ARCADI ESPADA-EL MUNDO

Mi liberada:

Como sabes, soy un gran partidario de la jornada de reflexión. Acérrima partidaria de las efemérides, por tu huelga de presente y de futuro, sabrás que hay un Día del Huevo (9 de octubre), de las Zapatillas de Distinto Color (3 de mayo), de la Pereza (19 de agosto), del Amigo con Derecho a Roce (19 de julio), e incluso existe el Día Internacional de Hablar como un Pirata (19 de septiembre), según datos reunidos por una Laura Gómez en The Idealist. En España, que no en todos los países, nos damos cada tanto el Día de Reflexión, que llamamos Jornada, un poco subiditos, como si este fuera el «tiempo de la vida y el fin de ella» –así, con tanta pulcritud y belleza, define el Diccionario una de las acepciones de jornada–, lo que sin duda será esta grieta horaria si DoctorSánchez gobierna.

Yo he querido dedicar mi reflexión a los que reflexionan. En primer lugar a los reflexionadores profesionales. El último día de la campaña unas decenas de culturales se reunieron en el Círculo de Bellas Artes para dar a conocer el manifiesto titulado Compromiso de la Cultura con la Izquierda. Los promotores tuvieron la feliz idea de agrupar por generaciones las firmas. De Juan Eduardo Zúñiga (1919) a Elvira Sastre (1992), pasando por Francisco Rico (1942). Lo que ha permitido comprobar, una vez más, el acierto del gran Wolinski que hasta que lo mataron no hubo un día que se privara de decir Le temps passe, la connerie reste. (Aunque puede que mi viejo recuerdo deba rendirse y atribuir la sentencia a Philippe Geluck: «Avec le temps qui passe, ceux qui étaient cons le restent, et ceux qui ne étaient pas le deviennent»). Este manifiesto comienza diciendo: «Los valores de la dignidad humana están ardiendo en la noche democrática y no hay patrimonio de la humanidad más importante que la propia humanidad». La frase la firma un siglo cultural español. De un modo u otro cualquiera de los que firman vive de las palabras. Este es el miserable aprecio que tienen por su forma de vida. Vaya un irisado ¡puaj! por todos ellos. ¿Doctor Sánchez? Estos son los abuelos, padres, tíos, hermanos y primos de Sánchez. Hemos tendido a verlo como una anomalía. Grave error. Ahí está el denso original. Como es bien sabido, él solo es un mero plagiario. Todos Sánchez.

De las élites pasé al pueblo. Bien armado, eso sí. Al fin estoy leyendo a Seth Stephens-Davidowitz y su Everybody Lies, del que te di cuenta hace casi dos años, y que ha traducido Capitán Swing con el título: Todo el mundo miente. Lo que Internet y el big data pueden decirnos sobre nosotros mismos. De la aportación al conocimiento de la conducta humana, y sobre sus límites, ya te escribí entonces. En todo caso ahí va ese párrafo recordatorio sacado del prólogo de Steven Pinker: «Los big data o macrodatos de las búsquedas de internet y otros rastros en línea no constituyen un cerebroscopio, pero Seth Stephens-Davidowitz demuestra que ofrecen una visión sin precedentes de la psique humana. En la privacidad de sus teclados, la gente confiesa las cosas más peregrinas, a veces (como en los sitios de citas o de asesoramiento profesional) porque tiene consecuencias en la vida real, y otras precisamente porque no tienen consecuencias: se puede exponer un deseo o un temor sin riesgo de que una persona de carne y hueso se muestre consternada o cosas peores. En cualquier caso la gente no solo pulsa secuencias de caracteres que detallan sus pensamientos en toda su vastedad explosiva y combinatoria. Mejor aún, deja estelas digitales en un formato que puede compilarse y analizarse fácilmente».

No sé si analizarse tan fácilmente. Precisamente por la disyuntiva que el propio Pinker detalla más arriba. Decidir si la gente busca algo en internet por deseo o por temor (¡y no digamos ya decidir cuándo lo hace por las dos cosas!) es una de las dificultades a la hora de explicar su conducta. O a la hora de pronosticarla, lo que debe tenerse en cuenta a la hora de aplicar el big data a la previsión electoral. Millones de americanos incluyeron a Trump en sus búsquedas, pero discriminar cuántas fueron por adhesión o por odio o por otro motivo no es sencillo. A pesar de ello el autor sostiene de modo convincente su sospecha de que las búsquedas en google dan información valiosa sobre el voto de los ciudadanos. Y da algunos datos incompletos, pero sugerentes, de por qué google predijo de algún modo la victoria de Trump: «La clave principal de que Trump podía ser un candidato exitoso era el racismo oculto que había descubierto en mi estudio sobre Obama (…) Los datos de las búsquedas revelaron que vivíamos en una sociedad muy distinta de la sociedad en la que creían vivir los académicos y periodistas sobre la base de los sondeos. Revelaban una rabia repugnante, aterradora y generalizada que esperaba que un candidato le diera voz».

No tengo conocimiento de que alguna forma de big data se haya utilizado para prever los resultados de las elecciones de hoy. Lo que, aunque no deja de ser una sorpresa, facilita el ponerse recreativamente a ello. Así he pasado un buen rato en google trends viendo cómo reflexionan mis conciudadanos. Trends es una herramienta que detalla la frecuencia de búsqueda de palabras o sintagmas. Y tiene una bonita posibilidad de compararlos. Me interesó, para empezar, la relación entre gentilicios y conceptos fuertes. Observé que no había búsquedas relevantes de «españoles de mierda» o «vascos de mierda». Pero en cambio, destacaba entre las búsquedas españolas el sintagma «catalanes de mierda». Ahí aparecía explícita, en los últimos cinco años, con su pico orgulloso del 1 de octubre de 2017. Me fijé en las subregiones: primero Madrid, luego Valencia, luego Andalucía y luego Cataluña. Lo previsto: incluida Cataluña desde luego: enemigo interior y victimismo. La inexistencia de «españoles de mierda» no me desorientó. Así que me fui a por «Puta España». Esplendoroso. Y, aunque cabía descontar los efectos del musical Puta España y de un bramido que lanzó en su día el difunto Rubianes, no había color al compararlo con «Puta Cataluña». «Puta España» resistía imbatible al compararlo incluso con «Moros de mierda», otro sintagma fuerte. Tan fuerte que doblaba a «Catalanes de mierda». «Moros de mierda», por cierto, mostraba, con su pico perfectamente localizado en los atentados de agosto de 2017, una querencia subregional que tenía este orden: Cataluña, Valencia, Andalucía y Madrid.

Harto de reflexionar sobre la rabia me pasé a la idea. Es natural que quisiera saber quién iba a ganar hoy las elecciones. Comparé en intervalos de tiempo diversos y en formas diversas los nombres de los cinco candidatos. Google dice que ni Rivera ni Abascal van a perder las elecciones. En cualquier caso, nada de esto debe comprometerme. Yo solo me comprometo a escribir aquí el lunes, si dios quiere y el tiempo abona, un artículo postelectoral que se titulará, alternativamente, con el nombre de dos restaurantes asiáticos de París. O Tan Dao Vien. O Ke Os Den.

Sigue ciega tu camino.

A.