Pretérito imperfecto

ABC 12/10/16
IGNACIO CAMACHO

· La Historia hay que asumirla y desde luego aprenderla. Lo que no se puede es cambiar desde el revisionismo ideológico

NINGUNA Historia representa un motivo unívoco de orgullo nacional porque todas están tan salpicadas de sangre y de fracaso como de nobleza y de gloria. El pasado simplemente se asume como parte de una identidad colectiva; se asume y a ser posible se aprende en lo que tiene de lección sobre nosotros mismos, en lo que sirve para explicar lo que actualmente somos: el resultado de una cadena de decisiones de otros. Lo que no se puede es cambiar, como pretenden tantas y tan frecuentes interpretaciones, casi siempre totalitarias, de revisionismo ideológico.

La izquierda contemporánea comete en España el mismo atropello histórico que el franquismo: intenta rescribir el relato del tiempo vencido con un sesgo sectario para encajarlo a martillazos en el esquema de sus prejuicios. Utiliza el ayer como un palimpsesto en el que va borrando caracteres para trazar sobre ellos el garabato de una interpretación anacrónica. Ignora el principio esencial de la sincronía para juzgar con criterios actuales los hechos remotos, ahormando la narración a conveniencia de un designio prestablecido por la ideología. Puede convertir una contienda de sucesión dinástica en un conflicto de secesión territorial. En ocasiones, como ocurre a propósito de la guerra civil, trata incluso de manipular el desenlace mediante dudosas medidas retroactivas. No siente interés por la memoria sino como fuente de una torcida legitimidad política.

El último de esos enfoques tendenciosos afecta al proceso de conquista y colonización de América. El origen bolivariano del populismo español le ha llevado a suscribir sin mayores matices las tesis indigenistas, que abominan de la epopeya colombina como un episodio de imperialismo genocida. El papel referencial del 12 de octubre como símbolo de la identidad española en el mundo choca con la mentalidad disgregadora de un adanismo que se considera dotado del poder de reconstruir incluso el pretérito imperfecto. Si se tratase de una historicidad iconoclasta podría entenderse como parte de la furiosa cultura de la destrucción: también los talibanes borran las huellas de todas las etapas anteriores a su llegada. Pero la chusca estulticia de las iniciativas populistas, su primario antiespañolismo, su banal manipulación retórica, su extravagante ausencia de rigor documental, demuestran que estamos ante una desnuda manifestación de analfabetismo agravada por el espíritu de revancha. Un simple fracaso pedagógico.

El verdadero progresismo siempre ha mirado hacia adelante en su esfuerzo de avance histórico. Se ha proyectado hacia el futuro para dar grandes saltos cualitativos capaces de modificar la inercia del pasado. A nosotros nos han tocado en este tiempo incierto y confuso unos progresistas de barraca agitados por un rencor ignorante. Unos salvapatrias disfrazados de profetas que retuercen la Historia porque se saben incapaces de cambiar el porvenir