Jesús Cacho-Vozpópuli

Sábado noche en casa de Artur Carulla, presidente de Agrolimen (Gallina Blanca y demás) y una de las fortunas que más han arriesgado en su apoyo al independentismo. En torno a la mesa hay gente importante del empresariado barcelonés, casi todos amigos de Artur Mas, la cohorte divina de Mas con masías de quitar el hipo en la Cerdaña, gente que se ha jugado su dinero, ha recibido el “cariño” de la Agencia Tributaria, y en los últimos tiempos ha dado un giro clamoroso hacia la prudencia, esa virtud de la política y la vida tan ensalzada desde Aristóteles y el esclavo de Adriano, encargado de recordar a diario a su amo el “Sé prudente”. Se habla del comienzo del juicio a los líderes independentistas, que es también el juicio al prusés, y hay mucha crítica, mucha indisimulada desafección, mucho interés por alojar el drama en la alacena del pasado y cerrarla con siete llaves para volver a lo nuestro, a nuestras empresas, nuestros negocios, ese nuestro patrimonio que estamos obligados a defender de estos locos, hasta qué, en un momento de conversaciones cruzadas, se alza la voz del anfitrión con una frase lapidaria: ¡que malament ho han fet tot…!       

Revelador: Carulla utiliza la tercera persona del plural, qué mal lo han hecho “ellos”, que la primera persona no existe para quienes han optado por plegar velas y no correr riesgos, incluso penales, después de haber consentido, primero, alentado, después, y financiado, siempre, la locura que hoy censuran en el inquilino de Waterloo y en su discípulo dilecto en la presidencia de la Generalidad. Con el empresariado indepe en discreta retirada, llega la hora de juzgar las conductas de quienes a sabiendas desafiaron tan gravemente la Constitución y las leyes. Uno de esos envites históricos, valga el tópico, en el que España se juega mucho, quizá se lo juegue todo, porque lo hace en las peores circunstancias posibles, con el país desencuadernado y el enemigo en casa, encarnado en un presidente del Gobierno al que sostienen los señores a punto de sentarse en el banquillo, partidarios todos de la ruptura de España. Ese es el envite.

El auténtico protagonista del espectáculo que se avecina en el antiguo convento de las Salesas Reales de Madrid no es Oriol Junqueras y sus ‘copains’, sino Pedro Sánchez Pérez-Castejón

Lo inquietante del caso es que quien, por razón de su cargo, debería emplear todos sus esfuerzos en lograr que este juicio le salga bien a España y los españoles, es un simple rehén del separatismo, un tipo cuyo futuro político está en manos de los enemigos de la felicidad de los españoles. La paradoja es que si este juicio le sale bien a España, le saldrá mal a Sánchez y sus planes de perpetuarse en el poder. Bien para España, mal para Sánchez y viceversa. Por eso, el auténtico protagonista del espectáculo que se avecina en el antiguo convento de las Salesas Reales de Madrid no es Oriol Junqueras y sus copains, sino Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Anda ahora mismo el presidente en una longitud de onda muy alejada de la estricta celebración de esta vista cuyo arranque se anuncia para el martes 12. Toda su estrategia y la de su círculo íntimo está centrada en lo que dentro de ese grupo de elegidos llaman a “la gestión de la sentencia”, la postsentencia, la utilización de ese fallo, muy probablemente condenatorio, para lograr la cuadratura del círculo que supondría consolidar al bello Pedro en la presidencia del Gobierno hasta el año 2024, como mínimo, con el respaldo, naturalmente, de separatistas catalanes, nacionalistas vascos y filoetarras de Bildu.

El argumento es sencillo: nadie mejor que nosotros para gestionar una sentencia que podría enviaros un buen porrón de años a la cárcel; nadie mejor que nosotros para, tras un tiempo relativamente breve de cumplimiento de pena –contando, además, con la que ya habéis cumplido en prisión provisional-, plantear la necesidad del indulto y lograr que salgáis a la calle con vuestros derechos políticos intactos. Imaginad por un momento lo que supondría que del cumplimiento de esas penas se hiciera cargo un Gobierno “de las derechas” encabezado por Pablo Casado o incluso por Albert Rivera. Lo sabéis de sobra. Esta es la partitura que estos días interpreta la vicepresidenta Carmen Calvo, primera de Cabra, en sus entrevistas secretas con Elsa Artidi, la portavoz del Gobierno de la Generalidad y jefa del PDeCAT, y la que Adriana Lastra distribuye en el Congreso como alpiste entre los grupos parlamentarios que apoyan a Sánchez. Es también la música que en Barcelona, y en nombre y representación del presidente, baila ese Fred Astaire del socialismo que es Miquel Iceta.

La partida de póquer de Sánchez

Para lo cual, prosigue el relato, es necesario que nos aprobéis de una vez por todas los PGE para este año, pero no solo eso, porque, con ser importantes, sin esos Presupuestos podríamos mal que bien tirar hasta completar la legislatura. Lo que os pedimos es bastante más que eso. Os proponemos una gran alianza consistente en renovar los acuerdos que hicieron posible la moción de censura del 31 de mayo pasado, y que se plasmaría en la reelección de nuestro candidato como presidente tras las oportunas generales y se extendería al resto de la legislatura, de forma y manera que en esos cuatro años podamos, además de gestionar la sentencia en el sentido antes citado, abordar definitivamente el encaje de Cataluña en una España confederal. Este es el plan, un pacto que va mucho más allá del litigio presupuestario para 2019, y que ambiciona nada menos que entronizar en el poder durante los próximos seis años a la actual mayoría parlamentaria contraria a la Constitución del 78. Un envite de enormes dimensiones. Una partida de póquer en la que Sánchez cuenta con cartas mucho más sólidas de lo que algunos podrían imaginar. 

