Paro biológico

ABC 13/09/16
IGNACIO CAMACHO

· Un año sin legislar puede servir de cura depurativa para una política recalentada por el intervencionismo superfluo

PARA evitar las terceras elecciones sólo quedan actualmente dos fórmulas: un Gabinete de Rajoy en minoría muy minoritaria, que a duras penas podría tirar del país (en mayoría tampoco fue muy eficiente), o uno multipartito de izquierdas y nacionalistas que directamente se lo cargaría. Como ninguna de las opciones es muy esperanzadora quizá convenga hacer del defecto virtud y resignarse. Recurrir al pensamiento positivo, que está de moda entre los gurús emocionales. Bien mirado, este interregno de provisionalidad puede constituir una cura de adelgazamiento en una economía demasiado regulada y en una política cargada de intervencionismo superfluo. España es una de las naciones europeas que más leyes aprueban y menos las cumplen, por lo que un añito sin legislar tampoco va a destruir el Estado. Al contrario, no resulta descabellado pensar que aporte una cierta cuarentena regenerativa, o al menos, una pausa no agresiva para un mecanismo institucional recalentado. El empleo, que es la coartada más común para reclamar un Gobierno, se activa y desactiva solo conforme a los flujos estacionales. Como siempre. Los pueblos maduros y las sociedades civiles sólidas están acostumbrados a funcionar por su cuenta y no se afligen por falta de pastoreo; contrastada la poca calidad y nula eficacia de nuestros liderazgos públicos tampoco nos va a pasar gran cosa por circular una temporada con piloto automático. Eso de gobernar por gobernar está bastante sobrevalorado.

El Gobierno en funciones garantiza una estabilidad casi neutral y evita el peligro de sobregobernanza, perdón por el palabro. Es cierto que no puede tomar algunas decisiones necesarias, pero a cambio tampoco tiene a su alcance el poder de la arbitrariedad o el de la equivocación, que por desgracia son mucho más frecuentes en la experiencia comprobada. Un Gobierno en funciones no sube los impuestos, no se corrompe, no abusa, no coloca paniaguados (aunque lo intente, como con Soria), no reparte subvenciones discrecionales, no abarata los despidos, no recorta servicios, no emprende obras faraónicas ni impone caprichos ideológicos. Y sobre todo, ahí duele a los socialdemócratas de todos los partidos, tiene tasado por ley el gasto. En un Estado de déficit endémico debería ser obligatorio un ejercicio por década de presupuesto sabático. Algo así como una especie de paro biológico de la flota del derroche.

Además, y no es poco importante, en un país de tradición cainita el Gobierno en funciones, o el no-Gobierno, genera el único consenso social posible entre derechas e izquierdas: el de evitar que ejerza el poder el adversario. Habida cuenta del profundo sectarismo que evidencia el actual bloqueo, provocado por la imposibilidad casi metafísica de establecer acuerdos transversales, tal vez este vacío ejecutivo transitorio sea la mejor manera, siquiera temporal, de equilibrar ese encono tan porfiado.