Provoca, que algo queda

ABC 23/05/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Otra pitada impune al himno, al Rey y a la bandera de todos. Otra ofensa consentida a quienes nos sentimos españoles

¿ CONSTITUYE una provocación pitar los símbolos nacionales en los que se siente representada la inmensa mayoría de los españoles? ¡En modo alguno! Es libertad de expresión. ¿Y prohibir en un acontecimiento deportivo la exhibición de una bandera polémica, susceptible de provocar confrontación, en línea con la política seguida por la propia UEFA? ¡Por supuesto que sí! Ese veto demuestra, dicen, un desprecio intolerable hacia el sentimiento legítimo de los separatistas catalanes, además de la torpe intención de desencadenar un conflicto. No importa que llueva sobre mojado y el «conflicto» en cuestión lleve lustros manifestándose en abusos de todo tipo contra la legalidad vigente. Es perfectamente irrelevante que los separatistas apliquen a su doctrina un doble rasero tan grosero como aplaudir que en el Camp Nou se impida la entrada de la enseña constitucional mientras se exige, con el consiguiente alarde de victimismo, que la «estelada», emblema de la división, tenga libre acceso al estadio Calderón. Ya lo dejó escrito don Ramón de Campoamor: «En este mundo traidor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.» Un aforismo impecable donde la palabra clave es «traidor».

La interpretación del concepto «provocación» varía sustancialmente en función de quién provoca, con qué y quién resulta ser el provocado. El lenguaje no es más que un instrumento destinado a encauzar pensamientos y emociones, por lo que en función de estos últimos cobra sentido el primero. Lo cual, traducido a la controversia que nos ocupa, significa que para un independentismo enardecido, consciente de su poder, sistemáticamente recompensado en cada uno de sus desafíos por un Estado menguante, débil y abrazado al apaciguamiento como única respuesta posible ante el chantaje, toda acción es legítima en el empeño de avanzar en sus pretensiones de ruptura y todo lo que oponga a estas se convierte en provocación. Ellos tienen de su parte la fuerza de creerse en posesión de la verdad, el empuje que brinda la convicción llevada al extremo del sectarismo, la perseverancia propia de quien está seguro de ganar. Nosotros, contribuyentes de a pie, respetuosos del ordenamiento jurídico, debemos conformarnos con acatar sentencias apaciguadoras por más que las deploremos, aguantar ofensas en silencio en aras de «no provocar» y seguir pagando la fiesta de quienes se ríen en nuestras narices.

Porque lo sangrante aquí no es que los abanderados de la voladura de España embistan con sus arietes contra los muros de esta Nación secular y su sistema democrático. Eso forma parte de la lógica. Lo intolerable, lo incomprensible, lo indignante y difícilmente reparable es que los presuntos defensores de la plaza: generales, capitanes, multitud de alguaciles, magistrados y no pocos pregoneros, permanezcan inmóviles ante la acometida, sucumbiendo no solo al miedo, sino al argumentario de los asaltantes. Que les den la razón por ignorancia o por cobardía. Que cada embestida se salde con una nueva grieta en las murallas y una decepción en las expectativas. El referéndum ilegal del 9-N2014 que no se iba a celebrar, la declaración sediciosa del Parlamento autonómico que aún espera respuesta, el sistemático incumplimiento de las sentencias del Supremo en materia de política lingüística… Y suma y sigue.

Les hemos mostrado el camino de la claudicación por etapas y ellos se limitan a seguirlo. Provocan, en la certeza de que algo queda. Otra pitada impune al himno, al Rey y a la bandera de todos. Otra ofensa consentida a quienes nos sentimos españoles. Otra batalla ganada.