¿Por qué lo llaman amor…?

EL MUNDO 06/10/16
TEODORO LEÓN GROSS

Era inevitable la ironía ácida sobre el Partido Socialista de Andalucía al rescate del Partido Popular de Rajoy para desbloquear la gobernabilidad: ¡Pues claro, son los dos gobiernos más corruptos del siglo XXI, Dios los cría…! En fin, ese es un balance quizá injusto con Pujol y la imponente ciénaga del nacionalismo catalán bajo el oasis, pero nadie les discutirá sus méritos. De hecho, representan dos auténticas anomalías: la hegemonía socialista durante cuatro décadas en Andalucía a pesar de los escándalos y el lastre de un paro que avergüenza incluso al Vaticano; y el poderío electoral del PP incluso imputado por corrupción como partido, Gürtel, caja B, sobres, Púnica y un retablo delictivo de vértigo.

Más allá de la ironía, sin embargo, ese acuerdo de investidura era una opción sólida tras el 20-D, e inevitable desde el 26-J: PP con 137 y un pack de 170, Podemos incompatible con Ciudadanos, y todos con los independentistas… Ese sudoku de líneas rojas interpelaba a los grandes partidos. Y Sánchez no entendió su situación estratégica (es lógico que le dieran palizas al parchís, como él mismo confesó en Twitter; y suerte que no era póker): antes o después el no es no sería sí es sí, por terceras elecciones o por claudicación. Ni él ni su barra brava aceptaban la realidad: todas las opciones eran malas, pero al menos podían rentabilizar una abstención negociando reformas e irse a la oposición con protagonismo parlamentario. Resultado: el PSOE tenía una posición negociadora incomodísima pero razonablemente fuerte y ahora ha quedado en una posición incomodísima pero además muy débil. Gran chapú.

La imagen más repetida estos días en las viñetas, casi canónica, es Rajoy con un puro viendo al PSOE desmoronarse. Resulta asombroso ese status con Gürtel y las Black abriendo los telediarios, pero así están las cosas, por cortesía del PSOE con su reacción tardía y autodestructiva en el Comité Federal. Y aunque la Gestora trate de sacar músculo retando al PP a no poner condiciones, Rajoy les espera como un negociador de la guerrilla en La Habana: fumando cómodamente sin sobresaltos. Tras meses pidiendo al PSOE árnica para ser investido por Razón de Estado, ahora no se va a privar de aprovechar la ventaja: para el PP sería incómodo vender el relato de ir a unas terceras elecciones, pero el riesgo es de largo mayor para un PSOE hecho trizas.

Es una ingenuidad creer que todo esto servirá de lección. El hartazgo con la clase política viene de lejos –la serie del CIS es implacable– y no hay reacción. El PSOE debería revisar la demonización de la derecha. La negación del rival no da para ser alternativa –de hecho Podemos los odia más y mejor– y en este trance casi se autodestruyen por dramatizar la abstención hasta el absurdo. También el PP deberá revisar su incapacidad para el consenso; en la legislatura, Rajoy no concedió una sola mano a la oposición. El diálogo y el pacto es de 1º de Cultura Democrática. Y no se requiere fidelidad eterna, sólo pragmatismo. Algunos se empeñan en confundirlo con amor, como diría Groucho, cuando sólo se trata de sexo.