José Luis Larrea-El Correo

 

La cooperación constituye el principal tesoro que los humanos hemos sabido descubrir y explica nuestro progreso como especie. Sin embargo, por qué las personas cooperamos o no cooperamos sigue constituyendo uno de los misterios más insondables. Lo que sí sabemos es que para cooperar necesitamos construir un relato que dé sentido a la acción.

Los relatos son la clave para imaginar una realidad deseada y proyectarla de manera que active la capacidad de cooperar de personas diferentes. Para el conocido escritor Yuval Noah Harari, todas las redes de cooperación a lo largo de la historia eran «órdenes imaginados», de manera que «las normas sociales que los sustentaban no se basaban en instintos fijados ni en relaciones personales, sino en la creencia en mitos compartidos». La capacidad de crear órdenes imaginados -fruto de la imaginación-, y de utilizar el lenguaje y la escritura para compartirlos, es fundamental para explicar las redes de cooperación humana.

Tenemos imaginación y tenemos lenguaje para comunicarnos y construir un relato. Así, un relato es una narración, un cuento, que recoge el conocimiento que se da acerca de un hecho o de una realidad imaginada. Un buen relato es fundamental para activar una cooperación coherente, enriquecedora y efectiva. Por ello es fundamental dedicar tiempo a construir el relato, situándolo en un contexto determinado, definiendo su propósito, fijando los valores a transmitir, proyectando confianza en la posibilidad de un futuro mejor y eligiendo bien el eje conductor del mismo, poniendo el foco en lo que se considere su fuerza tractora.

La fuerza y sostenibilidad de un relato explícito, basada en su profundidad, es capital porque la ausencia del mismo tiene consecuencias irremediables, ya que en el límite siempre hay un relato, más o menos consistente, más o menos pensado; pero siempre hay un relato que explica por qué hacemos cosas de forma conjunta.

En un contexto de superficialidad, de respuestas rápidas, en apariencia convincentes y que prometen soluciones milagrosas, la frivolidad en la construcción de los relatos nos puede llevar a emular al doctor Frankenstein -el personaje de la escritora Mary Shelley-, que se valió de fragmentos de cadáveres procedentes de salas de disección, patíbulos y mataderos para construir su criatura. La consecuencia sería un relato sin alma, construido a base de fragmentos de cosas diversas. El peligro de los relatos Frankenstein es que se vuelven en contra del creador, como la criatura de la novela -lo que se conoce como ‘síndrome Frankenstein’-, de manera que uno se encuentra atrapado, sin un relato propio convincente, pensado, interiorizado, que dé verdadero sentido a lo que hace.

Lamentablemente, los movimientos políticos populistas tienen mucho de construcción de este tipo de relatos. Se construyen en base a piezas sueltas que recogen las emociones y los sentimientos de las personas sobre algún aspecto de la realidad, sin ponerlo en contexto ni en contraste con valores fundamentales. También en la vida de las empresas y las organizaciones se construyen relatos en base a retales, sin pensar en lo que realmente constituye la misión y la razón de ser de las mismas. Hacemos documentos extensos sobre planes estratégicos que las más de las veces pasan de puntillas sobre el verdadero relato a construir, constituyendo una amalgama de aportaciones diversas, muchas veces contradictorias, pero que recogen las aportaciones de todos los que han participado en la construcción del relato, sin diferenciar, sin priorizar,… para que nadie se enfade. Qué duda cabe que estos procesos ponen de manifiesto la fuerza del liderazgo y la cohesión del colectivo en torno a un objetivo común. Construir un buen relato no es, pues, tarea fácil. Exige de valores compartidos, verdadero diálogo, generosidad, discernimiento y elección de un hilo conductor que dé sentido al conjunto.

En la tarea de construcción de relatos el PowerPoint constituye una de la grandes amenazas, porque es un gran facilitador de los procesos de emulación de Frankenstein. Hoy en día se ha convertido en una herramienta de construcción de relatos inevitable, transcendiendo de su carácter instrumental y convirtiéndose en el verdadero hilo conductor de los mismos. Pues bien, un PowerPoint no es un relato, es, en el mejor de los casos, un soporte para ayudar a seguir un relato.

El periodista francés Franck Frommer, en su libro ‘El pensamiento PowerPoint’, alerta sobre los peligros del «programa-rey de Microsoft, que cataliza todos los espejismos en los que se basa la sociedad de principios del siglo XXI: como se inscribe en la inmediatez del tiempo, su uso es rápido y poco costoso; ofrece una visión simplificada y fragmentada que resulta accesible y reproducible; produce la ilusión de lo espectacular para seducir; es minimalista para evitar la crítica».

En definitiva, necesitamos construir relatos para cooperar, pero debemos huir de la tentación de emular al doctor Frankenstein para avanzar rápido y sin conflicto. También necesitamos poner al PowerPoint en su sitio, como acompañante del relato y no como el propio relato. De esa manera construiremos relatos con la profundidad necesaria, inspiradores y movilizadores. Por eso, cuando vayamos a compartir un relato pensemos seriamente si sabemos de lo que vamos a hablar o, en realidad, solo tenemos un PowerPoint…