Postdatas

JON JUARISTI – ABC – 23/04/17

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· Ante la ausencia de consensos, cunde la política del sacrificio humano.

Confieso que estos días me cuesta reprimir la sonrisa al ver desfilar cadáveres exquisitos de quienes sufrí en su día ofensas gratuitas, y no me refiero a Esperanza Aguirre, cuya aflicción me entristece, aunque no el objeto y causa de la misma. Me gustaría pensar que sus lágrimas se deben más a la indignación por haber sido engañada que a compasión y amistad, más allá del engaño, hacia los colaboradores que le han salido fules (con todo, no estoy seguro de ello).

En fin, lo siento de verdad por Esperanza Aguirre, pero el destino ha sido lo bastante generoso conmigo como para dejarme saborear un par de platos todavía calientes de eso que casi siempre se come frío. No voy a permitirme, sin embargo, el mínimo regüeldo público de satisfacción, así que pasemos a otra cosa.

En 1970 publicó Octavio Paz su tardía Postdata a El laberinto de la soledad. Aquel nuevo ensayo trataba más de la política mexicana que de la metafísica del mexicano, y se ocupaba, sobre todo, del peso del simbolismo sacrificial del México precortesiano en la liturgia política del PRI. Hacía sólo dos años que la matanza de la plaza de Tlatelolco había rescatado para el imaginario nacional la centralidad de los sacrificios humanos en los imperios maya y azteca, evocados por el arte de la Revolución como civilizaciones pacíficas y humanistas, dedicadas a la agricultura y a la astronomía.

Quizá Paz exageraba al descubrir en el paisaje cultural de México e incluso en la forma geográfica del país un fatalismo que hacía inevitable la recaída cíclica en lo sacrificial (el mapa de México parece una pirámide invertida, lo mismo que su orografía, con la alta meseta de Anáhuac en el centro de una inmensa planicie).

Pero acertaba al indicar que la preceptiva no reelección del presidente de la República, al final de cada sexenio, lo convertía en víctima propiciatoria perfecta en la que expiar la corrupción del partido del Gobierno y aplacar así el descontento popular acumulado. Como la víctima del sacrificio humano, el presidente escalaba la Pirámide del Sexenio para recibir en la cúspide una muerte simbólica mediante la persecución judicial, el deshonor y el destierro.

Algo parecido podría acabar instalándose en los gobiernos autónomos españoles si la tendencia actual (Cataluña, Andalucía, Murcia, Madrid) prosperase. Obviamente, peor sería que la corrupción de los gobernantes quedara impune. El problema es que parece difícilmente evitable que la corrupción cunda. La administración local ha sido en todas partes la gran escuela de la delincuencia política, y en España, a la administración local se añade la intermedia, la autonómica, con toda su complejidad normativa que favorece la opacidad. Es cierto que lo mismo pasa en otros países con organización territorial descentralizada, que soportan un índice de corrupción endémico más o menos elevado.

Posiblemente, la generalización ritual de los sacrificios humanos nos ayudará a superar el riesgo de conflicto civil en tiempos de ausencia de consensos básicos. La gente se calma bastante ante el espectáculo de una buena humillación penal del poderoso, como en las antiguas catarsis trágicas, lo que siempre es mejor que nada ante el eclipse de las religiones.

El truco, como ya advirtió Octavio Paz, consiste en establecer ciclos sacrificiales regulares, al estilo de los sexenios mexicanos (inspirados en los ciclos cósmicos aztecas y mayas), que anticipan el goce colectivo de la inmolación anunciada. Es su falta lo que acaba destruyendo los sistemas donde el gobernante pretende eternizarse, como el bolivariano sin ir más lejos, propiciando de ese modo masivas y crecientes disensiones.

JON JUARISTI – ABC – 23/04/17