Iñaki Viar-Editores

Hay una aseveración que se repite con frecuencia, y que se ha repetido desde siempre, desde el principio: España no existe . Y viene a decir que si existe solo es como tiranía despótica, destructora de sus gentes y cuyo destino es la desgracia para sus habitantes.
Es una historia muy antigua. Forma parte de la Historia. Viene desde siglos – el debate histórico es inmenso. La atribución de la negrura tiene su origen cuando la corona de España, los Austrias, fue el más importante valedor del Papado y siempre se enfrentó a los protestantes. “Defensora de la Iglesia”. Se pagó con el retraso en la Ilustración y en la entrada en la modernidad.
Una larga tradición se anuda: se habla de Inquisición, genocidio de indios americanos, absolutismo, guerras civiles y hasta la última guerra civil y el franquismo. España como un mal sin remedio. Cantonalistas del XIX y nacionalistas, anarquistas y parte de la izquierda lo ha planteado. Fueron la Anti-España que el Generalísimo denunciaba como la conjura judeo-masónica. Le servía para incluirnos a todos los antifranquistas.

Lo curioso es que con tal atribución de goce a España por parte de sus detractores la hacen existir. Aunque sea al modo del escorpión, animal capaz de destruirse. Con todo- qué le vamos a hacer- es un existencia… y desde hace siglos… y perdura. Desde luego existe en nuestro decir. Pero para muchos es como el Rey calvo de Francia.

Para otros España es la referencia del solar donde habitan nuestros deseos, nuestros amores y odios, alegrías y tristezas y, desde luego de una historia plagada de proyectos fallidos y de desencuentros dolorosos que se repiten, pero que ha realizado un viaje pleno de experiencias y enseñanzas, si hay deseo de extraerlas.

España también es ese lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, donde vivía el hidalgo que salió a recorrer sus tierras en defensa del honor de las damas, y que tornó a cuerdo tras ser derrotado cuando llegó a la gran ciudad que se abre al Mediterráneo. El periplo que recorre su delirio se conoce en todo el mundo como España.

Fallidas las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812 derrotada por el absolutismo, fallidas la Iª y IIª Repúblicas. ¿Fallida también la Transición? Aunque haya supuesto un período de paz y libertad – no sin graves excepciones – como jamás haya conocido nuestra historia. Aun que el progreso económico y social, la entrada en Europa…Nada, eso no vale. De nuevo sobre las desgracias y malestares del país se tiende un manto de horror. Una urgencia por acabar con esta situación insoportable. Con todo, la urgencia es subjetiva y su causa puede no ser la alegada. Cada uno la suya.

¿Habrá pues que matarla, a España –como Estado, por supuesto- para salvar a sus gentes? Esto es bastante verosímil para muchos. No tiene remedio, dicen. Atrasada, injusta con su propia gente, intolerante, siempre represiva. Muchos también califican a la España actual de “franquista”. Es mejor marcharse, dicen. Claro. Hay que separarse de ese lastre que impide el acceso a las grandes avenidas de la libertad y del progreso.
Otros proponen acabar con ese Otro malvado, con esa España negra que parece eterna, y que un nuevo reino de la justicia se abrirá para todos: ¡una democracia real!. El Ideal revolucionario, ahora con discurso populista, parece plantearse desde la orfandad por el declive del Padre, con una nostalgia radical que evoca continuamente los antepasados asesinados y los crímenes de la guerra civil cometidos por el franquismo. Un duelo inacabable. Nunca hacen mención de los asesinados y los crímenes cometidos en el bando republicano. No aceptan que todos los muertos, uno y otros, son de la nación. Porque sobre todo fue una guerra fratricida, entre hermanos, familias, amigos, vecinos… y debe ser superada, porque unos y otros, todos, tenían que convivir. Una guerra causada por el conocido procedimiento (también muy español) de estirar de los ideales hasta que todo sangre. Cualquiera de mi edad conoció la reconciliación social. Cuando mis padres regresaron del exilio se encontraron que sus hermanos y hermanas menores se casaban con franquistas. Hijos de falangistas y carlistas que combatieron contra mi padre. Y mi padre tuvo socios franquistas para ganarse la vida. Y yo llevaba a casa a merendar a amiguitos del colegio hijos de franquistas, y…De ese entramado surgió de nuevo la vida en la tierra devastada por la guerra.
Pero tuvo que llegar la democracia para una reconciliación definitiva y restableciendo los derechos. Eso pretendió la Ley de Amnistía que fue la gran reivindicación de la oposición antifranquista y que ahora algunos dicen que fue un fraude a la democracia. No aceptan el alto valor simbólico de aquella Ley. No han entendido que se trataba de deponer las armas para siempre entre los españoles. Que quienes eran amnistiados amnistiaban a su vez a quienes les amnistiaban. Que la lucha política sería en adelante por vías democráticas.
Por eso denigrar la Transición y la reconciliación nacional es también negar lo que España tiene de nación, al conjunto de sus habitantes.

