ABC-IGNACIO CAMACHO

Una moción de censura contra Torra no debe temer el fracaso porque la política también es un estado de ánimo

LA palabra que define a Inés Arrimadas es coraje. Sobre su arrojo frente a los nacionalistas, pese a algunos titubeos preliminares, ha forjado una reputación más que notable de enérgica defensora de los principios constitucionales. Tiene una imagen fresca, una oratoria vibrante y un compromiso civil a prueba de escraches con el que ha resistido el acoso de un régimen acostumbrado a aplastar a los discrepantes. Con ese equipaje consiguió encarnar la esperanza de la mitad de los catalanes, que vieron en su liderazgo el reflejo de su propia voluntad de no arrugarse. La victoria electoral de diciembre ha quedado, sin embargo, reducida a una especie de espejismo volátil, una ilusión transitoria a la que ni ella ni su partido han sabido dotar de anclajes políticos y emocionales, como si en el fondo se hubiesen resignado a que la mayoría separatista constituya una fatalidad inexorable.

Hoy existe una cierta desmovilización en ese electorado constitucionalista que hace un año estalló en una sacudida de hartazgo. Tanto Arrimadas como los dirigentes nacionales de Ciudadanos parecen haber renunciado al instrumento que podría reactivar ese músculo de rebeldía ahora relajado: una moción de censura que devolviese el protagonismo parlamentario a los vencedores de las elecciones frente a un bloque independentista incapaz de salir de su propio caos. Aunque no tuviese éxito matemático, la política es también en muchas ocasiones un estado de ánimo, y el del soberanismo atraviesa un flagrante colapso. Pocos momentos como éste habrá a medio plazo de devolver a la Cataluña de las banderas en los balcones la visibilidad que había logrado antes de que se vuelva a sumir en un pesimismo rutinario. No se trata de tomar el poder por asalto sino de insuflar entusiasmo y demostrar aliento largo frente a un secesionismo empantanado. La batalla es moral y por tanto no cabe el miedo al fracaso. Pero es que, además, esa moción representa un

win-win, una opción inevitablemente ganadora. No porque pueda, que no podría, desalojar a Torra, sino porque su mismo planteamiento sería en sí una victoria. En primer lugar obligaría a los Comunes –Podemos– a abandonar su falsa neutralidad anfibológica porque el lío de los votos anulados de los prófugos otorga a sus escaños capacidad decisoria. En segundo término, sacaría al PSC y al Gobierno de Sánchez de su zona de confort para ponerlos en una situación embarazosa. Ambos tendrían que decidir si dan oxígeno al nacionalismo o adoptan una postura consecuente con el sentimiento de la mayoría española. Ante un desafío de secesión no caben actitudes dudosas y ya va siendo hora de que cada cual asuma sus contradicciones sin coartadas apaciguadoras.

La cuestión es de audacia política, de atrevimiento para abandonar el conformismo contemplativo y sustituir la táctica por la bizarría. De perder una votación para ganar la iniciativa.