Reforzando el ego del tumulto

EL MUNDO – 24/04/16 – ARCADI ESPADA

Arcadi Espada
Arcadi Espada

· Mi liberada: Habrás visto, y paladeado con tu acendrado refinamiento, el momento complutense de este jueves en que Pablo Iglesias, del partido Podemos, dijo: «Esto no es una rueda de prensa, esto es la Universidad». Así quiso zanjar la tímida y tan respetuosa objeción («Lo siento, quizá no hemos entendido lo que querías decir») que le hizo una periodista, molesta por las ironías de primero de latín que Iglesias había vertido sobre el oficio, y molesta especialmente porque tomara a Álvaro Carvajal, que escribe de política en EL MUNDO, como diana arquetípica. La frase no tenía mayor sentido lógico, sino litúrgico: servía para que a los feligreses allí concentrados les subiera el habitual calorcillo de pertenencia.

Y resumía con azarosa precisión uno de los mayores truquillos de Iglesias y del partido que dirige. Teniendo su clientela en una amplísima franja española de ignorantes y frívolos, la recurrencia constante a la universidad y a su condición de profesor permite la elevación mistérica de su grey. La distancia entre Le Pen, Chávez, Trump y Pablo Iglesias ya quedó perfectamente medida por Bernard Shaw: «Un imbécil con cultura es un perfecto imbécil».

Aunque Shaw se habría estremecido de que se aplicara a este caso su frase. Cuando Iglesias se aventura por el historial de sus contraportadas, traten de Newton, Kant, Gramsci, el ordoliberalismo, Vázquez Montalbán o don Juan de Mairena, su vis cómica se manifiesta en plenitud. Era sublime verle la otra tarde divagar sin avergonzarse sobre el psicoanálisis, sin tener ni la más remota conciencia de su definitivo carácter de pseudociencia, más visible y pintoresca que nunca su condición de chamán. Es verdad que nos queda nuestro vibrante Federico, antiguo cofrade en Barcelona de aquella legión freudomarxista. Pero lo que yo daría porque reviviera Alberto Cardín y a la luz del recuerdo de Diwan, revista armada del movimiento, se encarara con este maestrillo chocarrero que compra sus ideas en el mismo hangar que sus camisas.

Sin embargo, hay una lucha en la que Iglesias está venciendo y es la que mantiene con la prensa. Casi es ocioso subrayar hasta qué punto las televisiones facilitaron su asentamiento y cómo encontraron en sus indigentes y apocalípticas opiniones, cebadas por la crisis, una extraordinaria oportunidad de negocio. Sobre el asunto todo ha sido dicho ya en 1992, la magnífica serie de Alessandro Fabbri. Ahora, el incidente de la universidad es otra victoria más en la larga lucha. Lo es, en primer lugar, por la reacción generalizada de los medios.

El contenido real de lo que Iglesias dijo es de una vulgaridad inane. Cuántas veces no se habrá levantado la loca de la sala al final de cualquier coloquio sobre medios y habrá dicho, «oiga, pero a ver si me va a intentar convencer usted de que los periodistas escriben al dictado de la verdad y no de sus jefes. ¡Que yo no soy tonta!». No es una objeción aceptable que una cosa sea la loca de la sala y otra el líder de un partido político, porque la gran novedad, precisamente, es que son ya lo mismo.

Sin embargo, Iglesias tiene todo el derecho a hacer de loca. Y tiene derecho a ironizar sobre los periodistas en abstracto y también sobre un periodista en concreto. Estaríamos frescos. Un hombre que, salvado Évole, ha insultado a todo el mundo; que ha llegado incluso a insultarme gravemente a mí mismo, llamóme reaccionario, oh là là, él, cuya presencia en el centro de la vida española es ya de por sí un insulto, y se le va a prohibir ahora, en razón de no sé qué dispensa eclesiástico-democrática, que haga bromas sarracenas del tipo arquetipo que tantas mañanas pincha en el periódico, con su seca descripción de hechos, la pueril burbuja donde está instalado.

Tiene todo el derecho a hacerlas, y los periodistas y sus representantes gremiales habrían de controlar sus hipérboles. Decir que las burlas básicas de Iglesias son un peligro para la democracia es insultante para la democracia. Pero es que, además, revela una notable incomprensión de su propósito principal. En vez de describir la viciosa fantasía sobre el próximo establecimiento en España de la tiranía chavista, convendría ver en las maniobras de Iglesias el remedo de una clásica intención del populismo, que va desde Le Pen a Trump y pasa por tu querido Chomsky de las Cartas de Lexington, que consiste en echar a la gente contra los medios para intentar que sean percibidos como la clave de bóveda de la oligarquía.

Ese discurso falaz y exitoso, que ignora que los medios son en sí mismos un campo de batalla donde se reproducen con resultados inciertos todas las luchas sociales, éticas y estéticas, se ve hoy abonado por la emergencia de las redes asociales, el presunto contrapoder del contrapoder periodístico. El discurso del partido Podemos contra los medios solo busca reforzar el monstruoso ego del tumulto y la propia posición del chamán, tumulto él mismo, su partido y sus franquicias, ergo donde el tumulto prioritariamente se reconoce.

Lamentablemente, la reacción de los medios refuerza esa estrategia. Trump no es el probable candidato de los republicanos a pesar de los ataques de la cadena Fox, sino también, y particularmente, por esos ataques. El asunto no tiene una resolución sencilla. Si solo se tratara de la dignidad herida del periodismo, bastaría con un poco de bálsamo bebé en las zonas sensibles y el excipiente de aquel Joubert que recordaba cómo los jóvenes son la primera necesidad y el primer peligro del periodismo.

Recuerda, liberada: «…al ser para ellos cualquier pensamiento (incluso el más vulgar) una novedad y un descubrimiento, de buena fe lo realzan mediante la expresión; y gracias a su edad escriben bien lo que poco merece escribirse bien». Pero no es solo la dignidad, sino también el negocio. La basura podémica atrae a millones de moscas usuarias que pican, clican, y se van, y esa inflamación parece la única posibilidad de las compañías de noticias de recuperar los antiguos volúmenes de beneficio.

El periodismo tiene serios problemas objetivos a la hora de retar al populismo con el desdén. Y esa es la única disculpa que tienen los periodistas que la otra tarde no respondieron a Iglesias con el desdén que la circunstancia requería. Su insólito abandono colectivo de la sala revela, no solo una reacción que da por buena la zurrapa psicoanalítica del chamán, sino también un incumplimiento de un importante mandato del oficio, que es el de salir sentimentalmente aliviado de casa.

Y tú, sigue ciega tu camino