Petit-Marlaska y otras minucias

SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

El ministro del Interior considera que las pintadas de amarillo en la casa de un magistrado del Supremo que ha pechado con la instrucción contra los golpistas catalanes es «un suceso puntual» que no debe «generar alarmismo». Un suceso puntual, dice el otrora Grande-Marlaska. ¿Puntual? Quizá trató de decir aislado, único, singular. Paul Valéry había definido la sintaxis como una facultad del alma, pero se ve que el ministro, entre Valéry y su vicepresidenta Calvo, tiene clara la preferencia y de ahí que haya tirado de anglicanismo. Era en realidad un homenaje.

El caso es que nuestro Petit-Marlaska ya tiene dos sucesos puntuales. Y si contamos el ataque al coche del presidente del PPC, Alejandro Fernández, tres. Debo pedir perdón por haber considerado alguna vez que este tipo escribía la mejor prosa judicial en sus sentencias. Manda huevos.

Uno siempre estuvo en contra de la escenificación: cuando el alcalde Odón salía del Ayuntamiento y corría detrás de los borrokillas con el pecho ante los cócteles, ancho como las paredes y desabrochado como el señor de la gabardina; también cuando los consejeros del Gobierno vasco dejaban sus puestos de trabajo y se concentraban a las puertas de Lakua en silenciosa concentración para mostrar su repudio por el secuestro de Aldaya. Uno creía que el lugar de los responsables públicos era su despacho, impartiendo las órdenes precisas para que sus municipales disolvieran la mani y en su caso detuvieran a los activistas, o los ertzainas dieran con el zulo en el que los terroristas tenían secuestrado a José María Aldaya.

Claro que todo es empeorable. No habría estado mal que mi añorado Grande, Marlaska, y Lola Delgado hubieran hecho un gesto siquiera simbólico de repudio hacia la chusma que atacaba las casas del juez Llarena, y ya de paso la acción de sabotaje contra el coche de Fernández. La ministra de Justicia no se ha sentido concernida, por lo visto. Y la de Defensa ha dispensado este año a la alcaldesa más zafia de España de expulsar del Salón de la Enseñanza de Barcelona a los dos jefes del Ejército que explicaban a los interesados las salidas formativas y laborales en las FFAA. Margarita está linda la mar ahorra el trago a la Colau y prohíbe ella misma su asistencia.

Mientras, la chusma vocea contra los mítines de Vox en Murcia y grita: «Ortega, vuelve al zulo». Quienes vivimos aquellos 10 días de julio comprendidos entre la liberación de Cosme Delclaux y José Antonio Ortega Lara, y el secuestro de Miguel Ángel Blanco, no podremos olvidar la foto del funcionario de prisiones, viva imagen del horror y el sufrimiento, y tampoco olvidaremos aquel titular, puro cinismo, que colocó en la portada de Egin un redactor jefe que luego fue diputado general de Guipúzcoa: «Ortega vuelve a la cárcel». El pasado 15 de noviembre, ese espíritu de ETA había rebrotado en Murcia.

Hay señales de que el epicentro del caos no está ya en la Generalidad, sino en el mismo palacio de La Moncloa. No todo está perdido, sin embargo. El doctor Plagio ha llevado discretamente la contraria a sus socios de Gobierno, republicanos airados todos ellos, y ha echado un piropo al Rey. Para ello se ha tenido que ir a Guatemala, a 8.600 kilómetros de Madrid.