Editores-Eduardo Uriarte

Cuando hacíamos la propaganda en multicopista, allá por la dictadura, cuando ninguna empresa mediática ni especialista en comunicación se arriesgaba a meterse en política, llegó a mis manos un librito, “La propagande Politique”, de un líder católico de la resistencia francesa llamado Jean Marie Domenach. No me acuerdo de mucho, luego he tenido que leer sobre el tema y aquello era sobre todo una guía para militantes antifascistas (cuando el antifascismo era antifascismo). Pero algo me quedó en el recuerdo, el pernicioso “efecto saturación” que puede provocar en la audiencia el excesivo y repetitivo ejercicio de un mismo mensaje.

Eso fue cierto hasta la revolución mediática actual, porque hoy la gente está más desamparada ante sus campañas. Ahora el receptor, el lector, el oyente, con un bagaje intelectual y humano, sospecho que inferior al de aquellos años, y por lo tanto con menor capacidad crítica, y ante el acoso de las nuevas tecnologías que ha convertido su cerebro en un accesible queso gruyere al alcance de cualquier desalmado publicista, soporta la redundancia de los mensajes con un servilismo casi medieval.

Estamos en el momento ideal que Goebbels hubiera deseado, donde una mentira, simple ella, a base de repetirse acaba volviéndose verdad. Y porque la tecnología actual, muy superior a los medios radiofónicos y gráficos que los nazis usaran, permite acceder al receptor por todos los flancos, incluso cuando este no quiere ser asaltado por los mensajes. Las fake news se usan porque en esta sociedad son verdades.

Siento creer que el bagaje de experiencias humanas y culturales de aquella generación de la multicopista era superior a la actual, a pesar de padecer una dictadura y una tutela católica insoportable, o quizás por ello. Tengamos presente, también, que, en tiempos de crisis social, como el actual, la influencia de los mass-media en la opinión pública es muy superior a la de momentos de estabilidad -cosa descubierta por los sociólogos de la comunicación en la crisis de los años treinta del pasado siglo-. Las fake news son tomadas como verdades por amplias masas porque estas están en disposición de aceptarlas, hay un terreno mental apropiado en la opinión pública para su recepción.

En estos momentos las opiniones, como los votos, son volátiles, al pairo de maniobras mediáticas por zafias que fueren. El desenterramiento del Caudillo y del enfrentamiento, el que viene la derecha, o los votos que se van a perder si no se le vota a Casado, son los trazos repetidos y simplones que sobrevuelan las conciencias de los electores.  Luego vienen los mensajes menores, dentro de esos contextos estratégicos, que van remachando las opciones personales con textos reducidos a consignas. Algo que en mi época de la multicopista lo hubiéramos rechazado por charlatanería.

El que lo hace mejor

El que lo está haciendo mejor para sus intereses electorales, poniendo toda la maquinaria institucional a su servicio, es Pedro Sánchez. No sé si el PSOE que salga de ésta podrá ser sucesor del de Felipe González, pero Pedro con su camarilla está haciendo una campaña singularmente ventajista y avasalladora a expensas de no dejar nada vivo, o resucitar a los muertos de la guerra, con el fin de abonar un espacio donde el discurso de la izquierda, es decir, él, sea el único valladar y garante de que la vieja derecha hija del treinta y seis no vuelva al Gobierno. Este discurso estratégico lo apuntala con los viernes sociales salidos de los presupuestos de todos, y excusa llamar la atención reprimiendo la rebeldía del nacionalismo catalán.

Lo tiene claro, él contra la derecha, y si quieren los nacionalistas -o esa gente buenista que cree que hablando se arregla todo- cuartel en su represión, intentar un acuerdo, o incluso un indulto, ya saben quién tiene que ganar. Fruto que recogerá el PSC en Cataluña porque lo que la gente quiere es que se arreglen las cosas de la forma más amable posible, aunque sea imposible. Es decir, lo que quiere la gente en estos tiempos de crisis es que les cuenten un cuento.

