Reflujo del populismo y ascenso de políticos ‘nuevos’

EL MUNDO 09/05/17
EDITORIAL

NO DEBE de ser fácil para el presidente electo Macron gestionar la titánica tarea que muchos le atribuyen, nada menos, que de salvador de Europa. Como si no fuera suficiente reto asumir las riendas de Francia. Pero es indudable que el triunfo del socioliberal, europeísta convencido, y el resultado por debajo de las expectativas de Marine Le Pen, han inyectado euforia a las cancillerías comunitarias. Bien está que haya algo que celebrar en Bruselas después de la larga travesía del desierto que sufre el europeísmo estos últimos años.

Lo cierto es que, sin ser triunfalistas, de las presidenciales francesas y de los recientes resultados en las urnas de Holanda o Austria, cabe concluir que se está produciendo un cierto reflujo del populismo político. Después de todo un ciclo electoral en el que formaciones eurófobas experimentaban fuertes y sucesivos avances en muchos países de la UE –alcanzando incluso el poder en Hungría o Polonia–, en los últimos meses se empieza a percibir un enfriamiento de este fenómeno.

En Austria la ultraderecha no alcanzó la jefatura del Estado, en contra de los lúgubres sondeos. En las legislativas de Holanda, el extremista e islamófobo Partido para la Libertad (PVV) de Geert Wilders subió desde 15 a 20 escaños, un resultado inquietante pero muy por debajo de lo esperado por la formación, que le sigue dejando en una posición bastante irrelevante. En el Reino Unido, el Ukip prácticamente ha sido barrido en las elecciones locales, porque su espacio lo han fagocitado los tories. Y, ahora en Francia, aunque el Frente Nacional ha cosechado nada menos que el 33,9% de los votos –más de 10 millones–, en sus propias filas la noche del domingo se vivió con amargura, conscientes de no haber logrado ese éxito moral cuyo listón habían fijado en el 40%.

Tan es así que incluso en la última semana de campaña muchos correligionarios de Marine Le Pen ya cuestionaban abiertamente su estrategia, considerando que les condenaba a un techo electoral demasiado bajo. El pésimo debate que la candidata protagonizó frente a Macron y los intentos por rentabilizar algo tan sucio como el hackeo masivo a ¡En Marcha!, acabaron por situar a la dirigente ultraderechista en el ojo del huracán. Muchos ya cuestionan su liderazgo y quieren sustituirla por su sobrina, Marion Maréchal-Le Pen, quien no disimula sus ganas de descabezarla, igual que Marine hizo en su día con su padre.

Dicho todo esto, es innegable que el populismo político goza de una considerable fuerza, y está presente en un sinfín de parlamentos o incluso forma parte de algunos gobiernos de coalición en países de Europa tan impensables hace no demasiado como Noruega. Pero, insistimos, las señales de su reflujo constituyen una magnífica noticia.

Creemos que esto último tiene mucho que ver con dos cuestiones: el final de la crisis económica y la reacción de la ciudadanía europea ante el desconcierto que el populismo ha provocado en el Reino Unido, con la victoria del Brexit, y en EEUU, con la llegada de Trump a la Casa Blanca.

El populismo, caracterizado por ofrecer a los ciudadanos recetas cuasimilagrosas muy simples para problemas de una extraordinaria complejidad, como lo son los efectos de la globalización o la crisis migratoria, ha crecido como la espuma al albur del profundo malestar social que ha causado la mayor recesión del último medio siglo. En ese sentido, creemos certero el diagnóstico expresado ayer por el ministro Méndez de Vigo en el Foro Pensar en España: Populismos, organizado por este diario y Expansión. Como subrayó el portavoz del Gobierno, el mejor antídoto para frenar a este tipo de formaciones es tomar medidas efectivas para dejar atrás por completo la crisis y actuar desde las instituciones sin demora para dar respuesta a los graves problemas ciudadanos.

Y es que no compartimos la visión apocalíptica de los populismos ni sus banderas antieuropea, antiinmigración o anti tantas otras cosas. Pero qué duda cabe de que muchos de los problemas sobre los que alertan son reales. Y la política tradicional se está mostrando incapaz en muchos casos de darles respuesta.

Por ello, en paralelo a ese reflujo del populismo asistimos a otro fenómeno: el surgimiento de nuevos líderes, como Macron, no vinculados a los partidos del denostado sistema. Esas figuras emergentes son la máxima expresión de los profundos cambios que está experimentando la estructura política europea. Si las grandes familias –democratacristiana y socialdemócrata– no quieren asistir a su hundimiento definitivo, deben tomar muy buena nota y reaccionar de una vez.