Ello es así por las propias contradicciones del bloque separatista, un aparatoso decorado de cartón piedra tras el que se esconde una división que en el fondo no hace sino poner de manifiesto la debilidad de un movimiento identitario reñido con la razón práctica. Junqueras está por la labor de escuchar los cantos de sirena socialistas, y de hecho el líder de ERC ha intentado, a través de sus abogados, aplazar el inicio del juicio en la idea de ganar un tiempo precioso, apenas unas semanas que pudieran servir para aprobar los Presupuestos de la Generalidad en Barcelona con el apoyo del PSC, y los de Sánchez en Madrid con el respaldo separatista. Imposible imaginar que el independentismo pudiera suscribir las cuentas de Sánchez una vez iniciado el festival de luz y color que se anuncia en el Salón de Plenos del Tribunal Supremo. Junqueras no se lo va a poner fácil. Como condición inexcusable para llegar a ese gran pacto de legislatura, Esquerra le va a exigir que inste a la Fiscalía a retirar la acusación por delito de rebelión (La Abogacía del Estado ya lo ha hecho), además de garantías de que, en caso de condena y con independencia del posterior indulto, la pena no lleve aparejada la pérdida de los derechos políticos (elegir y ser elegido) de los condenados, exigencias cuya satisfacción no depende del propio Sánchez por mucha que sea la dependencia jerárquica de la Fiscalía.  

El enemigo común de Junqueras y de Sánchez no es otro que el loco de Waterloo, ese Puigdemont que sueña como única alternativa con reventarlo todo

Un episodio en el que se va a librar la última y quizá decisiva batalla de la guerra que mantienen los dos grandes bloques en que se ha dividido el separatismo. El enemigo común de Junqueras y de Sánchez no es otro que el loco de Waterloo, ese Puigdemont que sueña como única alternativa con reventarlo todo, en la febril esperanza de que en un escenario de hecatombe, el juicio final catalán obligue al mundo civilizado a intervenir, vieja quimera de la que siguen colgados los iluminati del separatismo, gente históricamente muy cobardona, dispuesta siempre a situase tras el burladero del tocata y fuga en cuanto ven aparecer sobre la arena apenas los cuernos de la simpática cabra de la Legión, pero que de inmediato se rearman de valor y, sin necesidad de opiáceo alguno, imaginan nuevos choques de trenes, nuevas fechas “históricas”, nuevos referéndums, con nuevas e incontenibles masas echadas a la calle en demanda de la Ítaca promisoria. Particularmente los ricos con masía en la Cerdaña.   

Los compromisos secretos de Sánchez

Nada sabemos de los compromisos que Sánchez está dispuesto a asumir, que tal vez haya asumido ya, para hacer realidad esa ególatra aspiración suya a convertirse en presidente vitalicio aun sin respaldo bastante de las urnas. Compromisos muy difíciles, si no imposibles, de cumplir por él mismo, y en todo caso inasumibles por un eventual Gobierno de la derecha que pudiera salir de las generales. Malos tiempos para el PP, perpetuo prisionero de la incuria de los Gobiernos Rajoy, aunque mejor cabría decir de la conducta delictuosa de Rajoy y su vicepresidente Soraya a la hora de hacer cumplir la ley y la Constitución en Cataluña. En el juicio al prusés podría quedar en evidencia la conducta culpable de la pareja en relación con los sucesos ocurridos en torno al 1 de Octubre, los desmanes de un separatismo que consiguió cargar en la cuenta de Policía y Guardia Civil sus propios excesos, y la existencia de imágenes de graves agresiones a esa misma Policía que han permanecido ocultas por el sorayismo de los collons y su perenne apelación al diálogo de sordos que siempre ha practicado el nacionalismo.

Naturalmente también habrá momentos para el sarcasmo, cuando no la pura carcajada, a cuenta de la palinodia que nos espera según la cual la República del 1-O nunca existió, porque todo era falso, apenas un juego de chicos traviesos, y no es verdad que incumpliéramos la ley y mucho menos protagonizáramos un golpe de Estado, que aquello fue casi una broma. ¿Y cómo recibirán esa estrategia de defensa las barras bravas del separatismo? ¿Lo tomarán como lo que es, una burla de vendedores de crecepelo? ¿Actuarán en consecuencia? ¿Dejarán de seguir el rastro de migas de odio que sobre la convivencia en Cataluña lleva años sembrando el flautista de Hamelín nacionalista? ¿Se atreverán a desenmascarar de una vez por todas a Jordi Pujol –muy mal de salud, por cierto- y sus profetas? Abandonemos toda esperanza. Se trata de un Movimiento identitario regido por esa fe que mueve montañas y condena con la excomunión a quien se para a pensar por su cuenta. Ese cáncer reclama una cirugía mucho más profunda y larga en el tiempo. De momento, roguemos a los Dioses que asistan a Manuel Marchena.