Racismo cultural encubierto

EL MUNDO – 06/06/16 – ANTONIO ROBLES

· El autor critica el ‘Manifiesto Koiné’, que pide la exclusión de la lengua española en Cataluña, por considerarlo un modelo de fascismo, derivado de la política de normalización lingüística ideada por Pujol desde 1980.

Es sorprendente que haya escandalizado tanto el Manifiesto Koiné por pedir abiertamente la exclusión oficial de la lengua española y convertir al catalán en el único idioma oficial de una hipotética República catalana. Como sorprendente que haya habido tantas críticas contra él por parte de compañeros de viaje, no por lo que dice sino por poner en peligro los planes supremacistas del nacionalismo lingüístico llevados con sigilo desde la Transición.

En realidad, el Manifiesto Koiné es la historia de la normalización lingüística del pujolismo a bocajarro, sin encubrimientos. Desde el primer Gobierno de Pujol en 1980, la idea de convertir al catalán en la única lengua institucional fue el objetivo de la normalización lingüística. A la vuelta de los años, esa evidencia es incontestable. Hoy la lengua catalana es la única oficial de facto en todas las instituciones y medios públicos de la Generalidad. Incluyendo la escuela, donde la inmersión sólo en catalán ha convertido a la lengua española en extranjera. ¿Qué diferencia hay entre lo que pide el Manifiesto Koiné hoy y la política lingüística desplegada por la Generalidad desde 1980? Sólo el exabrupto.

Ni siquiera esa petición es nueva. Ya en 1979 El Manifest d’els Marges pedía eliminar el bilingüismo y sustituirlo por el monolingüismo amparándose en el riesgo de desaparición de la lengua catalana. Se publicó bajo el título de Una nació sense estat, un poble sense llengua y estuvo promovido por profesores nacionalistas de la UAB y apoyado por el PSUC. No era la labor de cuatro fundamentalistas de la lengua, sino la pulsión inconfesable del catalanismo identitario surgido a partir de 1961 alrededor de Òmnium Cultural. La irrupción en 1966 del movimiento pedagógico Escola de Mestres Rosa Sensat, inspirado por la socialista Marta Mata, proponía, por el contrario, la enseñanza en lengua materna y bilingüismo escolar inclusivo.

Frente a este modelo de escuela pública y respetuosa con las dos lenguas, la DEC (Delegació d’Ensenyament en Català), organismo de Òmnium Cultural para la enseñanza del catalán, proponía un modelo excluyente. Descartaba totalmente el bilingüismo e imponía el catalán como único idioma de la escuela. «La escuela –sostenía Joaquim Arenas ya entonces– había de ser catalana por la lengua, los contenidos y las actitudes». Las razones de este modelo de lengua única las resume el mismo Joaquim Arenas i Sampera en la edición de 1988 de Abséncia y Recuperació de la llengua catalana a l’ensenyament a Catalunya 1970/1983: el bilingüismo significaría la muerte del catalán porque siempre favorece a la lengua más fuerte, en ningún caso la lengua propia puede ser la segunda lengua de un país libre, y sólo se puede asimilar a los niños inmigrantes a la identidad nacional a través de la lengua y la cultura propias.

Las tesis excluyentes de Òmnium cultural se impusieron a las bilingüistas de Marta Mata en el primer Gobierno de Pujol (1980); y Joaquim Arenas, responsable de los profesores de catalán de Òmnium Cultural y del DEC, es nombrado desde el Gobierno para organizar la Dirección General de Política Lingüística con Aina Moll al frente. Él será el padre de la inmersión y el inspirador de la doctrina nacionalista adosada a ella. El integrismo lingüístico y la identidad nacional serán el modelo de escola catalana de todos los gobiernos de Pujol durante los 23 años que estuvo en el poder. Y Joaquim Arenas el arquitecto.

Su influencia en la exclusión de los derechos lingüísticos de los castellanohablantes en la escuela es determinante, como lo fue la de Carme Laura Gil i Miró, nombrada desde 1980 directora general de Bachillerato de la Generalidad hasta 1996. Su labor al frente del ideario integrista lo continuó después como diputada por CiU y, desde 1999, como consejera de Educación. El mismo recorrido de la maestra de escuela Irene Rigau, que después de dejar su impronta integrista en la inspección educativa pasa a formar parte del Consejo Nacional de CDC, luego diputada por Gerona, en 2009 ponente de la Ley Catalana de Educación y, finalmente, consejera de Educación con Artur Mas.

