Series

JON JUARISTI – ABC – 08/01/17

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· La Historia desaparece de las series televisivas de éxito en aras del populismo.

Cunde la consternación en la dulce Euskadi tras difundirse desde los medios autonómicos el rumor de que en la séptima temporada de «Juego de tronos» no se emitirán las escenas rodadas en la costa vasca. La especie no especifica, y valga la redundancia, si quedarán fuera todas o sólo las de alguno de los enclaves seleccionados en su día (Barrica, Bermeo, Zumaya, etcétera). Puede tratarse de una inocente inocentada. O de una maniobra abertzale nada inocente contra Podemos, cuyos barandas se alimentan casi exclusivamente de la susodicha serie (como es sabido, llegaron a introducirla en la Zarzuela, vía packregalo de Reyes).

He aprovechado las vacaciones para terminar de ver (en streaming) otra serie popular y populista, «Peaky Blinders». Si «Juego de tronos» es lo más canónico de HBO, «Peaky Blinders» trata de darle la réplica BBC, o sea, la de la televisión pública. Me explicaré: «Juego de tronos» parte de la saga de George R. R. Martin, que es una relectura americana de la de Tolkien, eliminando lo que tienen «El Hobbit» y «El Señor de los Anillos» de cuento de hadas y alegoría religiosa. El guionista de «Peaky Blinders» ha reescrito la saga de Mario Puzo en términos estrictamente británicos como un transgénico de «El Padrino» en el que se hubieran insertado mitocondrias y cloroplastos de «Downton Abbey» y de «La caída de los gigantes», primera novela de la gran trilogía de Ken Follet («El Siglo», 2010-2014).

El resultado es curioso. Ni en «Juego de tronos» ni en «El Señor de los Anillos» hay rastro de Historia, pese a que sus exégetas más o menos autorizados sostengan que detrás de la primera saga está la Guerra de las Rosas y la Gran Guerra detrás de la segunda. En «Peaky Blinders», por el contrario, todo es Historia, pero Historia reducida a añicos, a fragmentos dispuestos en un orden absurdo que conduce a una conclusión ideológica muy explícita y fácilmente reconocible. Veamos: en «Peaky Blinders» las referencias históricas son abundantes, casi excesivas (por mencionar sólo las más constantes: la Gran Guerra, la insurrección nacionalista irlandesa de 1916, la guerra civil irlandesa, la Revolución Rusa). También el marco geográfico y social se pretende realista: el slum slum de Birmingham, con sus siderurgias y fábricas heredadas de la Primera Revolución Industrial. Y ahí se acaba la Historia, con mayúscula, y empieza un cuento que se pretende edificante.

¿Lucha de clases? No, eso ya es insostenible. Hay obreros por todas partes, como es de esperar tratándose de Birmingham, pero pintan muy poco. Lo mismo puede decirse de los comunistas o de los nacionalistas irlandeses: están ahí, pero no hacen más que estorbar. El conflicto principal se desarrolla entre clanes criminales marcados por la marginalidad étnica, todos ellos igualmente salvajes y desalmados, y lo que aparece como una casta dominante muy clásica: ricos propietarios, ricos financieros, políticos, policías y militares.

El poco clero que interviene (dos curas) es católico (o sea papista): uno es un pederasta y asesino. El otro rompe el secreto de confesión sin el menor escrúpulo. Churchill, única figura «histórica» del elenco, es un corrupto que mueve en secreto los hilos de todos los horrores y matanzas. Al final de la tercera y última temporada hasta ahora, el protagonista, el gángster gitano-irlandés Tom Shelby (Cillian Murphy), reconoce que él y todos los suyos y sus iguales de otras cepas (judíos, italianos) son lo peor de lo peor, pero que todavía hay otros mucho peores: los de arriba, los que mandan, y, por supuesto, los que están a su servicio. Conclusión, como decía, explícita. La BBC, oigan, la de los últimos años de Cameron.

JON JUARISTI – ABC – 08/01/17