ROGELIO ALONSO-EL MUNDO

Más allá de elogios y mitificaciones, el autor recuerda que el ex ministro del Interior mintió sobre las negociaciones del Gobierno de Zapatero con ETA y afirma que el final de la banda no era ni el único posible, ni fue el mejor.

«LA MUERTE ESTILIZA la reputación», escribía David Gistau tras los panegíricos a Alfredo Pérez Rubalcaba. Ya en vida el socialista se benefició del embellecimiento de su trayectoria política que ha llevado a tantos a describirle como «un hombre de Estado». Su papel en el final de ETA, tan elogiado por muchos, demuestra precisamente cómo Rubalcaba hizo de la mentira un instrumento político al servicio del poder, no del Estado. Descrito como «maquiavélico» por su astucia, debemos recordar que Maquiavelo retrataba lo que los hombres hacían realmente, lo que son, no lo que deberían ser. La realidad revela a un Rubalcaba diferente al que debería haber sido para considerarlo un verdadero «hombre de Estado».

En 2017 Rubalcaba, con nulo sentido de Estado, atribuía exclusivamente al PSOE la «derrota» de ETA reivindicando que «el final de ETA tal y como ha sido no lo hubiera logrado el Gobierno de Rajoy»: «Sin los gobiernos de Zapatero y Patxi López este final no hubiera sido como ha sido, y este es el mejor final imaginado para ETA, el mejor que nunca podíamos haber tenido». Las afirmaciones del ministro del Interior entre 2006 y 2011 eran falsas, pues sí fue posible lograr otro final del terrorismo sin los réditos políticos para ETA derivados de la negociación entre los terroristas y el Gobierno socialista sobre la que también mintió Rubalcaba. Como afirma Fernando Savater: «No, no era el único final posible ni el mejor imaginable». Y es que la derrota operativa de ETA lograda por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y el CNI fue neutralizada por la negativa politización de la inteligencia que de ella hicieron líderes como Rubalcaba para indultar políticamente al terrorismo nacionalista.

En 2007 Santiago González recibió una carta de Rubalcaba en la que éste faltaba a la verdad negando lo que el columnista de EL MUNDO afirmaba y quedó demostrado por numerosas fuentes: los contactos socialistas con los terroristas se iniciaron incluso antes de que Zapatero llegara al Gobierno. González lo calificó en su libro Lágrimas socialdemócratas como «una violación flagrante del Pacto Antiterrorista desde su estado embrionario». Días después de que ETA asesinara a dos personas en la T4 en 2006 Rubalcaba volvió a mentir anunciando el final de la negociación con los terroristas que meses más tarde Zapatero reconoció aún se mantuvo a pesar de los asesinatos. También falseó Rubalcaba la realidad negando la extorsión etarra a empresarios mientras el Gobierno negociaba con ETA. Como desveló Ángeles Escrivá en Maldito el paísque necesita héroes, «los representantes del Gobierno en las negociaciones con ETA admitieron que el ministro del Interior Pérez Rubalcaba tenía en su poder un montón de cartas que no ha hecho públicas» y que «sabiendo que se pide dinero, decimos que no consta que se pide».

La actual crisis del PP tiene un factor causal precisamente en la seducción del Gobierno de Rajoy por las falsedades de Rubalcaba. Desde la oposición, Soraya Sáenz de Santamaría compareció en julio de 2011 como portavoz del PP para denunciar la «responsabilidad política» de Rubalcaba, ministro del Interior en el momento en el que ETA recibió un chivatazo de policías involucrados en una operación antiterrorista. La portavoz, que definió la delación en el bar Faisán como uno de los episodios «más graves de la democracia», responsabilizó a Rubalcaba por el caso en el que sería procesado el director general de la Policía y condenados dos policías por «revelación de secretos»: «Alguien descolgó el teléfono desde su Ministerio y les contó a los etarras que si pasaban la frontera iban a ser detenidos. De Alfredo Pérez Rubalcaba nadie se cree que no sepa las llamadas que se hacen o se dejan de hacer desde el Ministerio de Interior». En 2017 el juez José de la Mata reabrió la investigación tras tener conocimiento de un informe secreto elaborado por la Brigada de Análisis y Revisión de Casos de la Policía que contenía «indicios sobre la autoría intelectual entre los altos mandos del Ministerio del Interior de 2006, a cuyo frente estaba Alfredo Pérez Rubalcaba». No obstante, Fernández Díaz, ministro del Interior del primer Gobierno Rajoy, elogió a sus predecesores socialistas destacando su trabajo «ejemplar» al frente del ministerio.

