Tanques con cuernos

ABC 21/10/16
IGNACIO CAMACHO

· El imaginario soberanista ya pinta divisiones de toreros invadiendo la Diagonal junto a una caballería de picadores

LOS independentistas catalanes llevan tiempo esperando ver un carro de combate por la esquina de la Diagonal, pero para desengaño de su tradicional victimismo sólo se personan oficiales de juzgados. Así que no les queda otra que presentar a los funcionarios de Justicia como soldadesca opresora del pueblo cautivo, que ya es un ejercicio de imaginación sólo apto para crédulas mentalidades de pensamiento mágico. Pese a todo lo intentan; Tardá ha hablado alguna vez de «violencia judicial» y los altos cargos de la Generalitat invocan sus procesamientos por desobediencia como testimonios de voluntad inmolatoria al servicio del destino manifiesto. Aunque parezca difícil de creer en una sociedad desarrollada, hay millones de ciudadanos que les compran esa mercancía intelectual tan fraudulenta y averiada.

En ese marco de raciocinio infantil, la sentencia que anula la prohibición de las corridas de toros constituye para el nacionalismo la viva representación de la tiranía españolista. Una especie de tanque con cuernos enviado por Madrid para sojuzgar la emancipación de su zarpa folclórica. Ahí es nada: la caspa castellana imponiendo sus castizos estereotipos culturales para humillar la sofisticada sensibilidad de la pujante nación catalana. Una división de toreros y gitanitas marcando el paso de la oca en Montjüic mientras brigadas de caballería de picadores se despliegan por el paseo de Gracia. El cuadro imaginario perfecto para el gran decorado de la propaganda.

Poco importa que la ponente del Constitucional sea una magistrada catalana apoyada por CiU y condecorada por Pujol. Traidores hay en todas partes y los procesos de secesión siempre se han combatido con colaboracionistas y mercenarios. La abolición de la lidia, recubierta de modernidad animalista, fue decretada con un potente sentido alegórico de desconexión cultural: no había mejor paradigma de ruptura con la tradición española. Por las mismas, su revocación representa en el imaginario del independentismo un acto de supremacía invasora. Las cuestiones de competencias son fárrago leguleyo; ¿qué les puede concernir el respeto del orden jurídico a quienes consideran que unas urnas de cartón encauzan la libre expresión de una voluntad soberana?

En cualquier caso, los toros no van a volver de ninguna manera a Cataluña. En el laberinto competencial de autonomías y ayuntamientos hay suficiente letra pequeña para mantener en vigor el dicterio prohibicionista. Y si no la hubiese da igual: el desacato se ha convertido en el procedimiento rutinario de un sistema político quebrado de lógica. Ni siquiera volverá un mínimo de sentido común en una opinión pública definitivamente trastornada por la machacona matraca del pensamiento hegemónico. Ha llegado un triste momento en que el Estado sólo puede conformarse ante la sinrazón con el magro consuelo de que la ley prevalezca en un plano simbólico.