Ser y tiempo

EL MUNDO 16/08/16
ARCADI ESPADA

POCO ANTES de morir, tan prematuramente, el economista Julian Simon formuló su conocido pronóstico: «Las condiciones materiales de la vida seguirán siendo mejores para la mayoría de las personas, en la mayoría de los países, la mayor parte del tiempo, indefinidamente. No obstante, también creo que mucha gente seguirá pensando y afirmando que las condiciones de vida van cada vez peor». Desde que la leí, abriendo El ecologista escéptico, el famoso libro de Lomborg, la brillante y veraz paradoja de Simon se convirtió en uno de los lemas favoritos de mi escepticismo aprendido y, al mismo tiempo, en un inquietante misterio psicológico y sociológico. Ayer, donde Azpiroz, pensaba de nuevo en ella mientras escuchaba cómo Carlos Rodríguez Braun desmontaba las falacias estadísticas sobre el número de negros víctimas de la policía americana y las presuntas motivaciones racistas de la conducta policial. Mi compañero de tertulia decía, con buen criterio, que las impresiones periodísticas sobre el aumento de la violencia no se corresponden con la realidad: cada vez hay menos muertes y cada vez es menos justificable la acusación racista, aunque solo sea por el creciente número de negros que trabajan en la policía.

El método con el que el economista Simon fundaba sus optimismos tenía que ver con el tratamiento de series estadísticas largas. Como escribió su colega Stephen Moore, en un artículo de homenaje a los cinco años de su muerte, el método le permitió predecir, por ejemplo, en plena histeria de los 70, que el precio del petróleo acabaría bajando.

El efecto de las series estadísticas largas suele ser demoledor para el punto de vista del periodismo, trátese de los accidentes de tráfico, el crimen de pareja, los actos de terrorismo, o la violencia racial en Estados Unidos. La gran mayoría de las malas noticias (y… no news good news) fundadas en estadísticas se basan en series cortas. Hasta el punto de que podría enunciarse una hipótesis según la cual, a medida que se abre el compás del tiempo sobre una mala noticia, aumenta abusivamente la posibilidad de que se convierta en una buena noticia. El pasado, tomado estadísticamente en serio, proporciona una inmensa felicidad. Es probable que haya un código en su naturaleza que obligue a los hombres a pronunciar, cual generacional letanía, la frase ¡oh los buenos viejos tiempos! Pero el responsable de dar aparente solidez científica a esta melancolía es el periodismo. Este oficio cuyas acomplejadas relaciones con el tiempo define tan bien este oxímoron, jornada histórica, que con tanta freudiana asiduidad acude a su boca.