Peligro de regresión democrática

JAVIER TAJADURA TEJADA, EL CORREO – 31/01/15

Javier Tajadura Tejada
Javier Tajadura Tejada

· Ante la lógica de la representación política, el peligro del decisionismo de Podemos reside en que pretende neutralizar el valor del derecho como límite al poder.

La denominada ‘marcha del cambio’ organizada e impulsada por Podemos debe ser interpretada en el contexto de la estrategia global de la nueva formación política. Una estrategia cuyo objetivo confesado es «acabar con el Régimen del 78» y con lo que denominan la ‘casta’. La marcha forma parte de la lógica de la movilización militante que caracteriza a Podemos. Su objetivo es ocupar la calle y las plazas. Frente a la lógica de la democracia representativa cuya sede natural es el Parlamento, Podemos aspira a hacer presente directamente a lo que denomina la ‘gente’. Se trata de una peligrosa involución democrática. Nos retrotrae en el tiempo a épocas pasadas de infausto recuerdo.

Fue en los años 30 de la pasada centuria cuando la democracia representativa tuvo que hacer frente a unos contrincantes que pusieron en peligro su propia existencia. El Parlamento se convirtió en el blanco de todos los ataques. Frente a la democracia representativa se apelaba a una supuesta democracia directa o de la identidad, en la que la voluntad de las masas, la voluntad única de la gente debía imponerse sobre un Parlamento al que se le imputaban todos los males y desgracias del país. Todos sabemos cómo acabó aquello. Por lo que se refiere a nuestro país, la democracia representativa que articulaba la Constitución de la Segunda República fue combatida desde la derecha y desde la izquierda. Gil Robles, dirigente del principal partido de derecha, se mostraba partidario del Estado totalitario que encarnaba la voluntad única del pueblo. Largo Caballero, uno de los principales líderes del PSOE, apelaba a la vía revolucionaria para la consecución del poder. Pocos eran –y esa fue una de las causas que explican su trágico final– los que creían en la superioridad de la lógica parlamentaria.

La democracia de la identidad tuvo entonces a Carl Schmitt como uno de sus mejores y más lúcidos teóricos. Su colaboración con el Gobierno nacional-socialista alemán determinó que al terminar la guerra fuera apartado de la universidad. Ahora bien, en su retiro continuó escribiendo, y viajó frecuentemente a España (donde su hija se casó con un catedrático de Filosofía del Derecho de Santiago de Compostela). La influencia que ha ejercido su obra –durante décadas– sobre los cultivadores del derecho y la ciencia política en nuestro país ha sido notable. Sin embargo, nunca hasta el surgimiento de Podemos un partido político había asumido de una forma tan clara y notoria su doctrina: el decisionismo.

Para Schmitt, el Parlamento democrático representativo, por su fragmentación en partidos políticos, es incapaz de tomar decisiones y de resolver problemas. Frente a un Parlamento dividido se apela a una gran ficción, la voz única del pueblo, de las masas, de la gente: que el pueblo decida. El pueblo tiene derecho a decidir. ¿A decidir qué? A decidirlo todo. Estas son las bases ideológicas del totalitarismo. Puesto que si alguien puede decidirlo todo quiere decir que ya no hay ‘límites’. En la inexistencia de límites reside la esencia del Estado totalitario y su diferencia con el Estado constitucional. En el Estado totalitario, el pueblo puede decidir cualquier cosa: por ejemplo, y lamentablemente se trata de un ejemplo real, privar de derechos a una parte de la población por su pertenencia a un determinado grupo racial. En el Estado constitucional, por el contrario, no todo es decidible.

Pablo Iglesias lo ha formulado con toda claridad: «Cada vez que haya que tomar una decisión en Podemos que sea compleja y difícil propondremos que vote la gente». Ahora bien, la experiencia –como se vio en su día en Alemania– demuestra que la supuesta sabiduría de las masas es un concepto muy discutible. En los grandes problemas que afectan hoy a España: desempleo, creciente endeudamiento público, amenaza terrorista islámica, las ideas que puede aportar la ‘gente’ en general –prescindiendo de los que son especialistas en temas económicos, de seguridad u otros– serán tan valiosas como las que podrían aportar los pacientes de una sala de espera hospitalaria al cirujano que está operando en el quirófano.

El procedimiento de someter todo a votación popular es una fórmula que conduce al fracaso. Entre otras cosas, porque sólo se puede decidir entre el sí y el no. La superioridad del Parlamento, es decir, de un proceso deliberativo en el que puedan sopesarse y valorarse los distintos argumentos e intereses, y alcanzar una respuesta de síntesis, en suma, de articular el interés general es infinitamente mayor. Pero con ser eso grave, lo peligroso del decisionismo de Podemos es que con él se pretende neutralizar el valor del derecho como límite al poder. Lo que la gente decide no puede estar limitado por las normas jurídicas. Se trata del mismo discurso decisionista-totalitario que enarbolan los soberanistas catalanes. Y esto es lo que les lleva a defender la destrucción del ‘Régimen del 78’ y la apertura de un ‘proceso constituyente’, en donde cumplir su sueño de poder decidirlo absolutamente todo.

Para evitar que ese sueño se convierta en una pesadilla, quienes sabemos –porque de un conocimiento se trata y no de una mera creencia– que la Constitución de 1978 ha reportado a los españoles los más altos niveles de libertad y justicia de toda nuestra secular historia, tenemos que reaccionar y denunciar con contundencia los fallos del sistema (elevadísimo nivel de corrupción, oligarquización de los partidos, colonización de las instituciones). La democracia representativa configurada por la Constitución de 1978 requiere una reforma amplia y profunda, pero debe ser preservada. La alternativa decisionista a la lógica de la representación política conduce al totalitarismo.

JAVIER TAJADURA TEJADA, EL CORREO – 31/01/15