La estrategia de Rubalcaba que culminó en la fraudulenta legalización de los «testaferros de ETA», como los definió el Tribunal Supremo, reforzó a la dirección «política» del movimiento terrorista. Así logró ETA eludir la derrota que temió cuando peligraba «su presencia en el escenario político y social», como destacaba un documento de inteligencia. La negociación revalorizó el terrorismo como «moneda de cambio», que pasó de ser un «lastre» a constituirse en el instrumento gracias al cual, mediante la promesa de su desaparición, el entramado terrorista logró recuperar el espacio político y social perdidos durante la última legislatura de José María Aznar. Esa fue la herencia envenenada que el PP asumió de Rubalcaba al ganar Rajoy las elecciones en 2011 continuando este con aspectos clave de la política antiterrorista socialista que tanto criticó desde la oposición. Esa continuidad generó una profunda desconfianza en el electorado popular ya que, como reconoció un análisis del Gobierno en 2014, éste no acometió las medidas necesarias para «hacer efectiva» la «derrota operativa» de ETA mediante «la deslegitimación política y social del terrorismo». Rajoy mantuvo en el Ministerio del Interior a la llamada «célula Rubalcaba», tres asesores cuya asesoría no era considerada por destacados mandos policiales como «técnica», sino «política» y «dañina para la política antiterrorista». Fernández Díaz y su Secretario de Estado, Francisco Martínez, sospechoso de utilizar fondos reservados en la operación Kitchen, pilotaron con la «célula Rubalcaba» ese «final sucio» de ETA, como lo definió un análisis gubernamental. Una nota interna manejada por los asesores de Rubalcaba llegaba a reconocer el fracaso de su política admitiendo que «la Izquierda Abertzale ha logrado hacerse con la iniciativa política en el País Vasco y ha rentabilizado electoralmente el final de la violencia, sin asumir la derrota de su anterior estrategia y sin hacer autocrítica de su connivencia con la violencia».

Rubalcaba también mintió sobre el trato de favor al etarra De Juana Chaos, negado en público pero reconocido en las negociaciones con ETA, como revela un documento de la Guardia Civil: «Se comprometen a darle libertad condicional». En contra de lo que afirmó el Gobierno, en absoluto estaba el etarra próximo a la muerte. José María Múgica, hijo del socialista Fernando Múgica, asesinado por ETA en 1996, denunció: «Yo acuso al Gobierno de humillar a los ciudadanos. El Gobierno ha ofendido a la democracia en España. Se ha rendido ante el terrorismo». Uno de los protagonistas de esa negociación fue Josu Ternera, que por fin acaba de ser detenido. Su detención está siendo instrumentalizada para realzar la figura de Rubalcaba en el final de ETA, omitiendo que los Gobiernos de Zapatero y Rajoy renunciaron a aplicar las órdenes internacionales de busca y captura contra el dirigente terrorista cuando se le tuvo localizado en varios países europeos entre 2004 y 2013. Al igual que ocurrió con los GAL, cuyas evidencias negó Rubalcaba como portavoz del Gobierno, un supuesto pero falso fin superior fue utilizado para cometer otra infamia: la necesaria justicia a las víctimas negada y aplazada por intereses políticos.

COMO APUNTA LIPPMANN, la opinión pública se consolida mediante la cristalización de concepciones estereotipadas con una considerable carga emocional. Rubalcaba era hábil en el manejo de esos estereotipos patrimonializando una derrota de ETA que, sin embargo, es incompleta. Después de que Guardia Civil, Policía y CNI lograran la derrota policial del entramado terrorista, ETA recibía su indulto político mediante la naturalización y normalización democrática de sus representantes, evidenciando una dejación del Estado que el mantra de «la derrota de ETA» intenta encubrir. La anécdota recogida por Tonia Etxarri en un artículo de significativo título, Amnesia consentida, es reveladora: «Si ETA ha dejado de matar, parece que todo vale y a cualquier precio. Pero ¿cómo te imaginabas que iba a ser el fin de ETA?, le preguntaba el vicepresidente y aún ministro del Interior, Pérez Rubalcaba y, sin embargo, Alfredo, a una periodista. ‘Así no, un final con precio político, que borre toda la historia del terrorismo de ETA, no’, le replicaba la aludida». Por ello, cuando se ensalza a Rubalcaba como artífice del final del terrorismo recuerdo las palabras de Eva María Pintado, guardia civil herida de gravedad en el atentado terrorista de ETA perpetrado el 6 de marzo de 2000 en San Sebastián: «¿Por qué la sangre es mía y las victorias de otros que jamás he visto en mi campo de batalla?».

Rogelio Alonso es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Rey Juan Carlos y autor de La derrota del vencedor. La política antiterrorista del final de ETA (Alianza).