Regeneraciones

JON JUARISTI – ABC – 18/09/16

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· El término mismo de regeneración arrastra connotaciones autoritarias.

Hace un par de semanas me refería a los cambios reales de siglo, que no siempre coinciden con cronologías redondas. Además, una cosa es el cambio real de siglo y otra, la toma de conciencia de dicho cambio, que no tiene por qué ser simultánea. En 1963, Ernst Jünger comenzaba el prólogo a la segunda edición de uno de sus principales libros de entreguerras con la siguiente frase: «Esta obra sobre el trabajador apareció en el otoño de 1932, una fecha en la que no quedaban ya dudas acerca de la insostenibilidad de las cosas viejas ni acerca del surgimiento de cosas nuevas». Jünger, que vivió en primera línea de fuego los combates de la Gran Guerra y que, mientras duró ésta, no dejó de escribir diariamente sus reflexiones, advertía, no obstante, que debieron transcurrir aún muchos años para que su carácter de deslinde histórico fuese comprendido por la mayoría.

El pasado martes participé en una mesa redonda sobre «Regeneración de la política», organizada en el Colegio Mayor Pío XII de Madrid por la Comisión de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal. Los otros ponentes eran José María Fidalgo, el profesor de la Universidad de Comillas Fernando Vidal y Juan Carlos González, coordinador de los Cristianos Socialistas, un sector del PSOE con doble militancia. Me tocó abrir el debate y avancé que, a mi juicio, atravesamos un periodo de confusión conceptual, porque sabemos que los tiempos han cambiado pero no poseemos todavía una conciencia clara de qué cosas son las nuevas y cuáles las insostenibles.

Por eso planteamos los problemas con fórmulas vacías y moralistas, como, sin ir más lejos, la de «regeneración de la política». Recordé que «regeneración» fue una palabra muy de moda desde 1890 a 1923, en la larga crisis de la Restauración (Baroja decía haber visto un anuncio en el taller de un zapatero remendón que rezaba: «Se regenera el calzado»). Como toda metáfora médica, la regeneración aplicada a la política propiciaba remedios autoritarios. Si Costa reclamó un «cirujano de hierro», Baroja, que era médico –como mi amigo Fidalgo–, tradujo la expresión al castellano, vaticinando que el absceso infectado de la política española sería sajado por la espada de un militar. Y, efectivamente, el regeneracionismo culminó en el paso al acto de un militar regeneracionista, el capitán general de Cataluña, don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja.

Ahora bien, regeneración también podría significar generación por partida doble, y podría ser que el término, otra vez de moda, resuma la agenda actual de una nueva generación de políticos de todos los colores que se sienten bloqueados por la anterior y necesitan arrollarla. La idea de generación es uno de los lastres mentales de los demócratas de 1978, que por su propio origen discordaban en la de

pueblo –no asumible fuera del texto constitucional– y se agarraron a la propuesta de Julián Marías, según la cual pueblo es un concepto demasiado vago, mientras generación alude a realidades demográficas cuantificables. Incluso los populistas evitan todavía utilizar la palabra pueblo y usan en su lugar gente, etimológicamente vinculada a generación. El cambio político, en la España actual, se viene representando como sustitución de generaciones (la de la transición sustituyó a la del franquismo tardío, y de ahí para adelante).

Toda sustitución de generaciones se lleva a cabo mediante sacrificios, que eran hasta ahora más bien simbólicos y limitados a conjuntos reducidos de personalidades antipáticas para propios y ajenos, pero que, desde la semana que hoy concluye, amenaza con derivar en masivas hecatombes judiciales a derecha e izquierda. Y esto sí que es nuevo, vaya que sí.

JON JUARISTI – ABC – 18/09/16