Podemos y la violencia

LIBERTAD DIGITAL 20/10/16
EDITORIAL

· Podemos pretende controlar las universidades, la cultura y la vida intelectual como un paso previo a la dominación política.

El fracaso electoral de Unidos Podemos –una coalición diseñada para alcanzar el poder y que se ha quedado en 71 diputados- está teniendo como una de sus primeras consecuencias la radicalización del discurso de Pablo Iglesias y, como hemos visto en las últimas horas, un peligroso deslizamiento hacia posiciones aún más demagógicas y a la justificación, cuando no el uso, de la violencia.

El motín en el CIE de Aluche nos ha permitido ver lo peor de un partido que no tiene ningún reparo en utilizar una situación de emergencia en el orden público para hacer su peor demagogia, lanzar gravísimas acusaciones a las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y demostrar, una vez más, que no han venido a gestionar instituciones tan importantes como el Ayuntamiento de la capital de España, sino a hacer propaganda barata.

Carmena y sus concejales han hecho un ridículo fenomenal en un área en la que no tienen competencias, en una situación en la que nadie les ha nombrado interlocutores y en un conflicto que, como ha demostrado la Policía, podía solucionarse de forma pacífica si se dejaba trabajar a los profesionales en lugar de a un grupo de activistas del tres al cuarto.

Más grave aún es, probablemente, lo ocurrido en la Universidad Autónoma de Madrid. Libertad Digital es, sin duda, uno de los medios que más ha criticado a Felipe González y a Juan Luis Cebrián, pero una cosa es la crítica política o intelectual, que puede ser durísima, y otra muy diferente usar la violencia de la mano de proetarras para expulsar a dos conferenciantes –sean quienes sean- de una universidad a la que han sido invitados.

Como abiertamente afirmaba Íñigo Errejón hace sólo unas horas, Podemos pretende controlar las universidades, la cultura y la vida intelectual del país –»hemos de dirigir el rumbo cultural de nuestro país», decía- como un paso previo a la dominación política. Y obviamente no van a hacerlo por la calidad de sus penosos argumentos, sino por el método que con tanto éxito puso en marcha la ETA –a cuyos amigos recurren, tal y como hemos visto este miércoles- o al que ha recurrido también el nacionalismo catalán: usar la violencia y la intimidación para expulsar del tablero de juego a todo aquel que no comulgue sumisamente con sus disparatadas ideas.

Caído el disfraz electoral, los que se presentaron a las elecciones como «la sonrisa de un país» desvelan de nuevo la realidad detrás de aquella máscara: la de un grupo de arribistas y ultras dispuestos a todo para alcanzar el poder y que no vacilarán en usarlo de la peor manera si, esperemos que no, logran algún día su objetivo.

Cabe preguntarse si los cinco millones de españoles que les apoyaron electoralmente son conscientes de a quién han dado su voto. Es de temer que algunos sí, pero ahora que estamos viendo su verdadero rostro muchos no podrán sino apartarse de un partido que no está dirigido por demócratas al uso, sino por revolucionarios violentos que añoran las checas y las guillotinas.