Iñaki Ezkerra-EL CORREO

Lo del jueves fue el pleno de la mortificación; un homenaje a la culpa judeocristiana

Pedro Sánchez pasará a la Historia por dos hechos insólitos en la política de todos los tiempos: por ganar una moción de censura sin ser parlamentario siquiera y por convocar un pleno de investidura con el único y exclusivo objetivo de señalar a los culpables de que él no saliera elegido. De la política enano-burguesa y cateto-vetónica del ‘qué dirán’ («qué dirán si me ven pactar con Ciudadanos», «qué dirán si me ven pactar con el PP», «qué dirán si me ven pactar con Podemos»…) Sánchez ha pasado a la política cuaresmal, penitente, nacional-católica de la culpa. Estas cosas ocurren cuando nada es lo que es; cuando la derecha es más jacobina y socialdemócrata que la izquierda o cuando tenemos una izquierda nacionalista, timorata y meapilas: los monstruos reaccionarios expulsados por la puerta grande del progreso regresan por la ventana del progresismo. Y así lo del jueves fue el pleno de la mortificación; un homenaje a la culpa judeocristiana. El monotemático guión de Sánchez era presentar como culpables, para que las urnas los castiguen en los próximos comicios, al PP, a Ciudadanos, a todos, pero «prioritariamente» a Pablo Iglesias. En la frase que lanzó Adriana Lastra se veía la torpe mano de su jefe: «es la segunda vez que usted impide que España tenga un gobierno de izquierdas».

En estos trances de desacuerdo, al PNV le gusta siempre hacerse el juez imparcial, el árbitro; y regañar a todos como si estuviera en un estatus moral superior. Pero Aitor Esteban llegó más lejos que nunca al osar explicarle a Iglesias que «el cielo se conquista nube a nube». Como si él hubiera llegado hace mucho a la gloria celestial de los justos y nos hablara a todos desde su larga experiencia sentado a la de derecha del Padre. Aún así, la más inspirada, para mí, fue la intervención de Rufián que llegó a rizar el rizo de la culpa: «Septiembre nos complica la vida a todos». Rufián hablaba en clave prosopopéyica, como si septiembre tuviera vida propia y unas insanas intenciones ajenas a él. Hablaba como si no fueran él y su partido quienes quisieran complicarnos la vida en ese primer mes del otoño en el que se juntarán la sentencia del ‘procés’ con las movilizaciones de la Diada. Hablaba, en fin, como si septiembre no fuera el propio Rufián en persona. Y citaba a Chomsky para hacerse el izquierdista cuando su discurso era el del Confiteor cristiano que asume la culpa sólo como un recurso retórico para, acto seguido, arrojársela, al vecino: «la única pregunta que cabe hacerse es cuánto tiempo, cuántos meses, cuántos años, todos, toda la izquierda, tenga la bandera que tenga en el logo, nos vamos a arrepentir de lo de hoy».

Y frente a ese pleno del ‘mea culpa’, la satisfacción de una derecha que también debería sentirse culpable de haberse dinamitado a sí misma en vez de celebrar que la izquierda se empiece a parecer a ella.