ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

Piense cada cual en conciencia a quién quiere castigar con su voto, porque puede ser que el tiro le salga por la culata

SALVO milagro de cordura que el domingo concentre el voto de centro-derecha allá donde puede ser útil para derrotar a Sánchez, España se enfrenta tras las elecciones a dos escenarios a cuál peor: un gobierno de frente popular, integrado por PSOE y Podemos con el respaldo de separatistas catalanes y vascos, o la perpetuación del bloqueo que nos ha traído hasta aquí. Si el vencedor de los comicios vuelve a ser el candidato socialista, esas son las alternativas.

El presidente en funciones puso su mejor empeño en disimular durante el debate, lanzando pullazos a un Pablo Iglesias desesperado por cerrar el trato, pero se cuidó muy mucho de descartar como posibles socios a Junqueras, Otegui o Torra. No se atrevió a ofender a quienes tendrán la capacidad de darle o quitarle la poltrona, por muy seguro que esté de contar con su respaldo, como ya ocurrió en la investidura fallida. Ellos son más fáciles de convencer que Iglesias, porque tienen menos prisa y más clara la elección. Su proyecto es a medio plazo y Sánchez constituye, a sus ojos, la mejor de las opciones posibles. Un rival bastante más bizcochable de lo que sería Casado e incluso de lo que fue Rajoy, quien hizo pagar a sus siglas esa tibieza cobarde con una división letal de su espacio ideológico merced a la cual hoy comparten oposición los tres partidos que se lo disputan. Si alguien está demostrando un hábil manejo de los tiempos, la coacción, la ausencia de escrúpulos, el desprecio por la Ley y la vieja táctica militar de dividir al enemigo antes de acometerlo, son los sediciosos. Frente a su implacable unidad de acción destinada a quebrar el espinazo de España, quienes presumen de defenderla honrando la Constitución no dejan de pelearse. Y en ese río revuelto ganan los pescadores de enfrentamiento y discordia.

Si la suma descrita obtiene más «síes» que «noes» en el Congreso, Sánchez tendrá que pagar el precio que pidan sus aliados o bien abocarnos a una tercera ronda que sería la risión del mundo. No es imposible que lo haga, dado su narcisismo patológico, aunque sí altamente improbable. Lo que no parece verosímil es que los demás accedan a su pretensión de alcanzar la Presidencia sin ceder ni acordar nada, tal como reiteró al ser preguntado por su receta para salir del bloqueo: «que se deje gobernar a la lista más votada», proclamó, campanudo, en una demostración palmaria de su incapacidad total para aprender de la experiencia.

No habrá gran pacto de Estado. No puede aceptarlo el PP si aspira a seguir existiendo. Ese escenario dejaría la oposición, y por ende la alternativa, en manos de Vox, Podemos y los independentistas, lo que constituiría una gravísima irresponsabilidad. A tenor de las encuestas, excepción hecha de la cocinada por el socialista Tezanos, tampoco parece viable un acuerdo PSOE–Cs suficiente para llevar a Sánchez a La Moncloa, lo que convierte el giro dado por Rivera no solo en suicida, sino en inútil.

Las urnas nos dan una segunda oportunidad de impedir lo que hoy parece inevitable. Una oportunidad pequeña, diminuta, pero oportunidad al fin y al cabo. Piense por tanto cada cual en conciencia qué quiere hacer con su papeleta, a quién desea confiar el futuro de sus hijos y a quién pretende castigar, porque algunos errores de enfoque pueden conseguir que el tiro les salga por la culata. La brocha gorda y las mentiras nunca han ganado batallas.