ARCADI ESPADA-EL MUNDO

SEDDELEX

El juez Marchena decidió que el juicio fuera televisado. El principio de publicidad, argumentó. La aplicación de este principio al juicio tiene una extensión algo humillante. La misma que nutre del obligatorio toque europeo –jurisprudencial y político– hasta las más nimias decisiones del juez. Se trata de la necesidad, que el propio juez estuvo asombrosamente a punto de explicitar el primer día, de que el mundo entienda que la justicia española ha descartado la pasión de la venganza. El preso Junqueras hizo ayer un uso intenso y estricto del principio de publicidad. Durante un par de horas, con esa pedantería de monaguillo jubilado con la que dice ex ante y ex post, informó al mundo en prime time de dos asuntos íntimamente relacionados: que España no es una democracia y que él es un hombre honrado.

El arsenal de mentiras que utilizó fue abundante y un fact-checker (lo que antes se llamaba un periodista) se pondría literalmente las botas. Yo citaré solo dos. Presumió varias veces de que en 88 años de historia Esquerra Republicana no ha dado un solo corrupto. Cedo a la vulgaridad de chequearle el caso moderno de Jordi Ausàs que mientras fue consejero de Gobernación de la Generalidad se dedicaba al contrabando de tabaco. ¿Un corrupto? Un fumao. Pero Ausàs solo es la introducción a este párrafo tan explícito de Josep Pla: «De vez en cuando, la gente pregunta: ¿en qué consiste la política de Esquerra? ¿En qué va a consistir? Pues muy sencillo: va a consistir en tres años de anarquía sindical, de predominio de las ideas de la Asociación de Viajantes y el caviar correspondiente». Eso es. Esquerra y caviar. Dijo también Junqueras que el Estatuto de Cataluña del 2006, que el Tribunal Constitucional «devastó» –Junqueras, como está en Madrí, dijo devastó y vituperio– fue aprobado por el 74 por ciento de los catalanes. Yo no estaría aquí ciñéndole la faja si no hubiera añadido inmediatamente que entre los noes (20,7) estaba el suyo propio y el de su partido: «Porque nosotros queríamos más».

Pare aquí un momento la emisión, Marchena. En ese frame de Junqueras con la boca abierta. Pare la emisión, porque es probable que deba afrontar algún que otro chispeante mitin de los acusados. Eche un vistazo a la audiencia. Mire a ver si está Minder, o el Times ha enviado a algún alfabetizado. Observe si la editorialista de Le Monde está atenta. Y la BBC, sobre todo la BBC, que nunca los llamará convicted si ellos no se reconocen como tales. No quiera dios, Marchena, que en alguna esquina de aeropuerto Steven Pinker, que está llegando a Madrid y que ya tiene ideas muy someras (¡someres!) sobre el Proceso, se encuentre con el frame: solo un 5% de catalanes rechazaron el Estatuto del 2006, ¡votándolo en blanco! Lo que Junqueras les miente a todos ellos callándolo es que más de la mitad de la población (un 51%) no participó en ese referéndum.

Al principio de publicidad el preso sumó en su beneficio la ausencia –ciertamente devastadora– del principio de contradicción, al negarse a contestar las preguntas del fiscal. Y aún sumó algo más: la actitud contemporizadora del presidente del Tribunal que no interrumpió en un solo momento su fatuo mitin –y eso que el preso incluso se permitió darle el consejo de que esto no se arregla metiendo gente en la cárcel– ni los me-alegro-que-me-haga-esta-pregunta de su abogado. Ya que nadie iba a poder contradecir a Junqueras y dado el prime time, el juez Marchena habría podido poner algún cuidado en que las preguntas y las respuestas no rebasaran descarnadamente las líneas cruciales de los hechos. Pero, claro, a ver qué irán a decir en Estrasburgo sobre la libertad de expresión, derecho. La modernización de los usos judiciales supone también prever y encarar las consecuencias que tienen esos usos. Me decía una abogada, muy de parte, pero lista: «A un hombre que le pueden caer 25 años de cárcel hay que dejarle decir lo que quiera». Esta suerte de piedad se entiende en la cámara insonorizada de una audiencia tradicional. Pero se convierte en problemática –y en obligada meditación del juez– cuando un hombre no se dirige a las acusaciones ni a los abogados ni a los magistrados que han de juzgarle, sino a las cámaras, porque solo de ellas espera obtener la absolución.