FRANCISCO ROSELL-EL MUNDO

En la primavera de 2015, aprovechando la visita que cursaba a las instituciones comunitarias, Felipe VI mantuvo en Bruselas un breve encuentro con los diputados españoles en el Parlamento Europeo. En el lance, el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, se saltó el protocolo e hizo entrega al Monarca de una copia de las cuatro primeras temporadas de Juego de Tronos. El Rey le agradeció que le participara de tan exitosa serie de televisión que no había tenido oportunidad de ver.

Con una arrogancia que pronto se hizo característica, llegando a estampar su foto en las papeletas moradas de la candidatura europea de Podemos, como si pusiera las bases del culto a la personalidad a quien acaudillaba una formación de corte bolivariano, Iglesias fundamentaría su «simpático e irónico» obsequio en que Juego de Tronos le serviría de inestimable ayuda al soberano a la hora de desentrañar las claves de la crisis institucional que asolaba a España. Con estoicismo real, don Felipe soportó la displicencia de quién iba por la vida dando lecciones como si fuera la personificación contemporánea del personaje de Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes.

Como profesor de Ciencias Políticas, concluía que, de igual modo que El Príncipe de Maquiavelo enseña a Lorenzo de Medici lo que un gobernante debía conocer en la Europa del siglo XVI para salir bien parado de su cometido, situando como modelo de referencia a Fernando El Católico, Juego de Tronos ilustra igualmente sobre las intrigas y manejos del mundo de hoy, a modo de visión catódica de la obra del florentino universal.

Su desbordante apasionamiento con Juego de Tronos llegaba al punto de identificarse con un personaje nuclear de esta saga televisiva: Daenerys Targaryen, quien dirige un ejército con el título de khaleesi y se conduce con Sangre y fuego. Es más, cuando Cristina Cifuentes sorprendió a propios y extraños presentándose en la Asamblea de Madrid vestida con una camiseta negra con la leyenda No soy una princesa, soy una khaleesi, a Iglesias le faltó tiempo para, vía Twitter, solicitarle otra igual.

Empero, por aquello de consejos vendo que para mí no tengo, ese manual televisivo de actuación política con el que Iglesias trató de aleccionar al Jefe del Estado se ha revelado, en lo tocante a Podemos, más Fuego de Tronos que Juego de Tronos debido a un relampagueante e incendiario Juego de Truenos que se desató en febrero de 2017 en la II Asamblea Ciudadana de Podemos (Vistalegre II), donde Iglesias aplastó sin contemplaciones a su número dos Íñigo Errejón.

Si los guionistas de Juego de Tronos buscan concitar la atención del espectador y su perdurabilidad en la cartelera, dando giros insospechados e incluso contradictorios a personajes y situaciones, Podemos ha seguido su estela hasta enfrentar a sus fundadores en luchas visigóticas y chamuscar una marca que parece una casa en ruinas. En este sentido, Juego de Tronos ha venido a ser un símil atinado de la devastación de una organización que inauguró la nueva política captando el voto de los indignados y que ha trocado en la nueva casta de los descastados.

Nada de lo que pregonaron era inédito, pero sonaba como si lo fuera, al capitalizar el malestar contra una casta a la que hacía exclusiva culpable. Como tampoco les hacía mella las noticias sobre los nexos del chavismo a Iglesias y su Centro de Estudios Políticos y Sociales. Por esa vía, obtuvieron millones de euros por asesorar al Gobierno de Chávez. Es enormemente ilustrativo el caso de Íñigo Errejón. Mientras dirigía la campaña a las elecciones europeas, percibía un sueldo de 1.825 euros de la Universidad de Málaga sin poner un pie en el centro, como obligaba la beca que le agenció un conmilitón, Alberto Montero, profesor de ésta al que recompensaría haciéndolo diputado.

De pronto, el cielo que pretendían asaltar se ha desplomado sobre sus cabezas. La implosión ha coincidido con la quinta temporada de emisión de Podemos y con un momento de gran descrédito de su líder máximo. No en vano, Iglesias ha acentuado su autoritarismo y discrecionalidad hasta purgar a todos aquellos que le arroparon en la fundación de Podemos, y se ha dado el capricho de promover en la cúspide de la organización a su pareja, a modo de diarquía comunista, como la de Ortega en Nicaragua o los Ceaucescu en Rumanía. Para más inri, se ha erigido en un nuevo rico de la política al cambiar su modesta vivienda de la que hizo emblema de austeridad a un casoplón que no envidia a las mansiones de aquellos a los que ponía en el disparadero de los enrabietados. Su pirámide de Galapagar puede ser su tumba política, aplastando con su sombra alargada a Pudimos.

