Reforma, ¿qué reforma?

EL MUNDO 02/12/16
SANTIAGO GONZÁLEZ

Hay una manera muy española de honrar la Constitución: reñir por ella cada vez que se acerca la fecha de su aniversario. Pocas cosas dan tanto sentido al matrimonio como el divorcio, tenga o no razones. En puertas del 6 de diciembre ya tocaba, y el PSOE aprovechó la comparecencia de la vicepresidenta en la Comisión Constitucional para pedir la creación de una subcomisión que se encargue de reformar el texto. El éxito sorprendió a la propia empresa; a todos los grupos les pareció una idea cojonuda y no parece que quede otro remedio que discutir el tema.

No es que a Soraya le vuelva loca. Se plantea con razón la dificultad de una reforma en la que no hay acuerdo sobre el punto de partida, ni el de llegada, ni sobre el camino que debe recorrerse, lo que ahora se llama la hoja de ruta. Cuanto menos acuerdo hay sobre las cosas, más fácil es ponerles nombre. Un chiste de Forges planteaba las preguntas a las que uno ha de responderse en tiempos de confusión: «¿Quiénes venimos, de dónde vamos, adónde somos?». Pero en fin, si no les puedes vencer, únete a ellos.

El Gobierno no está en posición de impedirlo, por más que los independentistas, ERC, la antigua Convergència y EH Bildu miren el asunto desde una perspectiva puramente instrumental: no les interesa la reforma de la Constitución porque ellos están a otra cosa, la ruptura de la legalidad española y a su derecho a decidir, y piensan que a mayor confusión mayor ganancia. Pero, ¿qué hacer, si el PSOE, C’s, los nacionalistas, los independentistas y representaciones varias de la izquierda radical están de acuerdo en la idea de la reforma?

Sentarse a discutir qué reforma es la que mejor cuadra a nuestras necesidades, en el caso de que sepamos definirlas. Posemos lo que quiere es un proceso constituyente, al fin y al cabo, como repetía ayer su portavoz una vez más, «el 60% de los ciudadanos españoles no votó la Constitución hace 38 años».

Hay muchos menos estadounidenses que votaran la suya, aprobada hace dos siglos. Francia aprobó la de la V República 20 años antes que nosotros la nuestra, Alemania casi 30, e Italia 31. La creencia de que cada generación debe tener su experiencia constituyente no tiene mucho fundamento. Menos mal que es idea de politólogos.

Había posibilidad, generosidad y voluntad de conseguir acuerdos. Y se fue trabando entre los ponentes una relación adecuada entre siete hombres justos unidos por un trabajo en común que todos se toman en serio, como si fueran los protagonistas de una película de Howard Hawks. A veces con humor, como el que mostró Fraga Iribarne al invitar al resto de los ponentes a poner los textos encima de la mesa: «Y los que hayan traído textos pequeños, que pongan sus testículos». Ahora hay que imaginarse a Homs en el papel de Roca y al pobre Rufián en el de Jordi Solé Tura. Eso sí, ninguno de los dos citados se atrevió a decir condón. Ni en pleno ni en comisión.