Qué disgustazo

ABC 20/05/16
LUIS VENTOSO

· Los madrileños se han quedado demudados, vaya golpe, qué tristeza

MADRID no tiene los solemnes bulevares de París, ni los umbríos e inmensos parques de Londres, ni los rascacielos neoyorquinos. Tampoco una historia milenaria asomando en cada esquina como en Roma, o una bahía de postal como la pequeña y pintona San Sebastián. Ser pato en el Manzanares debe de suponer un oficio de alto riesgo, pues ese cauce escurrido no recuerda precisamente al Danubio atravesando Viena. Además su clima resulta discutible; saludable por seco y luminoso, pero una barbacoa bajo la canícula.

Sin embargo, Madrid posee algo que la hermosea y le confiere un encanto muy distintivo: los madrileños, una categoría abierta, en la que cualquiera queda incorporado con solo mudarse allí (ni siquiera te exigen impostar hechos diferenciales y orgasmos nacionalistas). La poca tontería y el buen humor, con una locuacidad llena de desparpajo, resumen a los madrileños. Además son resolutivos y currelas, espoleados por el pulso frenético de la capital. Madrid, no nos engañemos, es la única ciudad española que de verdad presenta esa energía ambiental propia de las grandes metrópolis.

Pero desde el miércoles los madrileños parecen sumidos en una depresión colectiva. Un rictus pesaroso y algo desconcertado se ha adueñado de sus rostros cabizbajos. Esos camareros gritones, que cantaban «¡uno con leche y dos tojtadas!» en las mañanas vivarachas de las cafeterías, piden ahora sus comandas con un susurro desmayado. Los taxistas, la mayoría de los cuales llevan dentro a un tertuliano superdotado, han enmudecido y están de mala uva, como si esas extrañas esterillas de bolas que colocan en sus asientos les estuviesen por fin masacrando la riñonera. Las ventas de cerveza han caído en picado, porque con el disgustazo se han perdido hasta las ganas de apurar una rubia bien fría en la Cruz Blanca, o en la venerable Santa Bárbara. A los críos les cuesta conciliar el sueño y los abuelos mastican su contrariedad a la sombra amena de los jardines. Madrid está desolado, hundido, sin ánimo: ¡Puigdemont ha anunciado que el sábado no vendrá a la final de Copa! Pero el golpe es todavía más lacerante para los pobres madrileños, porque resulta que tampoco acudirá Ada Colau.

A Puidgemont, que pregona por Europa que va a destruir España en 18 meses y convertir a los de Teruel en guiris para los de Tarragona, y a la gran Ada, que prohibió que haya pantallas en las calles de Barcelona emitiendo los partidos de España en la Eurocopa, les ha indignado que el Gobierno impida que una final con el Jefe del Estado en el palco se convierta en un aquelarre separatista. Así que anuncian que no viajarán a Madrid. Qué bajón. Se entiende y comparte la desazón del pueblo madrileño al no poder disfrutar de la presencia de dos de los personajes más queridos y admirados en toda España. Porque ya se sabe que a todo el mundo le encanta que descuarticen su país, y más si tiene 500 años de historia, y le chifla que le llamen, de sol a sol, mangante, explotador y represor.

Ay, qué disgustazo que no vengan. Bajo a pillar dos cajas de «Dormidina», que dudo que logre pegar ojo esta noche…