ALBERT RIVERA-El MUNDO

El autor lamenta la deriva del Gobierno en asuntos como el ‘procés’ y exige a Sánchez que responda si indultará a los cabecillas del golpe del 1-O si son condenados y él es presidente.

HACE UN AÑO, cuando se produjo el golpe separatista contra nuestra democracia, comprobamos que aquella afrenta traía consigo una gran paradoja: la unión de los españoles, el despertar de un sentimiento de patriotismo cívico como nunca antes había asomado en nuestro país. Puigdemont, Junqueras y compañía intentaron romper España y, lejos de lograrlo, lo que provocaron fue que millones de españoles se conjuraran para defender su democracia y proclamar sin complejos el orgullo de pertenencia a esta gran nación. Aquel despertar sigue hoy muy presente y sabemos que millones de ciudadanos ya no aceptarán ni una concesión más al nacionalismo, no volverán a pedir perdón por ser españoles y no dejarán de mostrar con orgullo los símbolos nacionales.

Lo que sí ha cambiado desde entonces es el PSOE. Quien fuera un actor clave en la construcción de la España democrática y un aliado en la aplicación de la Constitución para sofocar el golpe, se ha desviado de aquel espíritu y de aquel camino. Ya no está en el constitucionalismo, lo ha abandonado. Pedro Sánchez decidió legitimar como interlocutores válidos a Torra, Rufián y Puigdemont y pactó con ellos el acceso al poder por la puerta de atrás, sin pasar por las urnas, y engañando a los españoles prometiendo que convocaría elecciones «cuanto antes». Su llegada a La Moncloa ha dado un balón de oxígeno a los separatistas a los que debe su puesto, pero esa forma de hacer política debe ser un paréntesis en la historia democrática de España. Negativo y dañino, pero un paréntesis que preceda al nacimiento del constitucionalismo del siglo XXI. Estoy convencido de que una gran mayoría de españoles, incluidos muchos de los que un día votaron al Partido Socialista, así lo desea también.

El precio por el apoyo de los separatistas lo va pagando Sánchez a plazos, como vemos a diario. Mientras, mendiga nuevas prórrogas del aval de esos socios para seguir atrincherado sin convocar elecciones. El pacto de la cárcel por el que Iglesias negoció en un vis a vis con Junqueras presupuestos a cambio de indultos o el uso torticero de la Abogacía del Estado para beneficiar a los golpistas son los ejemplos más vergonzantes de que Sánchez es capaz de todo por el sillón. Incluso de poner instituciones del Estado a trabajar para quienes quieren destruir el Estado y de prometerles indultos si resultan condenados por la Justicia.

Lo dijo el líder socialista en Cataluña, Miquel Iceta, y lo repitió la delegada del Gobierno en la misma comunidad, Teresa Cunillera. Pero tras la última sesión de control en el Congreso ya no cabe ninguna duda de lo que quiere Sánchez: un pacto inmoral por el que asegurarse apoyos presentes y futuros de populistas y separatistas a cambio de la impunidad de los golpistas.

En esa sesión parlamentaria le pedí reiteradamente que respondiera a una pregunta muy sencilla: «¿Piensa indultarles si hay condena y usted es presidente, sí o no?». Se negó a responder, y desnudó así su intención. Lo mismo que hizo dos días después su vicepresidenta Calvo. Esa impunidad que está ofreciendo a los que quisieron liquidar nuestra democracia es simplemente una humillación intolerable al pueblo español. Pero le perseguirá como una sombra. Nadie podrá ser candidato a la presidencia del Gobierno en las próximas elecciones sin contestar a esta pregunta crucial.

Es así como el PSOE ha sido engullido por el sanchismo, una corriente vacía de pensamiento y de principios a la que solo le importa el poder y está dispuesta a todo para alcanzarlo y mantenerlo. Aunque tenga que aliarse con todos y cada uno de los partidos que quieren cargarse España y criminalizar a los que defendemos el Estado de derecho. Aunque tenga que argumentar hoy exactamente lo contrario que hace medio año sobre la rebelión del procés. Aunque tenga que prorrogar los presupuestos de Ciudadanos y PP que tanto demonizó.