Ahora se ha añadido otro mal mayor a los que España arrastra desde siempre con las inmensas movilizaciones en relación al caso de la Manada: el Estado Español tiene jueces que amparan la violación de sus mujeres.
Una gran ola de indignación popular ha conmovido a la sociedad española y urge aún más a acabar con esta situación de opresión de pueblos, de mujeres, de sus gentes… ¿ Superar la deteriorada democracia representativa, suprimiendo las mediaciones inconvenientes? ¿Acabar con el poder judicial, y con el anticuado Montesquieu? ¿Debe ser el pueblo – sea eso lo que sea- quien juzgue en las calles y plazas a sus enemigos? Así, la satisfacción de la pulsión quedaría más garantizada. Como en todo proceso revoluionario. Un Auto de Fe para un mayor castigo a la transgresión sexual. Con Freud podemos preguntarnos qué trata de anular ese afán punitivo, qué pasiones inconfesables empujan a las masas. Sería muy arriesgado en este momento, o sea peligroso, dar una pública interpretación psicoanalítica de este proceso. Pareciera que habría más libertad de expresión en la Viena de principios de siglo que en la España del siglo XXI.

La gente sabe con certeza lo que ha pasado sin haber estado en el juicio ni tenido acceso a las pruebas ni a oír a los sujetos en causa – siquiera habrá que leer la sentencia. Y, en cambio no lo saben- o mienten- los jueces al servicio del Estado. Lo que ha sucedido es lo que la gente cree que ha sucedido. Mejor dicho, son los fantasmas desencadenados los que representan bien lo que ha pasado. Y son conformados más que por criterios éticos explícitos por goces desconocidos. Cómo explicar si no la negación absoluta y enfurecida de contemplar la hipótesis a descartar de que pudiera haber habido consentimiento – “no puede ser” – y posteriormente una reacción contra el efecto no deseado que pudo acarrear un deseo.
Los medios de comunicación han dicho sin ninguna duda de qué se trataba. Sin permitir un tiempo para comprender, que es lo que regula el principio jurídico democrático de la presunción de inocencia.

De este modo, ante todo, quedaba excluida la posibilidad de un deseo en la mujer. Un clásico de los totalitarismos. El juez que lo ha planteado en su voto particular se ha convertido en un monstruo infame. Tras leer las 370 páginas de la sentencia –no hay otro modo de formarse un criterio propio, ir a la letra – de ellas 237 correspondientes al voto particular en la sentencia, debo decir que el criterio del juez Ricardo González me parece respetable, posiblemente verídico y que, como ciudadano, le apoyo.

No sería la primera vez que el predominio de una representación imaginaria repulsiva y cruel, que un semblante atroz, como en este caso, “La Manada”, pudiera impedir alcanzar a discernir lo real en los hechos. Para ello hay que ir más allá del semblante, de la apariencia. Desde luego leer la sentencia. No quedarse con frases escogidas que en su contexto tienen otro sentido.

