Sánchez, camino de perder el 10-N

JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL

El PSOE aparece estancado o a la baja en las encuestas, mientras el PP sube: los conceptos de orden y gestión se atribuyen más a la derecha y esas son ahora las demandas sociales

Pedro Sánchez y el PSOE tienen tres maneras de salir derrotados de los comicios del próximo 10-N y solo una de ganarlos. Pierde el presidente en funciones y los socialistas 1) si se mantienen con 123 escaños, los que obtuvieron el 28-A. En este supuesto, la repetición de las elecciones no les habría reportado ninguna ventaja; estarían donde estaban; 2) si obtienen menos diputados de los que lograron en abril, aunque solo restase uno, porque entonces la repetición de elecciones se revelaría como una fracaso para sus expectativas y 3) si el PP, en una hipótesis improbable pero no imposible, supera al PSOE en votos o en escaños. La decisión de convocar las legislativas habría sido un desastre para el socialismo. Por el contrario, Sánchez y el PSOE disponen de una única manera de hacerse con la victoria: ampliando claramente el número de escaños, ofreciendo así sentido político a la convocatoria anticipada tras la investidura fallida el pasado mes de julio y el no menos fallido «gobierno progresista».

Dos portavoces parlamentarios advirtieron al secretario general del PSOE del peligro de convocar elecciones en coincidencia con un calendario político endemoniado. Gabriel Rufián manifestó textualmente el 21 de septiembre que «la izquierda la va a pringar el 10-N», atribuyendo el posible fiasco a la abstención. Pablo Iglesias, por su parte, aseguró taxativamente el 19 de julio que si se repetían elecciones «Sánchez no será presidente nunca». Ambos —Rufián e Iglesias— formulaban esos arriesgados pronósticos adelantando la situación política que se iba a crear en España a lo largo de este otoño, y, en particular, por la reacción del independentismo catalán tras una sentencia del Supremo que se esperaba —como ha sucedido— condenatoria para los 12 dirigentes políticos y sociales del proceso soberanista.

Aunque Sánchez ha tratado de presentarse —no se sabe si también conseguido— como un hombre de Estado ante la coyuntura catalana y ha manifestado grandes dosis de prudencia ante la desaceleración económica que parece inevitable, la caótica situación por la que atraviesa Cataluña ha impactado sensiblemente en amplios sectores de la opinión pública. Las escenas de auténtica «kale borroka» en Barcelona, retransmitidas en directo por varias cadenas de televisión, la apertura de informativos y periódicos con expresiones alarmadas, correspondidas desde la Moncloa con llamamientos a la «unidad, la moderación y la proporcionalidad», han creado una sensación de temor: el miedo a que la insurrección —tanto institucional como callejera— provoque una situación crítica al régimen constitucional.

Las demandas sociales mayoritarias ante los acontecimientos en Cataluña y las dificultades económicas que ya asoman consisten en orden y gestión. Ambos son conceptos que connotan mucho más a la derecha que a la izquierda, o, en otras palabras, más al PP que al PSOE. Resulta indigerible el abusivo y constante desafío del presidente de la Generalitat, Quim Torra, el desmantelamiento institucional del autogobierno catalán, el daño económico general que produce el estado de permanente insurrección en aquella comunidad autónoma y el desgobierno absoluto que se ha adueñado de Cataluña en la que se está imponiendo un separatismo que acapara todas las expresiones públicas de su sociedad como ayer pudo comprobarse a propósito de la huelga general convocada para protestar contra la sentencia del Tribunal Supremo.

Pablo Casado ha cambiado el chip, ha reintegrado a las listas a los distintos sectores del PP y ha modulado acertadamente su discurso

En estos momentos sería impensable una futura mayoría parlamentaria que se formase con cualquiera de los partidos independentistas, incluida Esquerra Republicana de Catalunya, por mucho que tácticamente se presente como una opción más sensata que la que teledirige Carles Puigdemont valiéndose del torpe pero desastroso Torra. Pedro Sánchez no podrá ser investido —en el caso de que el PSOE sea el primer partido el 10-N— con la colaboración activa o pasiva de ninguna opción independentista, ni tampoco por el grupo de Unidas Podemos en el que estarán presentes diputados «comunes» que en esta crisis aguda se han comportado como auténticos agentes dobles. El cabeza de lista del partido de Colau por Barcelona —Jaume Asens— es un radical defensor de las peores tesis separatistas.

Pedro Sánchez debe introducir algún factor disruptivo en la marcha de los acontecimientos. Aunque lo haya pretendido, la próxima exhumación de Franco y su inhumación en El Pardo, es una baza descontada ya para el PSOE. Pablo Casado ha cambiado el chip, ha reintegrado a las listas a los distintos sectores del PP y ha modulado acertadamente su discurso. El espacio de Ciudadanos está arrasado y Vox se presenta como una opción al alza con los mismos síntomas de la precampaña y campaña del 28-A.

Mientras tanto, el PSOE aparece estancado o a la baja en prácticamente todas las encuestas y Sánchez no termina de transmitir una consistente sensación de confianza. Y aunque la memoria colectiva de los españoles es retroactivamente breve, no lo es tanto como para no recordar que el presidente en funciones lo es por una exitosa moción de censura, gracias a los votos de los independentistas que ahora convulsionan España entera. Y que tuvo con Torra unas deferencias —en Moncloa (9 de julio de 2018) y en Pedralbes (20 de diciembre de 2018, hace menos de un año)— que, retrospectivamente, resultan erróneas y estériles. O pega un volantazo, o Sánchez, en alguna de las tres versiones expuestas al principio de este post, camina derecho a perder el 10-N.