Esa deriva ha desembocado en un punto de inflexión definitivo estos días. La reacción del sanchismo al acto en defensa de la Guardia Civil, la libertad y la democracia que celebramos en Alsasua es la muestra más elocuente de la quiebra moral del PSOE. Ya no es solo que legitimen a separatistas y populistas, es que directamente asumen y alimentan sus discursos excluyentes. En Alsasua los batasunos lanzaron piedras y botellas contra la furgoneta en la que iba con Fernando Savater; boicotearon el discurso de una víctima de ETA; increparon, insultaron y amenazaron a todo demócrata que les pasaba por delante… y al sanchismo solo se le ocurre cargar contra quienes ejercíamos nuestro derecho de reunión en un pueblo de nuestro país para defender nuestra democracia. Quo vadis, PSOE?

Las palabras del portavoz socialista, Ander Gil, son un insulto a las víctimas del terrorismo presentes en aquel acto. Las de Marlaska, absolutamente impropias de un ministro del Interior. Las de Ábalos, Robles y el resto de líderes del sanchismo, idéntica ignominia.

Resulta difícil imaginar a Felipe González, Alfonso Guerra, Nicolás Redondo Terreros, José Bono, Juan Carlos Rodríguez Ibarra o Joaquín Leguina practicando ese discurso: que es mejor no ir a según qué lugares de España a celebrar actos para no molestar a los nacionalistas. «Los silencios, en determinados momentos de la historia, terminan siendo complicidades», denunciaba este martes Francisco Vázquez, el ex alcalde socialista de La Coruña, en un acto de Ciudadanos. Lo grave es que Sánchez ya no está ni siquiera en el silencio y la equidistancia, sino en la orilla opuesta al constitucionalismo.

Y no, no vamos a dejar que los nacionalistas campen a sus anchas en territorios de España que quieren vedados para los demócratas, como tampoco vamos a dejar de defender a nuestros servidores públicos ni los valores liberales. Y por supuesto que no vamos a pedir permiso a Otegi, a Torra ni a el carnicero de Mondragón para celebrar un acto en cualquier lugar de nuestro país.

SÁNCHEZ se ha abonado al frentismo, a la vuelta al pasado, está cómodo cultivando esa división en bandos propia del siglo XX. Pero antes o después, por mucho que se resista, habrá elecciones y los ciudadanos decidirán si apuestan por la reconstrucción del proyecto común español para que despegue el constitucionalismo del siglo XXI. En esos comicios España afrontará la encrucijada por la que ya han pasado otros países de Occidente para elegir entre liberalismo o populismo, unión o división, igualdad o desequilibrios, reformismo o liquidacionismo.

Hemos escuchado a Sánchez decir que quiere reconstruir «la izquierda» y a Casado que quiere reconstruir «la derecha». Nosotros aspiramos a algo mucho más necesario: reconstruir el proyecto común español y liderar el constitucionalismo del siglo XXI. Hay que dejar atrás las viejas etiquetas bipartidistas y mirarle a los ojos al futuro. Exactamente lo mismo que debemos hacer a nivel europeo, sumando fuerzas con todos aquéllos que defienden una sociedad abierta, una economía liberal y una UE sin barreras y con oportunidades. Solo así derrotaremos a nuestros verdaderos adversarios en España y en todo el continente: el nacionalismo y el populismo.

Porque creemos, con Ortega, que «no es el ayer, el pretérito, el haber tradicional, lo decisivo para que una nación exista; las naciones se forman y viven de tener un programa para mañana». España necesita abrir cuanto antes una era de esperanza y de reformas para armar nuevos consensos de Estado en educación, empleo, regeneración o pensiones. Todo ello desde los valores constitucionales, la libertad, la igualdad y la unión, para devolver la autoestima y la dignidad al pueblo español.

Albert Rivera es presidente de Ciudadanos.