Me comentaban unos magistrados que se presenta un problema muy serio a los jueces que decidan sobre el recurso. Tras la campaña contra los jueces, en la que ha participado el ministro de justicia incumpliendo el principio de separación de poderes, y con una insinuación siniestra, el tribunal lo tendrá muy difícil en caso de que estimara el voto particular y decidiera absolver a los acusados. Parece inconcebible con el estado de opinión que se ha creado. ¿Y si fuera lo justo?. Debería preocuparnos. Es este uno de los defectos de la democracia española. Cuando es sustituida por la “justicia del pueblo”.

El movimiento sobre todo liderado por mujeres en todo los países democráticos – en los otros no es posible- contra los daños que sufren tiene, en mi opinión, dos componentes, que se solapan, como en una banda de Moebius: uno que es justo, la lucha contra cualquier discriminación femenina, y otro lado, que va pegado en su manifestación social, que es rechazo de la diferencia sexual. Con actitudes que retrotraen a un puritanismo y autoritarismo reaccionario. Su propuesta es alcanzar una protocolización de las relaciones entre hombre y mujer. Un delirio social que es una de las respuestas sintomáticas al malestar de nuestra cultura, de la de hoy. Desde el psicoanálisis debemos discernir ese carácter paradójico, y contradictorio que se contiene hoy en muchas manifestaciones del malestar. Pues son las libertades lo que está en juego en ello.
Escuché un conversación entre dos jóvenes. Bromeaban sobre esto. Ella se lamentaba: “ahora ya no nos van a entrar los tíos”, y el varón la consolaba: “bueno, tendremos que recurrir a las casamenteras, ellas conocen el protocolo…” Un fondo dramático se escucha en la broma.

Y, así, se logra hacer del caso una Causa contra el Estado Español. En esta ocasión, el alma católica española se vuelve – como el escorpión – contra sí misma.
Incluso deberíamos de sentirnos culpables de no haber acabado ya con el poder español. Quizá culpables también, por tanto, de la violación. Yo no.
Todo desmesurado, muy español.

Para quienes pensamos que España es también un Estado de Derecho – y de paso existe- con una Constitución con plenas garantías democráticas -con algunas más que Alemania o Francia donde están prohibidos los partidos que promuevan la separación de cualquier parte del Estado- y que los males de España son similares a los de las democracias europeas y vienen conformados sustancialmente por los estragos e impases del actual liberalismo económico que acarrea la alianza del capitalismo y de la ciencia, el relato de la inexistencia insoportable de España nos parece un discurso político profundamente equivocado. Bueno, a mí al menos.

Equivocado porque va contra el actual Estado de Derecho y promete un Estado -o varios- y un Poder nuevo que, eliminado o neutralizado el Objeto malo, podrá servir a las aspiraciones de los ciudadanos.
No suelen salir así las cosas. Tampoco en la Historia. Y menos en la Europa y el mundo actual.

El Estado de Derecho toma a sus ciudadanos en tanto sujetos. Sujetos de la democracia portadores de derechos y deberes. Sujetos desprovistos de toda particularidad, depurados de su ser en cuanto su relación con el Estado. En tiempos difíciles, en crisis y cambios, eso no es suficiente para muchos ciudadanos. Esperan y desean un Estado, un Poder que se haga cargo de su ser. Despliegan un imaginario que les conforte en su soledad entre la masa. Yo creo que eso representan los populismos, los nacionalismos, las religiones. La búsqueda de una ideología, de un movimiento que envuelva su ser con sus identificaciones y les aporte sus vínculos y sus goces. Y es que el Estado de Derecho no es cálido, no acompaña mucho a sus sujetos. Uno tiene que arreglárselas más solo con su ser en el mundo. Ahora bien, en política hoy, la única Ley que puede castrar, limitar- en algún modo- al Amo que fuere es el Estado de Derecho.

“ España no existe” parece decir el deseo de que no exista.

mayo de 2018
Iñaki Viar