Saber qué es una nación

ABC 25/05/17
IGNACIO CAMACHO

· Sánchez puede eludir la cuestión catalana hasta que se precipiten los acontecimientos. A partir de ahí estará en un aprieto

LA nueva gran incógnita del conflicto catalán es la posición del PSOE de Pedro Sánchez. Sin responsabilidades de gobierno y por tanto sin obligación de tomar decisiones, su papel resulta sin embargo esencial a la hora de forjar un consenso de Estado. En principio, el criterio socialista está fijado desde hace tiempo y el nuevo (?) secretario general no ha mostrado ninguna intención de revisarlo, pero durante la campaña de las primarias se ha deslizado por un plano de ambigüedad sobre el modelo territorial –«Pedro, ¿tú sabes que es una nación?»– que parece cuestionar su propio canon. Además, el respaldo masivo del PSC, por desconfianza hacia el antisoberanismo de Susana Díaz, ha sido clave en la victoria que le ha devuelto el liderazgo.

Sánchez no tiene un proyecto de nación, ni siquiera de partido; su proyecto es exclusivamente personal y consiste en alcanzar la Presidencia del Gobierno. Con la vigente correlación de fuerzas no podrá obtenerla sin el respaldo de los nacionalistas y de Podemos; incluso a medio plazo es más que probable que para aspirar a La Moncloa necesite su consentimiento. Los adversarios del régimen del 78 son en principio la base más viable para cualquier acuerdo que le permita cumplir su sueño. Y unos y otros coinciden al menos en un tramo de la ruta soberanista, el que conduce al referéndum. Ése es el precio.

Requerido como está por prioridades de reorganización interna, podrá manejar con ambigüedad y de perfil el debate catalán mientras éste se mantenga en la tensión controlada de sus actuales términos. El problema sobrevendrá si se precipitan los acontecimientos, que amenazan con entrar de aquí a octubre en fase de compromiso serio. Cualquier avance insurreccional de los secesionistas, más allá de una consulta fácil de negar por ahora, le pondrá en un aprieto porque tanto Rajoy como Rivera –y parte de su propio partido– le van a exigir apoyo constitucionalista y la situación requerirá un inevitable pronunciamiento. En ese caso, más que verosímil, tendrá que fijar postura sin más remedio.

Hasta ahí llega su margen de maniobra: puede ofrecer unidad de boquilla, con matices –la falta de diálogo y tal– y en un contexto genérico. Pero nadie sabe hasta dónde apretará el independentismo llegado el momento. No se trata de un escenario remoto; hay un plan, un calendario, un proceso. La clandestina ley de desconexión sugiere una voluntad clara de rebeldía, casi una sedición que podría obligar al Estado a un acto de fuerza. En cuatro meses, quizá antes, se puede acabar el tiempo de la equidistancia, de las simetrías y de las actitudes intermedias. Y ésa es la cuestión esencial: la de si el PSOE sanchista llevaría su lealtad a la Constitución y a la integridad nacional al punto de suscribir cualquier medida legal en su defensa. La de si su líder sabe de verdad qué es una nación. Se admiten apuestas.