Francesc de carreras-El País

Ahora los moderados son los de Junqueras y los extremistas los del incontrolado Puigdemont

Las pasadas elecciones catalanas sirvieron para dejar claras algunas cosas pero no una muy importante: quién será el próximo presidente de la Generalitat. En muchas ocasiones esta incógnita queda despejada en la misma noche electoral. Esta vez no ha sido así. Hubo algunas sorpresas.

La primera fue el claro triunfo de Ciudadanos al situarse como primer partido del Parlament, tanto en escaños como en votos. Supone un cambio de mentalidad en una parte de la sociedad catalana que merece ser analizado con más calma en otro artículo. La segunda sorpresa fue que la antigua Convergència, en esta ocasión bajo el nombre de Junts per Catalunya, obtuviera más votos y escaños que Esquerra Republicana, cuando un mes antes nadie hubiera apostado por este resultado sino por el contrario. La causa de este cambio tiene un nombre: Puigdemont.

En efecto, Puigdemont salvó el honor de su partido, impidió que por primera vez ERC fuera el partido líder del nacionalismo catalán. Lo salvó, todo hay que decirlo, con una estrategia nada convergente, muy alejada del estilo propio de los viejos tiempos, una estrategia parecida a la que ha utilizado a veces Esquerra y, actualmente, la CUP: rompiendo con todas las reglas del juego político habitual en las democracias serias y consolidadas. Lo que son las cosas, desde el relativo confort que supone vivir en Bruselas, Puigdemont ha ganado a Junqueras encarcelado en Estremera, un pequeño pueblo cercano a Madrid: con las armas de ERC ha ganado a ERC.

Pero, además de salvar el honor electoral de su partido, ¿lo ha convertido a su vez en un partido distinto, hecho a su medida? Creo que sí, que esta es la realidad.

Ciertamente, en la antigua Convergència, hasta Artur Mas por lo menos, convivían dos grupos muy distintos: la derecha moderada, urbana, empresarial y profesional, poco dada a extremismos nacionalistas, por un lado; y el nacionalismo comarcal de pequeños y medianos empresarios, rural y campesino, con tradición familiar en la Lliga y en el carlismo, que en los dos últimos decenios oscilaba entre CiU y ERC. Puigdemont, convergente de Girona, es decir, comarcal, se ha apoyado preferente en este último sector y, por consiguiente, ha cambiado la naturaleza del partido. El indefinido PDeCAT no alzaba el vuelo y Puigdemont le ha dado alas. Ahora los moderados son los de Junqueras y los extremistas los del incontrolado Puigdemont. Así de imprevisible es la política catalana.

Por todo ello, atreverse a pronosticar lo que pueda suceder en las próximas semanas es de una gran imprudencia. Todo es posible y, seguramente, lo más inesperado es lo que va a ocurrir. El maldito embrollo catalán, tan cansino, sigue y seguirá.