LUCÍA MÉNDEZ-EL MUNDO

Al presidente le ha sobrado pasión y le ha faltado realismo ante el campo de minas de su minoría parlamentaria. El cortejo del diálogo con el independentismo ha salido mal, no tiene apoyo para sus cuentas y se enfrenta a un maratón de elecciones

En La política como profesión, el gran filósofo y sociólogo alemán Max Weber establece las tres cualidades decisivas que –a su juicio– debe tener un político. «Pasión, sentido de la responsabilidad y distanciamiento. Pasión en el sentido de estar volcado en la entrega apasionada a una causa. Aunque la pasión no convierte a uno en político si no hace de la responsabilidad la estrella que guía su acción. Y para ello necesita el distanciamiento –la cualidad decisiva–, esa capacidad de dejar que la realidad actúe sobre sí mismo con serenidad y recogimiento interior. La falta de distanciamiento como tal es uno de los pecados mortales del político».

Es preciso «el realismo», asegura el profesor Joaquín Abellán en la última edición de la obra del sabio alemán, «para que uno pueda afrontar el fracaso de todas las ilusiones y de todas las esperanzas».

La pasión por el poder no le faltó a Pedro Sánchez cuando en el mes de junio se hizo cargo del Gobierno de España, tras una fulminante moción de censura que acabó con el mandato de Rajoy. Pero el flamante jefe del Ejecutivo incurrió en el pecado que advierte Weber. Falta de realismo y de distanciamiento para darse cuenta de que lo que le esperaba no era precisamente un sendero de gloria. Cuatro meses después de entrar lleno de pasión en La Moncloa, Pedro Sánchez afronta el fracaso de muchas de sus ilusiones y esperanzas.

El viernes pasado, un Gobierno con tan pocos meses de vida se hizo la tercera fotografía con los ministros al completo. Demasiadas fotos en las escalinatas de La Moncloa para un Ejecutivo recién nacido.

La pasión de Sánchez, alimentada por la extraordinaria acogida que tuvo la formación de su Gobierno en la sociedad española, llevó al presidente a iniciar su mandato como si acabara de salir de las urnas con suficiente mayoría para llevar a cabo su programa. Esto es. Con anuncios casi diarios de reformas políticas y económicas de gran alcance y envergadura para las que no disponía de mayoría parlamentaria. Anuncios que fueron quedando suspendidos en el aire.

La pasión, la fe o la buena voluntad llevaron a Pedro Sánchez a organizar un cálido y empático encuentro en La Moncloa con el presidente catalán, Quim Torra. Tres meses después, ese cortejo del diálogo con el independentismo ha naufragado, aunque nadie puede decir que sea culpa del presidente del Gobierno español. Él ha hecho lo posible por «normalizar» las relaciones. El realismo de estos acontecimientos de octubre, aniversario de aquel otro octubre de naufragios, se ha impuesto a la fe de Pedro Sánchez. Siempre podrá decir el Gobierno –como dice– que estamos mejor que el año pasado. Y resaltar en positivo la recuperación del diálogo administrativo con la Generalitat de Cataluña, suspendido tras la aplicación del 155.

Pero más allá del voluntarioso trabajo de la ministra Batet en sus reuniones bilaterales, nada indica que los partidos independentistas –traspasados ellos mismos por una honda división interna– vayan a reconsiderar su estrategia de tensión. El ex presidente Puigdemont sigue llevando el timón político catalán desde Waterloo, sin que ERC y el sector del PDeCAT partidarios de ir regresando a «la normalidad» puedan ganarle el pulso.

El tumultuoso pleno del Parlament –tan parecido a las sesiones del 6 y 7 de septiembre de 2017– y el ultimátum de Torra han permitido esta semana a Sánchez exhibir algo de músculo ante la obcecación e intransigencia del Gobierno independentista. La comparecencia de la ministra portavoz, mostrando firmeza frente al ultimátum de Torra de dejar sin apoyo parlamentario a Sánchez si no se aviene a un referéndum, sirvió para contrarrestar el discurso inflamado y sin concesiones del PP y Ciudadanos, cuyo mensaje es que Sánchez se ha vendido a los que quieren destruir España.

Aunque Torra ha quedado retratado esta semana como un presidente sin partido que no puede dar instrucciones a dos formaciones políticas –ERC y PDeCAT– para su actuación en el Congreso, la fragilidad política de Cataluña –«el colapso», ha dicho la prensa catalana– es el elemento central del realismo que golpea a Sánchez.

El presidente del Gobierno tiene ante sí un calendario político que es un auténtico laberinto lleno de urnas por todas partes. Su camino hacia una posible convocatoria anticipada de las elecciones generales está condicionado por los procesos electorales ya previstos –andaluzas, municipales, autonómicas y europeas– o anunciados oficiosamente, como las elecciones catalanas que Torra pretende convocar después del juicio a los líderes independentistas.

La tramitación de los Presupuestos que el Gobierno negocia con Podemos para remitirlos al Congreso también coincidirá con el juicio, lo cual dificulta su aprobación por parte de los partidos catalanes. Hace unas semanas, Sánchez vinculó la convocatoria de elecciones generales al rechazo de sus Presupuestos. Ahora está matizando a través de sus ministros, ya que el presidente ha decidido poner distancia con los medios de comunicación y espaciar sus apariciones públicas sin hacer declaraciones.

Las fuentes consultadas no ven realista una convocatoria anticipada de generales a un año vista, a pesar de todas las incertidumbres. Hay pocas fechas libres de urnas. Todo indica que la presidenta andaluza adelantará sus comicios a diciembre, y ya ha dejado claro que no coincidirán con las generales.

Sánchez sólo podría convocar en marzo, pero ello interfiere en su voluntad de tramitar los Presupuestos en el Congreso, aunque se los tumben. Y en mayo hay elecciones convocadas. Con tres urnas en algunas comunidades y dos en todas las demás. Hacer coincidir las generales con las municipales, autonómicas y europeas se considera una hipótesis descabellada. Así que el presidente Sánchez tendrá que ir tirando hasta el otoño de 2019 como sea, con el remanente de pasión y fe que le vaya quedando de aquel ya lejano mes de junio.