IGNACIO CAMACHO-ABC

 

El pensamiento Disney es la consecuencia de un movimiento de renovación que ha ido a buscar dirigentes a la guardería

ZAPATERO trajo a la política el «pensamiento Alicia», en feliz expresión de Gustavo Bueno, y los nuevos partidos de la posmodernidad han asumido el «pensamiento Disney». El pensamiento Alicia era un encubrimiento de la realidad, que el gobernante representaba conforme a su pánfilo idealismo reflejada en una visión simplista, pero acabó asimilándose más a Humpty Dumpty que a la propia niña del cuento cuando las palabras pasaron a significar –en algún caso literalmente– lo que quien ostentaba el poder quería. Luego, la banalización ideológica del zapaterismo ha producido destilaciones más inmaduras que colonizan el discurso político con una mentalidad candorosa o directamente lila. Una de ellas es el fundamentalismo animalista, que puede encarnarse en una suerte de franciscanismo bienintencionado o derivar, como en ciertos antitaurinos radicales, hacia actitudes belicosas o agresivas. En este segundo caso se trata de meras variantes del fanatismo; el primero, sin embargo, representa la consecuencia natural de un movimiento que, ante la demanda casi obsesiva de renovación, ha terminado por ir a buscar dirigentes a la guardería.

El de esa diputada de Ciudadanos, Melisa Rodríguez, que ha propuesto una ley «para que los perros sean personas» –haciéndose además un lío difícil de explicar con la causa feminista– no es más que un ejemplo de esta infantilización

amateur que bajo el propósito de refrescar la vida pública la está llenando de gente con escasa experiencia y menos pericia. La tendencia a proferir vacuidades no es ninguna novedad entre nuestras ilustrísimas señorías, sólo que la simpleza de esta minerva revela la extensión del buenismo gazmoño a una esfera con aspiraciones directivas. Rodríguez tiene un currículum excelente que la acredita como persona instruida; lo alarmante es precisamente que su nivel de formación no logre filtrar ese sentimentalismo trivial que llena las redes sociales de fotos gatunas o caninas. El cachondeo que ha desatado su ocurrencia le servirá de crítica; el verdadero problema es la confusión demasiado extendida entre la ternura, la nobleza o la compasión y la puerilidad emotiva.

La prosopopeya o personificación es un recurso literario tan antiguo como la literatura misma: forma parte de una tradición de pedagogía. Con más profundidad, autores como Auster o Virginia Woolf han escrito obras maestras sobre perros que endulzaban a sus dueños la desconsolada zozobra de sus vidas. Pero Orwell utilizó la granja como metáfora del terror estalinista; si nos ponemos a ello, habrá que atribuirles también a las mascotas nuestra maldad intrínseca. La insustancialidad confusa de la diputada Rodríguez es una caricatura de cierta pujante conciencia colectiva. Cuando Disney atribuyó sentimientos humanos a los animales no se le pudo ocurrir que décadas después habría políticos dispuestos a otorgarles personalidad jurídica.