Hubiera sido más beneficioso para el país un partido como el que condujera Javier Fernández desde la gestora que defenestró a Sánchez. Bajo su gestión el grupo mayoritario, la derecha, pudo formar Gobierno, y se abrió un cauce de estabilidad política que desaprovechó Rajoy incapaz de hacer frente a los problemas políticos y de corrupción interna que se le presentaron. Pero lo que fuera bueno para la generalidad social posiblemente no lo fuera para un PSOE carente de respuesta política a las nuevas situaciones generadas por la crisis económica y amenazado por el populismo de izquierdas.

Lo que ha hecho Sánchez es apoderarse de ese populismo y de sus formas agresivas de enfrentamiento, hasta del decisionismo fáctico predicado por el teórico pro antisistema Laclau -enfrentamiento con la derecha e inhumación de la guerra civil-, aprovechando que Pablo Iglesias había enterrado su proyecto y su caudillaje en Galapagar. El nuevo caudillo de la izquierda es Sánchez, en una reformulación populista de un PSOE que muy probablemente poco tendrá que ver con el modelo social-liberal de González.

Problemas para el resto

En el otro lado Casado se confunde de adversario. Está dispersando su energía sin descubrir todavía quién es su oponente electoral. En vez de reafirmar su liderazgo como representante de la fuerza con capacidad alternativa a Sánchez, desgasta sus pocas posibilidades de triunfo acosando a Ciudadanos. Su campaña debiera consistir en enfrentarse a Sánchez, en hacerse reconocer como líder alternativo, no en buscar el desgaste del partido de Rivera, o manifestar hasta la saciedad que el voto que no se dirija directamente a él lo va a capitalizar Sánchez. Expón méritos para que no voten a otros de derechas y deja de amenazar que todo voto que no recibas beneficia al adversario. En las campañas se debe de ir de frente, no contra los costados, porque así se acaba en la derrota.

Ciudadanos no funciona mal llamando la atención mediante fichajes estelares, pero no debiera, seducido por las lentejuelas de la comunicación, desertar de sus orígenes de movimiento cívico y cuidar mucho más la política de campo, la que se hace en contacto con la gente y con los militantes. Ciudadanos es electoralmente volátil porque no tiene textura militante, aunque en Cataluña surgiera de la militancia cívica, y porque carece de medios de comunicación afines que sostengan su discurso cuando llegan elecciones. Hoy parece haber perdido su relación con sus orígenes épicos centrándose de una manera desproporcionada en una comunicación mediática que se quiebra durante las campañas electorales.

Esta sublimación de la comunicación a través de los medios de difusión aparta a sus líderes de la política sobre el terreno. Sus líderes no se prodigan en el contacto con la gente, ni viajan por la geografía, se mueven en las ondas, con sus discursos unidireccionales. Y esta dependencia, y una concentración de los mensajes en muy pocas personas, le va perfilando como un partido tradicional con tendencia al culto del caudillaje.

Con una militancia distante es incapaz de resistir el acoso de las corporaciones mediáticas al servicio de los viejos partidos. Sin una militancia atendida y mimada por la dirección, formada y encuadrada para resistir los embates electorales C´s verá repetidamente descender sus expectativas de voto, porque su capacidad de resistencia sólo podrá residir en la robustez de su colectivo humano. Y, sobre todo, debiera entender que, aunque sea beneficioso a todo partido abrir sus puertas a experiencias y personas ajenas, no puede extrapolar comportamientos empresariales o profesionales a lo que es la acción social por excelencia: la política. Esta necesita de una cierta pasión y vocación personal, incluso generosidad y sacrificio, que no es similar al del mundo empresarial, aunque dichas experiencias supongan un cierto aval.

C’s, que buscaba convertirse en el centro bisagra moderador, el necesario aglutinante de la estabilidad institucional ante la radicalidad centrífuga del PSOE y el PP, ha padecido el calumnioso apelativo desde las filas del sanchismo de formar parte del tridente de la derecha cuando es la única fuerza que apoya una alternativa transversal como la de Valls en Cataluña. Es cierto que estuvo en Goya, pues Sánchez negociaba con los procesados por secesión, pero también mantiene su relación con una transversalidad que no por testimonial deja de ser necesaria en pro de la futura estabilidad política. Aunque mucho es de temer que el encuentro político en España sea más un deseo que una posibilidad, tal como se está marcando las reglas del juego y los mensajes usados por el que hoy detenta el poder.

Así pues, más realidad y menos propaganda. Y esto para todos.