ABC-LUIS VENTOSO

ROBIN HOOD EN ROMA

EL Vaticano, antaño faro de sosiego y certezas inmutables, ofrece hoy un carrusel de curiosidades, gestos y mensajes impactantes. Movido por su buen corazón, el pontificado de Francisco ha tomado un rotundo sesgo social, situando las necesidades de los pobres en primerísimo plano. Nada puede concordar más con el mensaje de Jesucristo que esa orientación, que por tanto debe ser aplaudida y observada por todos los católicos. Pero el problema llega cuando toca pasar a lo concreto, porque a los pobres se les puede ayudar de varias maneras. Una, el liberalismo, cree que la vida de los desfavorecidos mejora cuando se fomentan la seguridad jurídica y de libertad económica y política, que abonan la creatividad económico y la eclosión de riqueza. Por supuesto surgen algunas disfunciones, a veces lacerantes, pero el resultado es que en general las sociedades van prosperando. La segunda teoría, el socialismo en sus múltiples variantes, hace hincapié en la igualdad. La necesidad de crear riqueza empresarial para que su savia vivifique a toda la sociedad pasa a segundo plano. El énfasis se sitúa en la subvención, la ayuda directa a los que se han quedado atrás. Simplificando, cabe recurrir al símil clásico: las recetas liberales propugnan que cada vez más gente aprenda a pescar; mientras que la izquierda propone quitar algunos peces a los que ya pescan y entregárselos directamente a los que están ociosos en la orilla, o carecen de embarcación. Francisco, forjado en la convulsa escuela igualitaria argentina, es de la segunda opción. Sin embargo, la historia de la humanidad en los siglos XX y XXI repite tozudamente que funciona mejor la primera: véanse las dos Coreas y las dos Alemanias y compárense los dispares niveles de vida de pueblos que siendo idénticos enfilaron sendas políticas contrapuestas.

En Italia se ha armado una polvareda política porque un cardenal polaco de 55 años, el limosnero encargado de las obras de caridad del Vaticano, se ha presentado en un edificio público de Roma donde viven 450 okupas, ha bajado al sótano, ha roto un precinto de una compañía energética y a riesgo de electrocutarse ha restablecido el fluido eléctrico. La empresa había cortado la corriente porque los okupas adeudaban 300.000 euros de facturas pendientes. Eso sí, mantenían allí laboratorios artísticos, talleres y hasta una orquesta que daba conciertos en el sótano. El cardenal Konrad Krajewsky ha respondido a sus críticos replicando que «la situación era particularmente desesperada». Un argumento espinoso: ¿Debe quedar la ley en suspenso ante las situaciones de pobreza? O llevándolo a la ironía: ¿Qué haríamos si a los okupas les diese por aposentarse en la Capilla Sixtina? ¿Tolerancia total también? ¿Por qué los okupas de Roma tienen derecho a no pagar la luz mientras millones de familias europeas en situaciones de apremio trabajan y ahorran para poder afrontar sus recibos?

He hecho varios reportajes en viviendas okupadas. Siempre vi lo mismo. Higiene baja, cantamañanismo alto, escapismo y niños a los que daba pena ver en la lastimosa situación en que los habían sumido sus padres.