José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

El compromiso de Sánchez con los profundos valores constitucionales se juega, además de con sus políticas en Cataluña, con las decisiones de su partido en Navarra

En los próximos días, se tiene que decantar un acuerdo para constituir el Gobierno de Navarra. De los 50 miembros de su Parlamento foral, 20 forman parte de la coalición Navarra Suma (UPN, Ciudadanos y PP), 11, del Partido Socialista y 19, de la conjunción de partidos nacionalistas (PNV y Bildu) y populistas (Podemos) que ha venido gobernando desde 2015 hasta el pasado 26 de mayo. Bastaría que los socialistas navarros, liderados por María Chivite, se abstuvieran, para que la derecha (no está presente Vox) se hiciera con el Ejecutivo de la Comunidad Foral.

En otras palabras: depende de Pedro Sánchez que Navarra no siga en manos del nacionalismo y evitar así el riesgo de que el territorio foral continúe siendo un laboratorio de ensayo de las políticas del PNV y de Bildu, e impedir que en un plazo de tiempo relativamente corto se plantee un referéndum de anexión de Navarra a Euskadi, hipótesis contemplada en la disposición transitoria cuarta de la Constitución española.

 Los nacionalistas vascos ya han advertido de que si el PSN permite el Gobierno de la derecha navarra, sus seis diputados en el Congreso difícilmente votarían la investidura de Pedro Sánchez. El secretario general del PSOE se juega mucho en este envite, pero más aún la idea de una España constitucional hostigada por los nacionalismos y los populismos. Navarra es la ‘tierra prometida’ para el PNV y Bildu. Su extensión es de 10.391 kilómetros cuadrados, mientras que la actual Comunidad Autónoma Vasca tiene una superficie menor, solo 7.234. El territorio navarro aportaría 647.000 habitantes a los casi 2.200.000 de Euskadi. El País Vasco es la quinta economía de España y dispone del segundo PIB per cápita. Por su parte, Navarra es la 14ª, pero ocupa uno de los primeros cinco puestos en PIB por habitante. El porcentaje de navarros que hablan y usan el euskera es asunto polémico, pero la horquilla de los que lo hacen se sitúa, según fuentes no coincidentes, entre el 6% y 12%.
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Estos datos —superficie, población, PIB y uso del euskera— ofrecen la medida de por qué el nacionalismo vasco considera que Navarra forma parte de Euskal Herria, y de por qué hasta ahora es un territorio irredento. Los gestos del PNV y de la izquierda ‘abertzale’ hacia Navarra son concluyentes. La histórica Asamblea Nacional del PNV de 1977 se celebró en Pamplona, ciudad que el nacionalismo conoce por su versión en euskera: Iruñea. Es navarro Carlos Garaikoetxea, el primer lendakari de la democracia, y en el territorio foral tuvo mucha fuerza su partido —Eusko Alkartasuna— cuando se escindió del PNV en 1986. Pero no todo es pasado: incluso con Urkullu en la presidencia del Gobierno vasco, su organización celebró en 2016 su VII Asamblea Nacional en la capital navarra.

Bien podría afirmarse que la Euskadi —la ‘gran Euskadi’— que forma parte del sueño del nacionalismo no es posible sin Navarra, porque los tres territorios vascos —Vizcaya, Álava y Guipúzcoa— carecen, en todas sus variables, de masa crítica para ni siquiera intentar una trayectoria independentista. De tal manera que el territorio navarro constituye, como desiderátum, el de la expansión natural del conjunto del ‘abertzalismo’ y de su proyecto de construcción nacional.

Ante esta ‘amenaza’, una mayoría de los navarros —y entre ellos, los socialistas— han mantenido una resistencia encomiable. La derecha navarra se ha agrupado tradicionalmente en torno a Unión del Pueblo Navarro (UPN), vinculándose unas veces sí y otras no con el PP. Ahora lo ha hecho también con Ciudadanos y, además de lograr ganar las elecciones forales del pasado 26-M, Navarra Suma —denominación de la coalición— colocó en el Congreso dos escaños, obteniendo el 29,32% de los votos. Por su parte, el PSN obtuvo otros dos, con el 25% de los sufragios. No lograron puestos en la Cámara ni Bildu ni Geroa Bai, es decir, el nacionalismo vasco. NS obtuvo, además, tres senadores el 28 de abril.

Navarra, si la política de pactos no es sensata, resultará una bomba política que estallaría no en Pamplona sino en la Moncloa

En estas circunstancias, caben dos opciones: que el PSN facilite con su abstención un Gobierno de Navarra Suma, o que, y también sería posible y aun deseable, la coalición ganadora formase otra de gobierno con el partido de María Chivite y fueran las fuerzas constitucionalistas las que asumieran la gobernanza de la Comunidad Foral en consonancia con el dictado de las urnas. Unión del Pueblo Navarro ofreció ayer a Sánchez la posibilidad de abstenerse para facilitar su investidura, un gesto de pragmatismo inteligente que permitiría que Navarra no se pierda para la causa constitucional, lo que ocurriría si el líder socialista no tiene claroS los criterios de valoración de lo que el conjunto de España se juega en aquella comunidad.

El actual presidente en funciones es denostado por amplios sectores de la derecha por su supuesta falta de fiabilidad política y ausencia de compromiso con la Constitución. Esa imagen del secretario general del PSOE es negativamente hiperbólica pero, sin embargo, ha calado, y mucho, en amplios sectores de la opinión pública. Además de su política en Cataluña, el próximo presidente del Ejecutivo ofrecerá la medida de su identificación con los valores profundos del compromiso constituyente si rescata Navarra de las ambiciones nacionalistas que la mayoría de los ciudadanos de aquella comunidad rechaza. Navarra, si la política de pactos no es sensata, resultará una bomba política que estallaría no en Pamplona sino en la Moncloa.