Su desprestigio, en efecto, ha arrastrado a la marca que representa en pleno año electoral. Ya ha tenido un anticipo en las elecciones andaluzas, pese a enmascararse con la nueva denominación Adelante Andalucía. De ser la cara de las papeletas, ha pasado cuatro años después a que todos se aparten de él. No es que su antaño portavoz parlamentario, Íñigo Errejón, haya aprovechado el vacío de poder de que Iglesias estuviera de permiso de paternidad, sino que el cofundador se ha percatado de su debilidad extrema y se ha desquitado de Vistalegre II. Se ha valido del brazo de la alcaldesa Carmena para subirse en marcha a la plataforma Más Madrid que ésta ha promovido para concurrir a las elecciones al margen de Podemos.

No es que Iglesias no cavilara en lo que podía andar metido Errejón –ausente de las reuniones de los órganos de dirección y de su escaño–, sino que no lo creía capaz de revolverse, después de tantos amagos fallidos y marchas atrás de quien ha desenfundado esta vez con la rapidez y desenvoltura de Billy El Niño. Es muy posible que éste haya encontrado en Carmena –tan peligrosa como lo era el viejo profesor Tierno con su aire despistado– el valor que otras veces le faltó. Todo indica, desde luego, que ha sido la alcaldesa la que ha amasado el golpe contra Iglesias en forma de la empanadilla con la que agasajó a caraniño Errejón en la cena prenavideña de la traición y en la que tuvo la mala pata de partirse el tobillo.

Iglesias ha pasado de acariciar con la yema de los dedos la posibilidad de darle un sorpasso al PSOE a la amenaza de sufrir el sorpasso interno de Errejón. Parece una deducción bien fundamentada atendiendo a como se ha puesto en fuga Ramón Espinar. El antiguo activista de Juventud Sin Futuro se ha movido con mayor rapidez incluso de la que empleó para darle el pase a la vivienda de protección oficial que obtuvo por ser hijo de quién es –el ex presidente socialista de la Asamblea de Madrid condenado por las tarjetas black de Caja Madrid– haciendo un negocio a cuenta del contribuyente y demostrando ser de tal palo, tal astilla.

Si pierde su duelo en la Comunidad de Madrid con El Niño Errejón, si es que finalmente Podemos va con la lista propia que ha renunciado a presentar ante Carmena, la Caja de Ingenieros debería provisionar el ventajoso crédito que facilitó a Iglesias para adquirid el chalé de Galapagar. Ya en campaña, como antaño hacía Iglesias con su humilde morada de protección oficial de Vallecas, Errejón se exhibe por los platós presumiendo de niño pobre que habita un piso de alquiler, un tercero sin ascensor. «Esta cocina es muy pequeña, ¿no? ¿No te has planteado comprarte una casa?», le insistía la conmiserativa reportera al imberbe político que parece mover a la protección maternal a su alrededor debido a su cara de aparente desamparo. Cifuentes llegó a declarar que era el hijo que todas las madres desearían tener. «Es una cocina como la que tienen los madrileños», zanjó el aspirante, que se da el gusto de aparentar estar a la altura de lo que se espera de un candidato de la gente, en contraste con Iglesias.

Convencido de que el declive de Podemos es irreversible, el otrora lugarteniente de Iglesias pretende que todo cambie, siguiendo la máxima lampedusiana, para que todo siga igual. No parece que sea una incursión socialdemócrata, sino la forma más inteligente de lanzarle una envolvente precisamente a los socialistas. Se trata, en definitiva, del mismo proyecto, si bien con estrategias y fotogenias distintas. Errejón ha aprendido que es imposible construir una formación política sin tener un proyecto nacional previo, sino se quiere caer en un puzzle desencajado.

Defraudando todas las expectativas, ni eran ejemplo de nada ni venían a cambiar esa España cuyo nombre les rechina pronunciar, sino a destrozarla, al modo de Venezuela, la cuna del podemismo, recurriendo para ello a sepultureros de toda laya y condición, especialmente, independentistas. Sin embargo, al revés del gato que nunca torna a sentarse en una estufa candente ni tampoco en una fría, como observó Mark Twain, el hombre ratifica que no escarmienta y se condena a repetir la historia. Por eso, no hay que descartar que la saga de Pudimos tenga su continuación con Más Madrid y que Carmena, con Errejon al lado, aparezca travestida del personaje de Daenerys Targaryen con una camiseta con esta leyenda: «No soy una abuela, soy una khaleesi».