Palabras y pensamientos

LUIS HERRERO – ABC – 10/06/17

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Luis Herrero

· Los pensamientos no delinquen, pero las palabras sí. Conspirar para cometer un delito, de hecho, ya es delito Mensaje El mensaje de Puigdemont a Rajoy suena a «asuma el precio de disparar contra todos nosotros. No pienso dar la orden de retirada».

Carles Puigdemont, flanqueado por Oriol Junqueras y respaldado por todos los separatistas con escaño en el Parlament –a excepción de Germá Gordó, que ha preferido quitarse de en medio para ahorrarle a la foto de familia concomitancias con la trama del tres por ciento– anunció ayer que piensa ciscarse en la Constitución celebrando un referéndum el 1 de octubre para que Cataluña pueda convertirse en un Estado independiente con forma de república. Pero el Gobierno sigue sin creer que vaya en serio y sólo actuará, según confesó Méndez de Vigo, cuando pase de las palabras a los hechos. «Los pensamientos –explicó– no delinquen».

El problema es que los pensamientos y las palabras son cosas distintas. Los pensamientos no delinquen, pero las palabras sí. Conspirar para cometer un delito, de hecho, ya es delito. E invitar a otras personas a cometer ese delito, también. Si la conspiración o la invitación están asociadas a conductas tan serias como la sedición estamos hablando, además, de delitos graves. ¿Alguien imagina que un general anunciara en rueda de prensa, delante de su batallón, la fecha de un golpe de Estado y que ese gesto no tuviera consecuencias?

La inacción del Gobierno tiene poco que ver con el cumplimiento de la ley. Su cálculo es político, no legal. Y sólo acudirán al ordenamiento jurídico cuando les convenga políticamente. No sé si eso está bien o mal. Lo que sí sé es que su conducta no está guiada por el único propósito de ser fiel al estado de derecho. No le mueve sólo el respeto a la legalidad, sino el deseo de poder ganar la batalla sin tener que pegar un solo tiro. Por eso no quiere disparar primero. Aún cree que el adversario se batirá en retirada. Las batallas que no se pueden ganar dejan muchos cadáveres y escasos beneficios. A nadie les gusta darlas, por mucho que a la larga puedan inspirar cantares de gesta que acicalen la leyenda romántica de sus muertos.

Llevamos mucho tiempo oyendo hablar de la falta de voluntad de los independentistas de cumplir sus amenazas. El Gobierno cree que sólo tratan de hacer ruido, de agitar la estelada, de jalear los ánimos de los suyos, de amedrentar al adversario, de fortalecer sentimientos patrióticos, de llamar la atención de la comunidad internacional y de sacar a relucir los bajos instintos del Estado. Su pronóstico es que acabarán dando media vuelta, rasgándose las vestiduras por la actitud represora de un Estado fascista que les niega el derecho a decidir su futuro político, y volverán al discurso victimista de siempre para tratar de mejorar sus posiciones parlamentarias en unas nuevas elecciones autonómicas.

Una vez constatado que la comunidad internacional les ha dado la espalda, que la Comisión de Venecia ha asumido los argumentos del Gobierno de España y que el «Pacte Nacional pel Referèndum» se ha negado a avalar la vía unilateral, Rajoy está convencido de que Puigdemont ordenará el repliegue de los suyos entre llantos y berreos iracundos contra los liberticidas que subyugan su causa. Como diría Cervantes: «caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada».

¿Pero qué pasa si se equivoca? ¿Acaso no es mejor desarmar a un general golpista que ya ha puesto fecha a su amenaza antes de darle la oportunidad de que la consume? ¿No es mejor evitar que haya víctimas a tener que contabilizarlas? Es difícil saber si el acto en el patio de los naranjos del Palau de la Generalitat es un farol. Pero, desde luego, no suena a eso. El mensaje de Puigdemont suena más bien a otra cosa: da igual lo que le hayan dicho sus expertos, señor Rajoy. No podrá usted ganar esta batalla sin pegar un solo tiro. Tal vez me obliguen los de la CUP a ir a una carnicería a punta de bayoneta, sí, pero ya puestos, si hemos de ir, por muy poca gracia que me haga convertirme en mártir, que es una condición reservada a los muertos, vayamos con todas las consecuencias. Asuma el precio de disparar contra todos nosotros. Yo no pienso dar la orden de retirada.

Nada me gustaría más que equivocarme, ¿pero alguien apuesta pincho de tortilla y caña?.

LUIS HERRERO – ABC – 10/06/17