Radares

DAVID GISTAU-EL MUNDO

CABE preguntarse dónde estuvieron metidos durante los últimos años todos los analistas a quienes acaba de saltar una alarma del radar después de detectar en la pantalla un puntito fosforescente que refiere la entrada de Vox en el perímetro de seguridad: «Elegí un mal día para dejar de fumar», parecen decirse mientras ordenan por teléfono las contramedidas.

Cómo es posible que unos analistas griten despavoridos porque presencian el advenimiento de una fuerza populista, contraria a la Constitución y a los valores europeístas, sin reparar siquiera en que semejante amenaza, amparada en una coartada distinta, lleva años metida en el parlamento y unos meses en La Moncloa: se llama Podemos. Cómo es posible concentrar el pánico al Monstruo en un mitin de una formación todavía residual y loca por pillar la ola Salvini como Vox cuando el Gobierno tiene una relación de dependencia con todos los partidos españoles que representan las peores regresiones europeas: populistas de extrema izquierda, posetarras, nacionalistas agro, tigres del Maestrazgo, golpistas en curso, independentistas patoteros y hasta unos señores para quienes la redención de las clases oprimidas pasa por la abolición de la propiedad privada y el atraco de supermercados. Personajes todos coincidentes en la gran conspiración de nuestro tiempo y a los que no por ello se deja de invitar al té con pastas de la exquisitez democrática, donde el cortejo transcurre mediante coquetas señales de abanico.

Existe cierta insistencia acerca de que los ejes ideológicos están mutando y pronto quedará superado el antagonismo izquierda/derecha. Pero, mientras tanto, aún tenemos arraigados en la herencia cultural unos prejuicios que probablemente provienen de la victoria intelectual comunista en tiempos de la penetración gramsciana en el tejido social y según los cuales cualquier cosa que presenta salvoconductos de izquierda es buena por definición. Aunque represente las peores amenazas para una forma de vida que ingenuamente consideramos definitiva –El final de la Historia– después de la caída del Muro. Sólo así es posible explicar que haya sido necesaria la carlistada en Cataluña para que la gauche-divine se caiga del guindo respecto del supremacismo catalán, sus falsas sonrisas, su condición de remedio contra el complejo de culpa posfranquista que ensució el sentido de pertenencia a España, y que Podemos haya entrado en el perímetro hasta la mismísima Moncloa sin que suene alarma alguna en los radares rococós.