Sea un buen patriota: no se meta en política (sobre la gran coalición catalana)

EL CONFIDENCIAL 29/08/15
MANUEL CRUZ

· La existencia de la lista Junts pel Sí en la que Mas ha agrupado a asociaciones soberanistas y a personalidades sin adscripción política, aboca a una situación sobre la que hay que reflexionar

Cuando, hace algunos meses, Felipe González declaró no ver con malos ojos la posibilidad de una gran coalición PP-PSOE en el caso de que en el país se produjeran unas circunstancias extremas, no faltaron voces autorizadas que pusieron el grito en el cielo. El argumento fundamental del escandalizado rechazo era que la mencionada coalición significaba el fin de la alternancia y, en consecuencia, el ocaso del debate político.

El argumento resultaba ciertamente atendible, pero no deja de ser curioso constatar que algunas de las mencionadas voces críticas tenían timbre catalán, y por añadidura llevaban tiempo manifestando sus simpatías hacia el procés que está teniendo lugar por estas latitudes. Me atrevo a calificar de curiosa la constatación porque esas mismas voces en todo momento habían guardado un respetuoso silencio ante la versión soberanista de la gran coalición. ¿O acaso merece ser considerado de otra manera lo que ha ocurrido a lo largo de la presente legislatura en Cataluña, donde el partido del gobierno (CiU) hizo suyo la práctica totalidad del programa electoral del primer partido de la oposición, ERC, y éste, en justa correspondencia, se convirtió en su permanente respaldo parlamentario (sin que su líder, Oriol Junqueras, perdiera el estatuto formal de líder de la oposición), esto es, en un fiel aliado que formó frente común con el gobierno frente a los ataques del resto de partidos opositores?

Por supuesto que el argumento con el que se pretendió justificar esta peculiar alianza fue el de la trascendencia del momento histórico que estamos viviendo. Nada nuevo, tampoco en esta ocasión. A fin de cuentas, es el mismo argumento que en todas partes utilizan quienes acuerdan tal tipo de coalición. Pero probablemente enredarse a discutirlo nos apartaría de lo esencial, que son los daños políticos que un acuerdo así comporta (sean cuales sean las razones que intenten justificarlo). Y si empezábamos señalando que, según sus críticos, el perjuicio colectivo causado puede resumirse en que queda consagrada la ausencia de política, entonces parece obligado preguntarse: ¿es esto lo que está ocurriendo en Cataluña en estos momentos?

La respuesta solo puede ser afirmativa, y bastará con constatar lo que ha venido sucediendo en las últimas semanas para confirmarlo. La mera existencia de la lista Junts pel Sí promovida por Artur Mas, en la que éste ha conseguido agrupar, además de a lo que queda de su propio partido y a ERC, a las asociaciones soberanistas (ANC, Òmnium Cultural y la Associació de Municipis per la Independència) y a un número indeterminado de personalidades sin adscripción política precisa, aboca a una situación sobre la que vale la pena reflexionar aunque sea brevemente.

Pensemos, en primer lugar, en el previsible escenario de la próxima campaña electoral. ¿En qué va a quedar la ineludible rendición de cuentas a la que vienen obligados en democracia los gobiernos en el crucial momento de las elecciones? ¿Alguien imagina a Raúl Romeva, que tan crítico se manifestó con los recortes llevados a cabo por el govern de la Generalitat en la presente legislatura, saliendo en defensa de los mismos? Obviamente no, porque ni él, ni las dos personas que le suceden en la lista (Carme Forcadell y Muriel Casal) han sido colocadas ahí por Mas y Junqueras para eso, sino para encabezar un presunto proyecto de futuro. Ahora bien, en esa tesitura, ¿quién responde ante la ciudadanía por lo realizado en estos tres últimos años?

Pero aceptemos, todo lo provisionalmente que haga falta, que, en efecto, la situación actual en Cataluña es tan excepcional desde el punto de vista histórico que ha de ser valorada con unos parámetros diferentes, esto es, los de la nueva etapa de plenitud nacional que se pretende alcanzar. Situados ahí, ¿es el caso que se esté informando a la ciudadanía catalana de los planes que los políticos soberanistas tienen, no ya para un futuro lejano, sino para el día después de las elecciones? Sobre el papel está clara su hoja de ruta para el supuesto de que obtengan la mayoría a la que aspiran (aunque hayan tenido sus problemas para determinar quién tomaría el mando durante la travesía, como acredita la pintoresca secuencia de declaraciones y rectificaciones que ha tenido lugar en las últimas semanas por parte de Romeva respecto al papel de Artur Mas en caso de victoria: que si no está escrito en ningún lado que éste tenga que ser el president del nuevo govern de la Generalitat, que si el acuerdo entre CDC y ERC fija que lo será, que si, en efecto, lo será pero por un período transitorio…). Ahora bien, nada se nos ha dicho respecto a una posibilidad que no parece en absoluto inverosímil, a saber, que siendo la lista del Junts pel Sí la ganadora, no obtenga el respaldo suficiente como para materializar su proyecto independentista.


· El debate sobre las propuestas de diferente signo que se le ofrecen a los ciudadanos como respuesta a sus problemas se ha ido volatilizando en Cataluña

¿Qué harán si se produce tal circunstancia? ¿Renunciarán a gobernar? Si no renuncian y asumen la tarea de formar gobierno, como parece razonable, ¿cuáles serán las políticas que llevarán adelante? No parece una pregunta fácil de responder, a la vista de la composición de la mencionada lista. Una composición no sólo heterogénea sino, en algunos aspectos, representativa de intereses sociales y económicos abiertamente contradictorios (apenas puestos en sordina para la ocasión), que no permite vislumbrar, hojas de ruta hacia la independencia aparte, en qué podrían ir de acuerdo.

Pero la otra opción, ciertamente extraña desde una perspectiva democrática, la de que la lista ganadora renunciara a gobernar (o que, al quedar en minoría, se produjera un acuerdo entre otras fuerzas que sí sumaran la mayoría necesaria para formar gobierno) dejaría abiertos prácticamente el mismo orden de problemas: ¿desde qué perspectiva se podrían plantear las tareas de oposición las personas que hubieran sido elegidas? ¿Quién iba a ser el líder del correspondiente grupo parlamentario? ¿El número uno de la lista, hasta ayer mismo, como aquel que dice, miembro de ICV? ¿El número cuatro, presidente de CDC y neoliberal entusiasta? ¿Cabe pensar que se opongan a lo mismo un bussines friendly que un admirador de Varoufakis?

Por desgracia para la normalidad democrática, lo más probable es que en un escenario así los muñidores de la lista del Junts pel Sí renunciaran a gobernar pero no al poder, y nos vieramos abocados en un lapso muy breve de tiempo a unas nuevas elecciones (de hecho, el pasado 12 de agosto, en un artículo publicado en El Punt Avui, Oriol Junqueras ya dejaba el aviso de que la lista en cuestión: «No tiene otra razón de ser que la voluntad inequívoca de llevar a cabo la independencia». Habríamos transitado de esta manera de un escenario de gran coalición difusamente germánico, a una situación política que algunos gustan de denominar italiana. Pero, sea cual sea el nombre elegido para definirla, lo que parece claro es que la política propiamente dicha -esto es, el debate sobre las propuestas de diferente signo que se le ofrecen a los ciudadanos como respuesta a sus problemas de todo tipo- se ha ido volatilizando en Cataluña en estos últimos tiempos. Aquellas voces críticas respecto a la idea de gran coalición a las que me refería al principio del presente papel acertaban en el reproche pero erraban por completo en el destinatario. También esto es curioso, con lo cerca que lo tenían.