Sicofantes

JON JUARISTI – ABC – 21/08/16

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· En la democracia antigua no había partidos de delatores. Hoy abundan.

Antes de irse de vacaciones, Álvaro Delgado-Gal me deja materia para una reflexión melancólica: «Las democracias que hemos conocido –dice– pronto terminarán como la primera democracia de la Historia, la de Atenas. Se están derrumbando ya, carcomidas por enjambres de sicofantes». Qué bonita palabra, sicofantes. Es un término del griego ático que salía mucho en la oratoria de tradición castelarina; ahora no se usa tanto. Al último que se lo oí, antes de a mi amigo Álvaro, fue a don Manuel Fraga, que a veces se comía una sílaba de en medio y sonaba entonces como sifantes. Su etimología tenía que ver con los higos, a saber por qué.

En Atenas designaba a los delatores profesionales, chivatos a sueldo que levantaban falsos testimonios sobre determinados ciudadanos, preferentemente políticos, a los que, a causa de estas acusaciones, se condenaba a beber la cicuta, como al pobre Sócrates, o se sometía al ostracismo, vale decir al destierro. Ostracismo viene de ostra, y esto sí está más o menos claro. La asamblea de los ciudadanos se reunía para votar la suerte de los imputados, cuyos nombres se escribían en ostracones, trozos de loza en forma de concha que se introducían después en ánforas, tinajas o botijos de anchísimo pitorro fabricados al pie del Partenón, es decir, en el barrio que todavía hoy se conoce como el Cerámico. Si había más votos a favor que en contra de la expulsión, pues carretera y manta. Con el tiempo, se empezó a votar directamente a mano alzada, como en las acampadas de los indignados, porque la gente, o sea la Gente, suele perder a la vez la vergüenza y la afición a la escritura.

A medida que aumentaba el número de sicofantes y la gente, o sea la Gente, le cogía gusto a envenenar al vecino o mandarlo a Parla, los políticos se iban desanimando y, una de dos: o se volvían sicofantes ellos mismos o se convertían en filósofos helenísticos, unos pelmas a los que ya no se les entendía nada de tanto hablar en griego políticamente correcto. En cualquier caso, la democracia languidecía y se trocaba en demagogia, como observó Aristóteles, pensador de derechas.

Lo que no había en Atenas era partidos de sicofantes, como ahora. Un partido de sicofantes es muy fácil de reconocer. Sus líderes van de buenazos, de santurrones y de muy preocupados por las aflicciones de la humanidad. Suelen comenzar sus discursos dando el pésame a las familias de los muertos del día en atentados terroristas, hundimiento de pateras o accidentes masivos de aviación o de tráfico por carretera o marítimo, que nunca faltan. El truco les suele funcionar muy bien en los debates a cuatro, cuando los otros tres tienen prisa por soltar sus rollos respectivos y se olvidan de presentar las preceptivas condolencias a todo el universo mundo.

Pero donde verdaderamente se conoce a los sicofantes es en su obsesión por moralizar la política ajena, ya que carecen de cualquier cosa que se parezca a una propia. Lo suyo es incitar a los demás a montar comisiones de investigación, auditorías monumentales y autos de fe. Algún partido hay de éstos que se ha pasado diez años en un parlamento autonómico con el pretexto de frenar la corrupción y el secesionismo rampante, y al final resulta que ni se olían el garito que tenía montado desde cuarenta años atrás el presidente más histórico de su comunidad con su familia nuclear (más peligrosa que la central de Chernobil) ni impidieron que el actual se aprestase a proclamarse lo mismo de una nueva república independiente. A eso se llama hacer una oposición crítica y eficaz. En algo tienen razón y es en que no tienen nada que ocultar. Es verdad. Ni que ocultar ni que enseñar a nadie, majetes.

JON JUARISTI – ABC – 21/08/16