación para levantar sobre sus escombros un enjambre de insignificantes taifas, sino en la dirección contraria. Es decir, devolviendo al Estado el control de ciertas competencias que nunca debieron ser cedidas, cuya gestión interesada acelera la descomposición de nuestro país.

Desde que fue aprobada la Carta Magna, hace ya 38 años, se han multiplicado los ajustes y reajustes destinados a comprar la lealtad de un nacionalismo irreductible, que asienta firmemente sus reales en cada palmo de soberanía conquistado sin otro empeño que afianzarse para exigir otra cuarta más, apelando a un victimismo cansino. Nada le satisface ni satisfará jamás. Ninguna renuncia es capaz de aplacar su voracidad porque la reivindicación permanente es su razón de ser y en ella encuentra la materia de la que nutrirse en las urnas: echar la culpa de sus fracasos a la malvada «Madrid», asociar el Cielo en la Tierra a la autodeterminación, rebautizada como «derecho a decidir», hacerse fuerte en el funcionariado, la Enseñanza y la lengua autonómica, auténticos pesebres sin fondo desde los cuales retroalimentarse a costa de sembrar discordia.

No hay apaciguamiento que valga frente al independentismo excluyente. ¿Cómo es posible que no se den cuenta quienes tienen la responsabilidad de actuar constatando esta evidencia? ¿Por qué siguen alimentando a una bestia insaciable? ¿Por qué le entregan a manos llenas lo que deberían limitarse a administrar, teniendo plena conciencia de que no les pertenece? Hay otro modo de encarar la reforma que la Constitución pide a gritos. Otro camino posible. Una alternativa democrática a esta deriva consistente en recular y recular frente al avance de los rufianes, atenazados por el miedo al qué dirán y los complejos. Si las tres formaciones que dicen aspirar a vertebrar España fuesen coherentes con sus prédicas, se plantearían unir fuerzas para blindar la soberanía del pueblo español, hoy abiertamente amenazada. Se plantearían revertir el crecimiento elefantiásico de las administraciones autonómicas y fijar un techo de gasto digno de ese nombre, compatible con la reducción urgente de la exacción fiscal que sufrimos los ciudadanos obligados a pagar esta juerga política cuyo coste pesa ya igualmente sobre nuestros nietos en forma de deuda. Se plantearían recuperar las riendas de una Educación pública utilizada para retorcer, tergiversar y falsear la realidad con el propósito de adaptarla a los mitos que alimentan la cosmovisión nacionalista. Se plantearían repartir equitativamente entre todas las personas el esfuerzo necesario para producir riqueza, estableciendo límites y plazos, como se hace en el seno de la Unión Europea, en vez de perpetuar la existencia de regiones pobladas por gentes acostumbradas a vivir del subsidio uncido a unas determinadas siglas.

Nada de eso ocurrirá. Seguirán pensando en lo suyo, el próximo horizonte electoral, mientras España adelgaza hasta quedarse en la raspa, igual que nuestros bolsillos.