¿Qué tienen en común estos responsables de las políticas lingüísticas de la Generalidad desde 1980 con el Manifiesto Koiné? Que todos lo han firmado. Por decirlo con exactitud, quienes piden ahora abiertamente imponer un modelo de fascismo manifiesto, han sido los responsables del racismo cultural encubierto de la normalización lingüística desde 1980. Aunque sus formaciones políticas de Junts pel Sí (CiU/ERC) y la CUP cínicamente se escandalicen ahora por temor a que el mundo perciba la xenofobia que late tras tanta revolució dels somriures. Los editoriales de La Vanguardia y El País bastan y sobran para rastrear el cinismo de ese racismo cultural que les lleva a preocuparse más por la mala imagen que pueda provocar al catalanismo, que por delatar el fascismo manifiesto que destila: «Los autores del texto olvidan que en Europa existe un Estatuto de las Lenguas Minoritarias. Si se impone un idioma contra otro, los usuarios del agredido pueden reivindicar derechos lingüísticos escolares, canales de televisión y otros apoyos oficiales. Lo que consagraría una fragmentación de la sociedad. Y cancelaría por siempre la inmersión escolar y la unidad civil y cultural de la nación catalana. Por eso, simulando defenderlos, el manifiesto es una letal arremetida contra los catalanes». (Editorial de El País, 6/4/2016) ¿Hace falta explicar la obscenidad de estos párrafos?

Pero no sólo firman responsables directos del monolingüismo institucional, también políticos de otras formaciones que saquearon el voto castellanohablante simulando defenderlos, como el socialista Antoni Dalmau, el ex presidente de ERC; Josep Carod-Rovira o el ex diputado de la CUP, Julià de Jodar; periodistas del régimen, como Vicenç Villatoro; sociólogos de pesebre, como Salvador Cardús; o profesores de la cosa nacional como Jordi Solé i Camardons, todos con el chantaje de la cohesión social como excusa. Rastreen las biografías del resto. No están todos los que son, pero todos los que son ayudaron a estar donde estamos.

Francesc Moreno describía con exactitud el alcance perverso de este reparto de roles en Koiné, Poli malo, donde el manifiesto exagera la nota y provoca por defecto que las exclusiones lingüísticas impuestas por Junts pel Sí (CiU/ERC) y la CUP aparezcan como moderadas (Poli bueno). Mientras tanto, los gestores del negocio nacional seguirán gozando en exclusiva «del monopolio de las subvenciones públicas y blindan(do) sus puestos de trabajo en la escuela, en la cultura y en general en toda la administración pública o concertada dependiente de la administración autonómica y local».

Lo tremendo de este manifiesto, lo más lamentable por irreversible es el relato histórico que impone para justificar su miserable supremacismo. Tal relato, adobado a lo largo de décadas de adoctrinamiento escolar y mediático, actúa como una losa de mentiras y emociones bajo la cual es imposible pensar, disentir o respirar. El conocimiento ya no es una búsqueda, sino una fe. Llegados a este punto, la reflexión se hace imposible, y la política se reduce a inquisidores y herejes. O estás conmigo o contra mí. Hay algo muy malsano en este manifiesto, no sólo por el hedor que repele, sino por la luz que atrapa a cuantos confunden Cataluña con sus tesis, a la lengua con su historia y a la historia con el delirio que describe.

Esta ceguera generalizada es lo que lleva a Gregorio Morán a preguntarse: «¡Que gentes, presuntamente de izquierdas, lleguen a sostener que en este país flagelado por el paro, los desahucios, los recortes, las estafas, ‘quizá el principal problema sea la cuestión lingüística’, es que se nos han roto todos los cristales y de pura vergüenza no nos atrevemos a mirarnos a ningún espejo que nos retrate de cuerpo entero! Son ustedes, señores firmantes, unos neofascistas sin conciencia de serlo». (El Neofascismo lingüístico. La Vanguardia, 9/4/2016). Neofascistas sin conciencia de serlo, he ahí el drama, incapaces de cuestionarse nada porque el delirio es la atmósfera donde viven y las mentiras de sus políticos, docentes, periodistas e intelectuales, el aire que necesitan para seguir respirando.

Antonio Robles es periodista. Fue diputado del Parlamento de Cataluña por Ciudadanos.