ABC-JON JUARISTI

Urge una defensa pragmática de la monarquía constitucional

DE los dos años escasos que duró la I República española, el primero, presidido por los federales (o sea, por la izquierda de aquellos tiempos), vio añadirse a la guerra civil –ya en curso– una insurrección federal contra el Gobierno federal. Los federales en el Gobierno eran catalanes del Ampurdán (por entonces la comarca más caótica y violenta de España, según la acreditada opinión de Josep Pla); los federales insurrectos, murcianos de Cartagena, alcoyanos y gente bronca de otros cantones. Al final intervinieron los militares y cerraron el Congreso. Afortunadamente, como los bakuninistas en acción no tenían partido y no había aparecido todavía el PSOE, la federal se vino abajo en un pispás y no hubo que lamentar aquí Comunas de París. Quedaba el carlismo en armas, claro, pero venía de antes de la República. Lo verdaderamente original de 1873 fue ver a la izquierda liarse a tiros con el Gobierno de la izquierda. Una vez llegados a esta aporía, la Restauración fue recibida por liberales y conservadores como única solución pragmática entre don Carlos y el petróleo, que tal había sido la disyuntiva planteada en 1872 por el canónigo Vicente Manterola: o carlismo o revolución. Pues bien, la opción pragmática fue entonces Alfonso XII. Como si dijéramos, el término medio aristotélico.

La forma republicana funcionó en otros pagos y por las mismas fechas como opción del liberalismo pragmático. Sin ir más lejos, en Francia, donde, tras cincuenta y seis años de monarquías inestables, la Tercera República se instauró para perdurar casi setenta a través de la Gran Guerra y de graves crisis políticas que la pusieron más de una vez al borde de la guerra civil. Cánovas fue un gran admirador de la Tercera República francesa, pero acertó al suponer que lo más cercano a ese modelo en España sólo podría alcanzarse mediante una monarquía a medias liberal y un bipartidismo oligárquico, toda vez que las otras alternativas pasaban por la banda de la bomba orsini, por la del Cura Santa Cruz o por el cuartelazo ininterrumpido. El sistema canovista aguantó casi medio siglo.

No voy a meterme en el espinoso e instructivo asunto de cómo se las arregló la Segunda República para copiar el modelo de la Primera (española) mientras fingía seguir el de la Tercera (francesa). ¿Alguien se imagina a los socialistas de Blum montándole a esta última una insurrección armada? Los socialistas españoles lo hicieron contra una república que ellos habían traído y a la que colocaron una constitución de izquierda. Nada semejante se había visto en Europa occidental desde los cantonalistas españoles de 1873. En la oriental, sí: el golpe bolchevique de 1917 contra el Gobierno socialista de Kerenski. En ninguno de ambos casos fue posible una salida liberal pragmática. Octubre del 17 trajo el soviet; octubre del 34, el franquismo.

La mayoría de los antifranquistas de 1975 no éramos monárquicos. Y no nos volvimos monárquicos por devoción a la Corona ni porque a la fuerza ahorcasen, sino por puro pragmatismo. Como Cánovas, admirábamos a las repúblicas democráticas, pero terminamos por admitir que lo más cercano a tal modelo era la monarquía constitucional y el mal llamado por los comunistas «régimen del 78», y por eso deploro que, en medio del guirigay que se ha montado esta semana en el Congreso durante los perjurios republicanos de la Constitución amparados por los socialistas, no se alzara una voz como la del escritor colombiano (y premio Cervantes) Álvaro Mutis, el cual, siempre que sus amigos españoles comenzaban a echar pestes de la monarquía en su presencia, cortaba por lo sano al grito de «¡Silencio, cabrones! ¡Viva el Rey!».