Ignacio Varela-El Confidencial

La caracterización que Sánchez hizo ayer de Iglesias –extensiva, lo admita o no, a Podemos en su conjunto- es tan veraz como, en su caso, cínica

Sostiene ahora Sánchez que no admite a Pablo Iglesias en el Consejo de Ministros porque necesita un vicepresidente (o un ministro, se entiende) que esté dispuesto a defender la democracia española. Porque, según él, existen entre ellos “discrepancias abismales” sobre las cuestiones esenciales del Estado en general y del Estado de derecho en particular. Porque Iglesias no controla a su partido ni garantiza el comportamiento de sus dirigentes. Porque no es de recibo que alguien pretenda entrar en un Gobierno con la declarada intención de vigilar políticamente a su propio presidente.

Es decir: hoy los españoles hemos conocido que, para el candidato Sánchez, Iglesias no está comprometido con la defensa de la democracia, no es de fiar en cuanto a los fundamentos de la Constitución y del Estado, carece de autoridad y control sobre su propio partido y no pretende entrar en el Gobierno para contribuir a la tarea colectiva, sino para ejercer de comisario político.

 Es difícil encontrar una descalificación política y personal más completa y acabada de un supuesto aliado. Sobre todo porque son ‘dicterios ad personam’, que se aplican específicamente al individuo Iglesias. Solo así se entiende que, en el mismo discurso, Sánchez haga compatible semejante diatriba hacia Iglesias con la presencia en el Gobierno de otros miembros cualificados de Podemos, y que mantenga expresamente la consideración de ese partido como “socio preferente” a todos los efectos -excepto al de compartir poder con su líder-.

Al parecer, la presencia en el Gobierno de otros miembros de UP no pondría en peligro la defensa de la democracia, los fundamentos del Estado, la lealtad institucional o la cohesión del Ejecutivo. El obstáculo tiene nombre y apellido. Así pues, sucede una de estas dos cosas: a) que Sánchez espera que los ministros de Podemos se desvinculen de las instrucciones de su secretario general; o b) que lo que realmente teme de la presencia de Iglesias en el Gobierno no es su vigilancia ni sus discrepancias, sino su competencia (en el sentido de competidor).

Lo tramposo del argumento saltaría a la vista si Iglesias respondiera presentando un catálogo de ministrables del siguiente tenor: Irene Montero, Alberto Garzón, Pablo Echenique, Juan Carlos Monedero, Teresa Rodríguez. Entonces veríamos extenderse al instante la mancha de lepra que, en el sermón de ayer, solo contaminaba a Iglesias.

El caso es que Sánchez tiene razón. Pablo Iglesias en el Gobierno –igual que cualquier otro de los nombres citados- sería una bomba de relojería y un peligro para el país. Precisamente por eso los principales dirigentes de su partido (cuando el PSOE tenía dirigentes, en plural) tuvieron que frenarlo por las malas hace tres años. Luego él derrotó a todos, fulminó a unos cuantos y transformó a los demás en serviles cortesanos.

Lo asombroso es que el candidato a presidente se haya enterado de todos esos rasgos inhabilitantes del líder de Podemos días antes de su investidura

Lo asombroso es que el candidato a presidente se haya enterado de todos esos rasgos inhabilitantes del líder de Podemos tres días antes de su investidura. ¿Desde cuándo sabemos los españoles que Pablo Iglesias defiende el derecho de autodeterminación, considera presos políticos a los insurrectos procesados por rebelión, propugna el derrocamiento de la Monarquía, se opone a las políticas económicas de Bruselas, descree de la Constitución del 78 y patrocina regímenes como los de Venezuela, Cuba o Irán? ¿Dónde ha estado Pedro Sánchez durante estos cinco años?

La caracterización que Sánchez hizo ayer de Iglesias –extensiva, lo admita o no, a Podemos en su conjunto- es tan veraz como, en su caso, cínica. Él alcanzó el poder gracias al apoyo de Iglesias y a sus gestiones con los independentistas. Lo declaró públicamente como su socio preferente, rompiendo el frente constitucional. Gobernó durante 10 meses con su respaldo, planteando una política frentista que dividió en dos a la Cámara y al país. Atrajo a muchos votantes de Podemos haciéndoles creer que, derrotando al trifachito, se aseguraba el gobierno común de la izquierda. En la víspera de la elección, declaró expresamente que no habría inconveniente alguno en compartir el Gobierno con Podemos. Congeló durante dos meses la negociación sobre el Gobierno para asegurarse de que Podemos le entregara los gobiernos autonómicos y municipales. Solo entonces descubrió que meter a Pablo Iglesias en el Gobierno constituye nada menos que una amenaza para la democracia.

Sánchez utilizó a Podemos y a sus seguidores como lanzadera hasta que el aliado se convirtió en un estorbo para su proyecto de poder personal

Los electores de la izquierda habrían agradecido que Sánchez les explicara antes de votar todo lo que manifestó ayer en La Sexta. Lo cierto es que utilizó a Podemos y a sus seguidores como lanzadera hasta que el aliado se convirtió en un estorbo para su proyecto de poder personal. Si esto no es un fraude político, que baje Dios y lo vea.